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Poco o nada es un verdadero maestro sin Certificado Episcopal

Cuando Tartufo logró salir del manuscrito de Molière y saltar de los escenarios a la platea de los humanos de carne y hueso, se admiró ante la luz y el calor que regalaba una estrella lejana llamada Sol, y debido a su calculada timidez, enseguida se disfrazó de Consejero aragonés de Educación, Universidad, Cultura y Deporte. A renglón seguido, se adentró en la Universidad privada católica San Jorge, sita en la comunidad aragonesa, y vio Tartufo todo lo que entre socialistas y populares habían hecho unánimemente, y vio que todo era bueno. Y atardeció y amaneció: día sexto (Gn. 1,31).

Tartufo creyó imprescindible otorgarle a esa misma universidad privada católica la autorización de impartir el Grado de Magisterio, que ya podía cursarse en la universidad pública en cada una de sus sedes de magisterio (Zaragoza, Huesca y Teruel), pues bueno es preocuparse de la calidad de los alimentos que acaban en el estómago, pero mucho más delicado y urgente es ocuparse de las personas que cultivan la mente y el espíritu de los humanos desde su más tierna infancia, cosa que desde Fernando VII ha estado en manos de la única Iglesia verdadera y así ha de seguir estando, pensó Tartufo.

Levantóse por ello una multitud de protestas y polémicas, pero Tartufo, siempre disfrazado de Consejero aragonés de Educación, Universidad, Cultura y Deporte, se alzó sobre lo que en un plis-plas había creado, vio acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos, y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo, no sin antes pronunciar las palabras «no hay vuelta atrás».

No obstante, tras una febril siesta de cuatro años de duración, Tartufo se dio cuenta de que su obra no estaba cabalmente terminada y que el Mal podía aún colarse por algún resquicio de la Obra, y dijo: «Hagamos a los maestros a nuestra imagen y semejanza». Y desde aquella mañana sin par, la Universidad católica privada San Jorge exige una Declaración Eclesiástica de Competencia Académica a los aspirantes a formar parte del claustro de profesores del nuevo Grado de Educación Infantil y Primaria, sea cual fuere la asignatura del programa de estudios que impartieren, pues por algo será que los obispos son los representantes del único y trino dios verdadero en la Tierra, y el arzobispo de Zaragoza ostenta el título de Gran Canciller de la antedicha universidad.

Nuevas quejas y reclamaciones pudieron oírse al poco tiempo a raíz de autorizar y alentar semejante medida, mas Tartufo, disfrazado siempre de Consejero aragonés de Educación, Universidad, Cultura y Deporte, alzando su mano, dijo: «Son las reglas del mercado» y, a renglón seguido, expuso las bondades de los designios de la mano invisible de san Adam Smith, que reparte tánto a quienes más tienen, aunque cada vez deje con menos a los que poco tienen. Así, la Divina Providencia ha dispuesto que, quienes obtengan el Grado de Magisterio en la Universidad católica privada San Jorge, tendrán en su título el Certificado Episcopal que avala su idoneidad para enseñar lo que y como se debe, lo cual abrirá de par en par, a ellos y solo a ellos, las puertas de los colegios de la red privada de enseñanza concertada, sin que en ningún caso se les queden menos abiertas las de la pública. Y al ver tan magnífica Obra, Tartufo los bendijo y les ordenó: «Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra» (Gn 1,28).

No obstante, cuando algunas personas objetaron que aquello atentaba contra el principio constitucional de la aconfesionalidad del Estado, y otras le preguntaron qué hacía en la ciudad, Tartufo, disfrazado de Consejero aragonés de Educación, Universidad, Cultura y Deporte, respondió: ««Hago canciones y las canto; y cuando hago canciones, río, lloro y murmuro: así alabo a Dios». Por lo que no pocos exclamaban, incrédulos: «¡Será posible! ¡Este viejo santón, chapuceramente disfrazado, no ha oído todavía nada en su bosque de que Dios ha muerto!».

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