Últimamente hemos visto que ha aparecido una bancada religiosa de orientación evangélica, teniendo un protagonismo bastante agresivo en nuestra vida política; insultos a los Presidentes de la República y presiones de todo tipo.
También hemos sido testigos de la caída en picada de la Iglesia Católica como institución, debido a los actos de abusos sexuales por parte de sus clérigos, y que su voz va desapareciendo como referente en las masas.
Y aun cuando en Chile el Estado y la Iglesia están separados desde la Constitución de 1925, no podemos negar la influencia de esta religión en nuestra sociedad y la probabilidad de que este vacío de poder lo estén llenando las denominaciones evangélicas con el apoyo oportunista de la derecha política.
Digamos que salimos del fuego para caer en las brasas. Y digo esto sin tener nada en especial contra las religiones, habiendo pertenecido a una de ellas por nacimiento y reconociendo la atracción que tiene para mí el mensaje del fundador.
Y así como para mí el mensaje de humanidad de Jesús tiene un potente atractivo, también veo que para otros la atracción consiste en tragarse trozos completos de los evangelios sin digerir, matizados con trozos de los libros judíos escritos en la Edad de Hierro y destinados a lograr la cohesión del pueblo de los judíos con una moral propia de su época, cosa que a mi entender no beneficia ni la reflexión ni la conciencia que necesitamos para convivir a estas alturas de la historia.
Sea como fuere, la situación de poder de las diversas denominaciones cristianas está cambiando, y se parece peligrosamente a lo que existió en el siglo III de nuestra era, cuando no existía una iglesia oficial sino que muchas sectas.
El mundo griego y romano estaba lleno de sectas de todos colores y tamaños. Estaban los paganos, que todavía tenían poder estatal, las legiones eran adoradoras de Mitra y también del Cristo, existían los dioses locales y las comunidades cristianas supervisadas por algún Obispo ( esto significa “supervisor” ) y que tenían interpretaciones teológicas diferentes.
Había cristianos nestorianos, arrianos, gnósticos, el mandeismo, el docetismo, el maniqueísmo, ebionitas etc ( pueden buscarlo en la Wikipedia) cada uno de estas comunidades con un Obispo a la cabeza. Igual que los evangélicos de hoy día.
Estas sectas se peleaban unas con otras con furia, pues defendían sus creencias como si fueran verdades ciertas que merecieran el asesinato del otro. Y seguramente en su celo perdieron de vista la belleza y la gracia del simple mensaje de humanidad de Jesús, pues se dedicaron a tratar de obtener el poder.
Hay una película muy buena sobre Hypatia de Alejandría, filósofa, que fue asesinada por una rabiosa secta cristiana que además incendió la biblioteca donde se guardaban los datos recopilados durante cientos de años de ciencia y cultura.
El Emperador Constantino, que si de algo sabía era de poder, presionó a los cristianos para unificarlos, y de esta unificación salió la Iglesia Católica y se le dio categoría oficial de sacerdotes a los administradores de los ritos y al Obispo supervisor y me imagino que apoyó a alguno de estos obispos para que fuera su interlocutor dándole calidad de institución al papado. Un emperador no puede conversar cosas de Estado con una muchedumbre vociferante, sino con un Jefe y sus principales ayudantes.
Pero el poder siguió en manos del Emperador hasta que cae el Imperio, época en que las únicas instituciones que quedan en pie son las de la Iglesia, y entonces ésta pacta de igual a igual con los jefes bárbaros y crean un nuevo Imperio, cuyo poder se basa en que el representante de Dios en la tierra lo avala. El Sacro Imperio Romano Germánico, padre de la Europa actual.
Después de 2000 años en que hemos visto como funcionó esa amalgama de religión y poder político y que recién estamos conociendo las bondades de la democracia en el manejo de sociedades heterogéneas, y aplicando el uso de la política como sistema de negociación de las diferencias, algunos de nuestros políticos están cediendo a la tentación de introducir argumentos de tipo religioso sectario en la confección de políticas públicas incorporando en los escaños de parlamentarios a la llamada “bancada evangélica.”
Y esta tentación tiene su origen en el ascenso de una clase social perteneciente a denominaciones religiosas altamente agresivas, con muchos fondos disponibles y bastante poco educadas en el juego republicano.
Estas facciones no creen ni en la democracia, ni en la política ni en el manejo republicano, por lo que se ha visto en su actuación pública. Creen en su billetera y en la imposición por fuerza de sus creencias.
La historia nos muestra que cuando las religiones se salen de madre y el poder político no las controla, las pasiones se desbocan. Y esto se debe a la naturaleza de las creencias religiosas, por definición.
Estas creencias en general pertenece a la categoría de “verdades por derecho propio” que todos tenemos en la base de nuestra consciencia, y que nos suscitan emociones fuertísimas de adhesión y miedo. Las creencias en la democracia y en la república se construyen en nuestra comprensión de la realidad y no suelen pasar por nuestras emociones, por lo menos con esa fuerza.
La religión se construye alrededor de los premios y castigos de algo tan superior, que el solo pensar en desobedecer nos causa pánico. Y la adhesión a los principios construidos sobre estas emociones, nos pueden llevar a los más grandes atropellos del prójimo, si es que fuimos indoctrinados en que eso era bueno.
Y esas reacciones emocionales de defensa o ataque si tocan nuestra religión, no son muy aconsejables dentro de la cordialidad, la paciencia y la capacidad negociadora y el objetivo de aunar visiones que incluyan a la mayoría que debería tener el debate político republicano.
Tenemos así que la Inquisición, obra de los Papas para castigar herejías es decir las disensiones al canon religioso, al pasar al poder político como sucedió en el siglo XIV y XV hasta el siglo XIX, sirvió para exterminar pueblos completos, ideas y descubrimientos, en aras de una ortodoxia religiosa mal entendida.
Por esa razón creo que no hay que mezclar política con religión, sobre todo si nuestra Constitución así lo manifiesta.
Olga Larrazabal
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