Porque están inspiradas en principios absolutos y basadas en dogmas inapelables. Porque su filosofía emana de seres no equiparables y supremos a los demás seres. Porque son irracionales en su práctica y su teoría es doctrinal. Porque son dependientes de la jerarquía y la autoridad. Porque no tienen capacidad secularizadora y se deben a la beatitud. Porque son voluntaristas y castigadoras. Porque no valoran el laicismo y abominan el relativismo. Porque son intolerantes con las críticas. Porque se inmiscuyen en la política de los Estados. Porque son represivas ante el laicismo. Porque sus sistemas morales son epifenómenos de la teología. Porque el valor tiene para ellas un plus trascendental y no práctico. Porque no cabe en ellas un sistema ético que quede fuera de la autoridad divina. Porque dan la espalda y condenan los avances del conocimiento humano. Porque no aceptan los logros de la sociedad civil en materia de educación, sanidad y trabajo. Porque defienden una fiscalidad diferenciada. Porque están dirigidas por mentes sesgadas.
Qué promueve la democracia y en que se basa: en la participación, en la elección, en la racionalidad, en la permisividad, en la interculturalidad, en la tolerancia, en el diálogo, en la solidaridad, en la sociabilidad, en la libertad, en la igualdad, en la independencia, en el apoyo mutuo, en el respeto a las religiones, en el hombre individual, en las clases sociales, en la economía popular, en la ecología, en la cooperación, en los avances científicos, en los logros políticos, en el progreso social, en los partidos y sindicatos, en la libertad de expresión…
Por eso las religiones no son democráticas, porque la democracia es cosa de los hombres y las religiones son cosa de Dios. Y cuando esa bicefalia se rompe, surge el caos, la contradicción original y, con ella, la violencia, la irracionalidad y la muerte. Estamos pagando un duro precio a la inmadurez.
Francisco Campos García Doctor en Filosofía y Profesor de la UAL
