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¿Por qué aquí no hay anti-islamismo?

El primer objetivo de las manifestaciones francesas del pasado domingo era evitar que el anti-islamismo rampante en el país vecino se viera reforzado por los ataques yihadistas. Y, de paso, contestar el auge del Front National que del antagonismo con los musulmanes ha hecho su gran bandera electoral. Pasadas las emociones primeras, caben dudas de que esos fines se hayan logrado. Los atentados franceses han dado alas a la islamofobia en Alemania, en parte contrarrestada por actitudes de apoyo a la emigración.

En el Reino Unido, en Holanda, en Suecia, en Finlandia, en Dinamarca, en Austria…, el rechazo de la inmigración, sobre todo de la musulmana, es un tema central del debate político, concentra buena parte del potencial contestatario de la sociedad y puede propiciar cambios políticos importantes. ¿Por qué no en España?

Antes de aventurarse a responder, hay que alegrarse de ser distintos en este aspecto. Dicho eso, se pueden enumerar algunos factores diferenciadores: la tradición cultural, que aquí, paradójicamente, lleva más a la tolerancia en este campo; la no beligerancia de la Iglesia católica en esta materia, al menos desde hace un tiempo; la gran capacidad de la derecha política para aglutinar las posiciones más extremistas que surjan en su campo; el hecho de que la inmigración musulmana masiva sea aún un fenómeno relativamente reciente y, además, menos masivo que en los países citados. En España -tal vez menos en Catalunya- el grueso de la inmigración es latinoamericana. Y para quitar más hierro, hoy buena parte de ella quiere retornar o ya lo ha hecho. Pero la principal diferencia es que aquí la reacción popular a la crisis se ha apuntado a las opciones que culpan de la misma a los poderes internos y no al distinto. Como en Grecia. Y también hay que alegrarse por ello.

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