BIEN dijo Anatole Fance que la Iglesia catolicorromana se lamenta de estar perseguida cuando no puede perseguir a las demás. Ahora intenta organizar una cruzada mundial contra el Estado Islámico, porque ha impuesto a los cristianos residentes en Mosul la obligación de señalar sus templos y domicilios con la letra nün del alifato, para distinguirlos del resto.
Los cristianos reconocen los libros integrados en la Bibliacomo sagrados, revelados por Dios para instruir a sus adeptos en las buenas prácticas. El segundo de esos libros, el titulado Éxodo, relata en el capítulo 12 que Jehová o Yavé, según las confesiones, ordenó a Moisés y a Aarón que todos los judíos marcaran con sangre sus casas, porque iba a desencadenar la décima plaga contra los egipcios, en la cual todos los primogénitos de las familias y de sus animales morirían por su mano vengadora, pero pasaría de largo por las casas macadas. Y así sucedió (Éxodo, 12: 29-30).
Esa matanza divina sobre niños y animales egipcios resulta muy edificante para los judíos y sus herederos los cristianos, y en cambio les parece horrible que los yihadistas del Estado Islámico ordenen señalar los templos y domicilios cristianos, de momento sin ninguna otra consideración. Suponen que les van a dar a elegir entre convertirse al Islam, marcharse en éxodo hacia otro territorio, o pagar impuestos especiales.
Todo por la religión
Eso mismo es lo que estuvieron proponiendo los reyes cristianos a los judíos y los mahometanos. Por citar el caso español únicamente, en 1492 Isabel y Fernando, que iban a recibir cuatro años después el apodo de Reyes Católicos por decisión del repulsivo papa Alejando VI debido a su fanatismo, dictaron un decreto de expulsión de los judíos de todas sus posesiones, si no se convertían a la fe cristiana. Por su parte, en 1609 Felipe III ordenó la expulsión de los moriscos de la misma forma.
Estos decretos son juzgados muy favorablemente por los historiadores nazionales, debido a que con ellos se fortaleció la unidad de la fe católica, necesaria para justificar la unidad política bajo el mando real. En cambio, juzgan negativamente las decisiones del Estado Islámico, al que desean aniquilar, para imponer la fe cristiana en el territorio, y de paso dominar las riquezas naturales, empezando por el petróleo, que contiene. En las guerras de religión lo que menos importa es la religión, sino el afán de dominio de los dirigentes políticos.
De igual manera, los fanáticos frailes catolicorromanos traslados a América, impusieron a los nativos la conversión a sus creencias a sangre y fuego. Los que se negaron a recibir el bautismo perdieron la cabeza, ya que en la opinión clerical los no bautizados no son seres humanos.
La Inquisición, implantada en sus dominios por los Reyes Católicos, fue un elemento muy convincente para sostener esa anhelada unidad religiosa y política. Los inquisidores condenaban a muerte a los relapsos, pero los verdugos eran funcionarios reales. Es la alianza secular entre el altar y el trono, tan beneficiosa para ambos estamentos como perjudicial para el pueblo sufriente.
Las cruzadas ayer y hoy
El Estado Islámico es consecuencia de la invasión cristiana a Irak en 2003, capitaneada por los Estados Bandidos de América. Los islamistas reaccionaron contra la invasión, como era su deber, y defendieron su tierra frente al imperialismo. Son las cruzadas actuales, continuación de las ocho medievales, mantenidas entre los años 1095 y 1270, con el fracaso total de los ejércitos cristianos. Aquellos cruzados, así llamados por lucir una gran cruz en el pecho, se dedicaron al pillaje total de ciudades y pueblos, cometieron asesinatos y violaciones, demostraron una inmensa corrupción de sus dirigentes, y ofendieron el símbolo de su creencia con esos actos delictivos.
Su propósito consistía en aniquilar la fe islámica totalmente, de manera que entra en la categoría de genocidio. No lo consiguieron, pero lo intentaron. Los predicadores de ambos ejércitos habían prometido la recompensa celestial inmediata a los que muriesen en el combate contra los infieles, porque el fanatismo parece connatural con las creencias. Unos esperaban ser recibidos por ángeles en el paraíso, y otros por huríes, con el mismo destino de felicidad eterna.
La única diferencia entre aquellas cruzadas y las actuales se encuentra en que durante la Edad Media los reyes y príncipes encabezaban los ejércitos imperialistas. Por eso Luis IX de Francia murió ante el sitio de Túnez, lo que fue causa bastante para que la Iglesia romana le declarase santo. En cambio, en las actuales cruzadas los presidentes y reyes se quedan cómodamente en sus palacios, limitándose a enviar a sus tropas a matar o morir.
El actual rey católico, como heredero del título de sus antepasados, Felipe de Borbón, pese a ser jefe supremo de los ejércitos nazionales, no va a combatir al frente de las tropas que tiene destinadas en países de infieles. No se sabe que haya librado otras batallas que las de amor en campo de pluma, como decía Góngora. Eso sí, se cuelga muchas cruces en la guerrera militar, que deben de haberle otorgado sus amantes satisfechas. La condecoración mayor será la de la Leti, naturalmente, por haberla hecho reina de momento.
¿Una mezquita cristiana? ¡Sí!
Otro caso demostrativo del cinismo nazional está de actualidad en Córdoba. El obispo y su cabildo afirman ser los propietarios de la mezquita, que como su propio nombre indica es un templo islamista, conquistado por los cruzados y reconvertido al culto catolicorromano. Al obispo y su cabildo les parece muy mal que los islamistas destruyan los templos cristianos, contrarios a su fe, en los territorios que dominan, pero defienden el derecho de conquista de la mezquita, indudablemente islamista, para su culto. Y como este reino es católico, apostólico y romano, protegido por el apóstol Santiago Matamoros, diga lo que quiera la Constitución monárquica, a ver quién va a atreverse a obligarles a abandonarla. Que no les importunen mucho, si no quieren promover otra guerra como la de 1936.
Los nuevos cruzados cristianos han destruido Irak, Libia y Afganistán, para apoderarse de sus riquezas naturales, y mantienen una amenaza de intervención en Irán y en Siria si encuentran el momento oportuno. Han despertado las guerras de religión, hasta hace poco olvidadas, porque los yihadistas no van a tolerar someterse a su dominio. Al final tendrán que replegarse a sus territorios de origen, y sus multinacionales perderán los dominios intervenidos. Igual que en la Edad Media.
Ya han salido a toda prisa de Irak y Libia, y han anunciado que se van de Afganistán. Dejan los países derruidos, y en continuas guerras civiles. Justificaron las invasiones alegando que iban a imponer la paz y la justicia, según su modelo imperialista, y lo único que han conseguido es provocar un caos político, social y económico. Han muerto incontables civiles de los territorios invadidos, y numerosos soldados invasores. A la mayor honra y gloria del Dios fanático del Imperio.
¿Declarará santo el Vaticano a Felipe VI de España, como a Luis IX de Francia, aunque no haya ido a luchar personalmente contra los infieles? Tiene en su contra haberse casado con una excomulgada por ser doble abortista, pero la Iglesia romana disculpa los pecados de los ricos fácilmente. Ya tenemos en el santoral a Fernando III, elevado a los altares por haberse pasado media vida luchando contra los moros, a los que quitó Sevilla. Estaría muy bien poder rezar a san Felipe VI, que ha quitado a sus vasallos las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad. Ya no nos queda nada.
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