Intervención de Patxi López, presidente del Congreso en la Convención de Cristianos Socialistas
Buenos días a todos. Quiero agradeceros la invitación que me hacéis para dar inicio a esta jornada vuestra. Todos sabéis que yo no soy creyente, al menos creyente en lo tocante a Dios, pero siempre he afirmado que la tradición humanista, una tradición basada fundamentalmente en principios éticos y en la afirmación de que la persona es el valor supremo, ha sido un punto de encuentro entre las tradiciones socialistas y las de los cristianos progresistas.
En España nuestra historia, los desencuentros violentos de nuestra historia, hace que aún las posiciones de los laicistas y cristianos mantengan rastros de trinchera. De que una posición y otra se vean cono adversarios irreconciliables.
Y, sin embargo, a estas alturas del nuevo siglo, debemos hacer todos una reflexión más pausada, más tolerante; ha habido demasiada violencia, demasiado enfrentamiento, demasiado darse la espalda. Es hora de la reconciliación ciudadana, también en este tema.
Nosotros los socialistas defendemos sociedades abiertas, donde las personas, el individuo, tengan total libertad para decidir su propia vida y su forma de entender la felicidad, como decían los viejos ilustrados. El humanismo cristiano y la lucha por la igualdad de todas las personas que caracteriza el socialismo tenemos muchas cosas en común. Tenemos principios en común, que es lo importante. Pero no sólo, tenemos también una visión de la política, de la forma de entender la construcción de sociedades libres parecida; los dos compartimos el reconocimiento del «Otro» como elemento fundante de la convivencia democrática. Y de ahí surge el viejo concepto transformador, seguramente el concepto más transformador de Europa, la tolerancia, que a riesgo de su vida, defendía Castelio. Es este concepto profundo de tolerancia hacia el otro el que hacer florecer en la política la libertad de conciencia, pero no como un armisticio para no matarnos entre diferentes religiones sino como el reconocimiento de la soberanía de la persona en su propia vida.
Hay una corriente laicista que pretende reducir la religión, las creencias personas, al estricto ámbito de lo personal, de lo privado, donde por definición el soberano es uno mismo. Y hay también una corriente de cristianos, especialmente la jerarquía, que pretende lo contrario; que las creencias deben ser promovidas por las instituciones públicas.
Yo creo, sin embargo, que la fe tiene una dimensión colectiva y social; es más, que necesita de esta dimensión social y colectiva para reconocerse. Y os voy a hacer una afirmación categórica: son las instituciones públicas las que tienen que ser neutrales y laicas, pero no las sociedades.
Las sociedades modernas no son las formadas por individuos aislados que navegan solitarios por el universo. Pero tampoco pueden ser súbditos uniformados de un estado que determina su vivir y su pensar.
Por eso, entre el Estado y el individuo surge la vida, por así decirlo, surge un innumerable interactuar de unos con otros, en ese espacio regulado, regulado sólo en la medida que permita la libertad igual para todos, es donde se forman las opiniones o donde se viven las creencias.
Y, debo reconocer, que para llegar al reconocimiento y aceptación de esta sociedad abierta, donde los diferentes colectivos tienen libertad de elección de creencia o defensa de principios desde una posición de compromiso público, nos queda aún trecho. Pero sabemos que esa es la meta hacia la que tenemos que caminar.
Los socialistas vamos a hacer una defensa cerrada de la neutralidad del Estado en lo tocante a las creencias, y estoy seguro que el nuevo gobierno socialista va a poner un antes y un después en este sentido. Pero a la vez debemos hacer un esfuerzo en entender la dimensión pública de la vivencia de la fe. No tienen que ser contradictorios, es más, son dos caminos que deben avanzar a la par.
Pero ahora me quiero referir más en concreto a vuestra jornada de debate. Quiero hacer algunos comentarios, con vuestro permiso, de la encíclica Evangelii Gaudium del Papa Francisco. Nos es por halagaros sino, más bien, como ejemplo concreto de amplias zonas de encuentro entre socialismo y el humanismo cristiano.
El análisis de la desigualdad y la inequidad que hace en esta carta lo podemos suscribir enteramente todos los socialistas. Los cinco «Noes» de esta encíclica pueden perfectamente ir grabados en nuestro programa electoral.
-No a una economía de la exclusión
-No a la nueva idolatría del dinero
-No a un dinero que gobierna en lugar de servir
-No a la inequidad que genera violencia
Es la mejor forma de resumir nuestra propuesta económica. Porque recoge, además, el problema más grave de las sociedades del nuevo siglo; el arrogante e intolerable incremento de la desigualdad. El abandono a un colectivo importante de las sociedades a la marginación, a la pobreza y a la exclusión.
Me gusta especialmente la descripción que de este término hace el Papa Francisco: laexclusión que practican las nuevas sociedades no sólo tratan de forma injusta a los excluidos, sino que los expulsan de la propia sociedad.
«Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y opresión, sino de algo nuevo; con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino «deshechos» sobrantes.»
Pocas veces se ha denunciado de forma tan nítida el gran problema, que de forma larvada, y muchas veces callada, está creciendo en nuestras sociedades. Y el Papa Francisco tiene razón, es el germen de violencia y guerra si no le ponemos término.
Atender y ayudar a los más débiles no es suficiente para solucionar este enorme problema social; es obligatorio que lo hagamos, y es de lo que hoy estáis discutiendo, es necesario que pongamos en marcha programas de solidaridad social, pero hace falta algo más profundo.
Hace falta que la economía sea parte sustancial de la política, dicho de otra manera, la economía debe ser algo colectivo, algo gestionado por la propia sociedad. En palabras del Papa Francisco «La economía debe ponerse al servicio de la sociedad». Seguramente la afirmación más socialista que nuestros viejos socialistas nunca olvidaron, y que en los años 90 ha olvidado a más de un socialista. Está bien que, también, el Papa nos lo recuerde.
Ya veis, y con esto termino, entre el humanismo cristiano y el socialismo hay muchos espacios de encuentro y colaboración. Al final, todos los progresistas de diferente pensar o creer tenemos más puntos de encuentro que de enfrentamiento.
En este tiempo de siglo nuevo, y en esta España sin esperanza y con desigualdad creciente, todas las manos son necesarias para luchar juntos por los principios éticos que defendemos.
Muchas gracias.