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Piedad

El Papa Benedicto XVI ha llamado a la humanidad a “protegerse” de las personas homosexuales. La elección de este verbo, “proteger”, es una novedad, un nuevo hallazgo lingüístico dentro de la ofensiva que la Iglesia católica lleva a cabo contra gays, lesbianas y transexuales, desde que Zapatero diese ejemplo al mundo, al terminar con su discriminación legal.

El giro lingüístico implica un giro semántico, cargado de intención manifiesta. El Papa, consciente de que se trata de un colectivo secularmente perseguido y humillado, ha decidido invertir la realidad. Presentar a los homosexuales como agresores, como verdugos, no sólo le permite continuar con la obsesiva discriminación eclesial hacia estas personas, sino que la justifica, dentro de la lógica cristiana del pecado y la culpa.

Protectores de la humanidad
Casi al mismo tiempo, conocía la noticia de que un grupo de “protectores” de la humanidad, se adentró hace algunas semanas en una zona de ambiente gay de Torremolinos y propinaron algunas palizas al personal, al grito de “maricones de mierda” y otros lemas. Un acto cada vez menos habitual, pero lamentablemente recurrente, que cada cierto tiempo nos recuerda que hubo un tiempo no muy lejano, en el cual la agresión física y psicológica contra los “diferentes”, era lo normal.

Ojos compasivos
No piensen mal. Estoy seguro de que, cuando el Papa llama a la protección frente a los gays, no pide que se les mate, encarcele o propine palizas por las calles. No, el Papa no es un nazi. Tal vez se conforme con algo más moderado, bastaría con recuperar (como pedía Pilar Urbano este sábado en la Noria) la discriminación legal de siempre, para restaurar el verdadero matrimonio; o con llevar a los adolescentes gays al psiquiatra hasta curarlos con electroshocks; o con mantener la certeza de que son, biológicamente, anormales…etc. Eso sí, todo mirado con ojos compasivos, redentores, porque el Padre todopoderoso busca nuestra salvación, la purga de nuestros pecados y la vuelta al rebaño de los “descarriados”.

Camino del linchamiento
El problema, claro, es que una vez que se abre la veda de la exclusión, es muy difícil establecer el término exacto en el que ésta debe materializarse. El grado de intolerancia justo que se merece cada cual es siempre un punto inestable entre la paliza, y la discriminación legal; entre el insulto, y el comentario sutil en el trabajo. Ponderar el rechazo es muy complicado, tal vez, porque la igualdad, la inclusión, la convivencia, es indivisible. O todos somos iguales, o iniciamos el desagradable camino del linchamiento, donde uno se limita a pedir que se supriman derechos, y otros, en una interpretación más literal, se protegen a golpes.

Daño a su propia causa
Creo, en fin, que el Papa, y la jerarquía católica española, con declaraciones como ésta, con misas como la de este domingo, están haciendo un daño irreparable a su propia causa. O mejor dicho, a la causa de quienes viven el hecho religioso a favor de la convivencia, y no en contra de la misma. A favor de aquellos a quienes la historia y el poder han marginado, y que los jerarcas católicos, en pleno siglo XXI, animan a excluir, una vez más, en un acto de incomprensible ceguera histórica y humana. Ya que no los toleran, al menos, les pedimos respeto. O dicho en su propio lenguajes: piedad.

Antonio Asencio es periodista

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