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Pederastia en la Iglesia: delito criminal, no un pecado

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El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

El pederasta que siendo director del colegio Menesiano San José de Bermeo abusó de niñas y niños a finales de la década de los 70 y principios de los 80 ha reconocido por primera vez haber cometido abusos sexuales en un vídeo mostrado en privado a tres de sus víctimas. Sin embargo, estas han considerado que ese paso es insuficiente y exigen que el agresor pida perdón en público porque «la verdad tiene que salir a la luz» para que «esto no pueda volver a pasar nunca más». En efecto, la verdad es esencial para la reparación, y como dice el propio mensaje del Evangelio, nos hace libres. Y en el caso de los depredadores sexuales de la Iglesia, la verdad es que hasta ahora no se ha abierto ninguna vía explícita y organizada para establecerla, para buscarla activamente, para que haya justicia y reparación para las víctimas de la pederastia, sin importar los años que hayan pasado.

En la inmensa mayoría de los casos, el abuso sexual a menores en la Iglesia, el mayor escándalo y el que más la desacredita, ha sido tratado como un pecado, no como un delito. Se ha encubierto, se continúa minimizando, se intentan comprar silencios, y las víctimas, menores de edad que cargan durante toda la vida las secuelas de estos ataques, aparecen muchas veces frustradas. Se han aplicado manuales para ocultar la verdad, incluyendo el uso de eufemismos para referirse a las violaciones como el de «contacto inapropiado» o el permiso por acción u omisión para la trashumancia de depredadores ofreciéndoles nuevos destinos dentro de la Iglesia.

El Papa Francisco calificó la pederastia como la «lepra de la Iglesia». Ha tomado decisiones, pero sus mayores enemigos están dentro de la institución. Y es que no se enfrenta a una enfermedad pasajera sino a un mal estructural que alcanza a todo el cuerpo eclesial. Curas y religiosos han estado violando a niños y niñas y sus responsables no hicieron nada, lo ocultaron todo, creando un clima de permisividad. La raíz está en el sistema patriarcal imperante en la Iglesia y el camino pasa por conocer la verdad, llevar a los culpables ante los tribunales civiles para ser juzgados conforme a la gravedad del delito, y que la Justicia pierda el miedo a la Iglesia.

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