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¿Por qué Dios no se aclara?

Asistimos en estos días a una de las mayores peregrinaciones religiosas que se celebran sobre la faz de la Tierra. Aquella que tiene por destino la Meca, la ciudad árabe que fue cuna de uno de los profetas con mayor predicamento a lo largo de la historia.

Millones de personas peregrinan todos los años a esta sagrada ciudad natal de Mahoma, a quien hace cientos de años visitó el ángel Gabriel para ordenarle memorizar y recitar unos versos que le enviaba Dios para que fueran transmitidos a sus contemporáneos. Antes de llegar en peregrinación a la Meca los peregrinos protagonizarán uno de los hitos ceremoniales más importantes de la andanza, ya que los caminantes habrán de  recoger piedras en el  valle de Muzdalifa, para proceder al ritual de la lapidación de Satán que se producirá en otro valle, el de Mina, muy próximo a la Meca, donde apedrearán tres pilares de mampostería que representan al Diablo.

Por otra parte, a lo largo de cada año, millones de personas peregrinan, también, a Santiago de Compostela con el objeto de venerar los restos de Santiago el Mayor, quien fuera apóstol de otro profeta -en este caso considerado el mismísimo Dios- que se hizo hombre y murió por la salvación de la Humanidad hace cerca de 2.000 años.

Millones de personas peregrinan en romería a la ermita de El Rocío para venerar, asimismo, la imagen de una Virgen -que a pesar de ello es la madre de Dios por la intersección de un palomo- y que colocada sobre el tronco de un árbol, según asegura la tradición recogida en la Reglas de la Hermandad Matriz, la descubrió un hombre que había salido a cazar en el término de la Villa de Almonte, en el sitio llamado de La Rocina.

Personajes de hace cientos o miles de años como Mahoma, Jesucristo, Confucio o Buda y toda una pléyade de protagonistas secundarios -apóstoles, santos, profetas menores o semidioses- han generado creencias tan diversas como el Budismo, el Confucionismo, el Taoísmo, el Cristianismo, el Judaísmo o el Islamismo que tienen sumida a la humanidad en un mar de confusiones.

¿Por qué Dios, que tiene que ser consciente del lío de religiones que nos tiene montado no decide, como ha hecho antaño en multitud de ocasiones, hacerse visible en la Tierra, por sí mismo o persona delegada -sea ángel, arcángel, o profeta-, y tratar de poner orden en este desconcierto?

¿Por qué, ahora, que disponemos de adelantos de comunicación que harían posible que su Verdad fuera transmitida “on line” a todo el orbe sin que fuera inadecuada o erróneamente interpretada, nos mantiene, sin embargo, sumidos en la duda sobre creencias religiosas contrapuestas e, incluso, en lucha unas con otras por el convencimiento que tienen todas ellas de que su Verdad es la auténticamente revelada?

Quizás sea el momento ya de exigirle, como imagen y semejanza que somos de Él, que nos aclare definitivamente el panorama para que  sepamos a qué atenernos. Pero mucho me temo que si hoy apareciesen personajes como Mahoma, Jesucristo, profetas menores, ángeles o arcángeles tardarían muy poco con dar con sus huesos en una cárcel o, en el mejor de los casos, en un hospital psiquiátrico. Y, lo más importante, que serían catalogados como inadaptados o desequilibrados y que, una vez encerrados, nadie se acordaría de ellos. ¿Habría que pensar, entonces, que de haber surgido, hoy, figuras como Mahoma o Jesucristo, dentro de dos mil años nadie se acordaría de ellos? Pues, seguramente.

Gerardo Rivas Rico es Licenciado en Ciencias  Económicas

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