Solo en urinarios, mochilas, instalación de pantallas, megafonías y publicidad gastaron 14 millones
Jesús, el fundador cristiano, entró en Jerusalén montando un borrico. Sus sucesores viajan en avión privado, con gran parafernalia. Así llegó a Valencia la primera semana de julio de 2006 Benedicto XVI, para una estancia de apenas 24 horas. El pontífice romano venía para cerrar el V Encuentro Mundial de las Familias, en loor de multitudes. Eso esperaban los organizadores, que crearon una Fundación patrocinada por el Arzobispado, la Generalitat, la Diputación y el Ayuntamiento de Valencia. La presidía un obispo.
“Por el Papa lo que haga falta”, fue la consigna entre las autoridades civiles y eclesiásticas encargadas del evento (entre ellas, el entonces consejero de Agricultura en el Gobierno autonómico, ex director general de la Policía y miembro del Opus Dei, Juan Cotino, fallecido la pasada primavera por coronavirus). Pagaba el pueblo; los obispos ni un euro (bueno, sí: el arzobispado aportó 10.000 euros a una fundación que funcionó como si fuera privada cuando la financiación principal llegaba del erario público). Y no será porque no les sobre dinero, gran parte procedente de las arcas del Estado. Lo cierto es que no se mancharon las manos en manejos económicos delictivos según la investigación y la sentencia. Pero cinco de ellos fueron llamados a declarar en el juicio: el obispo auxiliar de Valencia Esteban Escudero; el prelado de Tortosa Enrique Benavent; el entonces obispo de Ibiza Vicente Juan Segura, hoy auxiliar en Valencia; el de Lérida Salvador Giménez, y también el cardenal Manuel Monteiro de Castro, entonces nuncio (embajador) del Estado vaticano en España. El primero de los citados, Escudero, rechazó responder a ninguna pregunta por encontrarse imputado en otro procedimiento relacionado también con contrataciones sospechosas de la Fundación, de la que era el presidente.
Los organizadores esperaban atraer a Valencia a cientos de miles de fieles aquella semana calurosa del mes de julio. Llegaron muchísimos menos. Acostumbrados al poder de convocatoria de Juan Pablo II, que llenaba estadios de fútbol, temían no cumplir con igual entusiasmo ante el papa Ratzinger, menos mediático. Había que tirar la casa por la ventana. Solo en urinarios (2,6 millones), mochilas (3,5 millones por 500.000), instalación de pantallas por la ciudad, megafonías y publicidad (7,7 millones) gastaron 14 millones sobre un evento que costó casi 22 millones.
Fijémonos en los urinarios, el símbolo de semejante desmesura delictiva. La Generalitat gastó 2,6 millones porque “esperaba” dos millones de fieles. Eso afirmaron los organizadores. La realidad fue descacharrante, si volvemos sobre los chistes que se escucharon entonces. Por comparar, el Ayuntamiento de Valencia, en su fiesta mayor, las Fallas, suele habilitar entre 250 y 300 urinarios. La consecuencia en 2006 fue que la inmensa mayoría de los 7.000 instalados porque llegaba el Pontífice romano no llegaron a abrirse nunca.
Juan G. Bedoya