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París insumergible

“No se trata de un conflicto específico sino de la guerra perenne entre integrismo religioso y laicidad, un conflicto que existe desde los orígenes de la humanidad, produciendo los peores crímenes y masacres”.

A veces las ironías del destino logran dejarnos sin palabra. Ya nos habíamos quedado pasmados el 7 de enero 2015 con la matanza de Charlie Hebdo y del supermercado kasher. Se produjo entonces una suerte de solidaridad incondicional frente a la adversidad, y por un par de semanas, todos fuimos Charlie… Luego todo volvió a una semi normalidad, hasta que el 13 de noviembre, de nuevo, se cuajara el flujo de la historia. Esta vez, fueron 130 víctimas de 26 nacionalidades distintas más 7 terroristas suicidas, y como guinda del pastel, aquel 13 de noviembre cayó un viernes, suscitando inmediatamente crónicas insólitas en las columnas esotérico-extravagantes.

Seis atentados casi simultáneos, en el Estadio de Francia, en el teatro Bataclan, y en varios bares y restaurantes: Le Petit Cambodge, Le Carillon, La Bonne Bière, La Belle Equipe, y Le Comptoir Voltaire. La investigación revelará que otro atentado-suicida estaba planificado en el sector de La Défense un par de días después. Todos revindicados por el grupo fundamentalista yihadista Estado Islámico o “Daech”.

De nuevo el horror, la tristeza, la rabia, la impotencia. ¿Se puede pensar de manera racional, a 11.463 kilómetros de distancia, frente a los canales de noticias, tratando de agarrar unos pedazos de información coherente difundidos por media en los cuales, a esta altura del partido, es muy difícil confiar?

A las pocas horas, el lema de la ciudad de París, Fluctuat nec mergitur (que se podría traducir como “[el barco] está golpeado por el oleaje, pero no se hunde”) se convirtió en un emblema de resistencia contra el terrorismo y los golpes del destino en general. Muchos parisinos, sin lugar a duda, habían olvidado el lema de su ciudad. Lo recordaron instantáneamente para indicar que la capital no se dejará impresionar por los terroristas. Al mismo tiempo que empezaba a circular en las redes sociales un dibujo realizado por un artista francés residente en Londres, que fusionaba el símbolo de paz con la silueta de la Torre Eiffel.

Pero más que otra cosa, fue la amplitud del suceso que provocó un impacto. En la página www.francebleu.fr la periodista Virginie Salanson destaca que los atentados del 13 de noviembre 2015 fueron “los más mortíferos que Francia haya conocido en su historia”. Hace un resumen breve de los ataques terroristas que marcaron los últimos 50 años, en el aeropuerto de Orly, la estación ferroviaria de Marsella, el TGV (Tren de Gran Velocidad), el RER (Red Regional Expres), y también contra la sinagoga  de la calle Copernic, el restaurante Goldenberg y la tienda popular Tati, terminando con la masacre perpetrada en Charlie-Hebdo y el supermercado kasher en enero 2015. Sin embargo, concluye, ningún atentado, incluso durante la guerra de Argelia, había provocado tantas víctimas como los del 13 de noviembre 2015.

Uno de los homenajes más bellos fue el rendido por el diario Le Monde en su página www.lemonde.fr titulado “En Mémoire”, publicaciones diarias de biografías breves de las víctimas, “para conservar la memoria de esas vidas arrolladas”, gente común y corriente que decidió salir un viernes en la noche y se encontró justo en el momento y en el lugar predeterminado por los atacantes. La mayoría jóvenes, muchos con familia, todos profesionales salvo unos estudiantes, parisinos o turistas, por casualidad estaban ahí ese día. El 7 de enero 2015, todos fuimos Charlie. El 13 de noviembre, todos perdimos a alguien en París.

Mientras el estado de alerta convertía la Ciudad luz – y otras – en catacumbas, decidí investigar un poco por otros lados, y me puse en contacto con amigos y parientes para escuchar sus reacciones “a quemarropa” sobre los atentados. Lo más impactante fue que todos coincidieron en que lo que pasó en París el 13 de noviembre “era previsible” y que no constituía un acto aislado ni novedoso. Sin embargo, y por muy previsible que fuera, también concordaron en que tanto la amplitud del ataque como su nivel de organización fueron impresionantes. De hecho, una de las personas consultadas comentó que frente a esas matanzas ciegas, era necesario interrogarse sobre la política internacional de Francia y su falta de coherencia y consistencia, derrumbando a gobiernos totalitarios y/o extremistas y apoyando a otros, tanto en África como en el Golfo pérsico o en Asia, sin ofrecer soluciones de reemplazo viables a los países que desestabilizaba con su intervención. Concluyó que “la ceguera de nuestros políticos es nuestro féretro”.

Por otra parte, un amigo chileno que había estado en París solamente un par de semanas antes de la tragedia, comentó que “por la gran libertad, [la ciudad] se veía vulnerable”. Relacionó los acontecimientos con lo que había leído y observado sobre los “franceses musulmanes de segunda generación” que encontraban muchas dificultades para integrarse, se quejaban de no ser tratados igualitariamente, y sufrían de las consecuencias de la actuación de unos pocos fanáticos.

El problema político surgió  porque Francia   se  alió  contra  el  Estado  Islámico, e Isis aprovechó la situación para recolectar fanáticos entre musulmanes europeos de segunda generación, porque son menos detectables. Recordemos al respecto que Isis se transformó en una “entidad” tan impactante que su líder, Abu Bakr Al-Baghdadi, quien logró asesinar a más de 1.200 civiles fuera de Irak y Libia durante el año, con atentados en más de doce países, llegó en segunda posición en la lista de “personajes del mundo 2015” de la revista estadounidense Time (edición del 9 de diciembre), justo después de la canciller alemana Angela Merkel, algo que por lo menos merece reflexión…

Uno de los testimonios más interesantes fue el que recibí de un francés residente en Santiago, quien había literalmente “vivido” los atentados en directo, ya que estaba en aquel momento preciso conversando por teléfono con su hija en Paris. La primera información que le dio ella fue que unos “delincuentes” acababan de disparar en una terraza de café, acto que ambos interpretaron como un ajuste de cuentas. Pero a los pocos minutos se anunció los atentados suicidas afuera del Estadio de Francia, e intuitivamente asumieron que los dos sucesos estaban relacionados. Luego vinieron los tiroteos del X y XI distritos y, finalmente, la masacre en el Bataclan, dejando el bosquejo límpido.

Según ese testigo, los actos terroristas del viernes 13 de noviembre marcaron el inicio de una guerrilla urbana. Lo más terrible, añade, es que ahora “el terror se convirtió en medio de comunicación. Por lo tanto, la represión violenta, y quizás ciega, se va a convertir en la expresión de una supuesta seguridad colectiva”.

Relacionando los eventos con el tema más amplio de los canales de comunicación masiva, otra persona compartió su preocupación frente a la incapacidad de la humanidad a unirse frente a las tragedias terroristas que afectan el planeta, como si fuera una competencia. De hecho, las redes sociales fueron inundadas de mensajes al estilo ¿Por qué expresar solidaridad con las víctimas de los atentados en Paris y no con tal o cual grupo en otra parte?

Al respecto, una de las reacciones más incongruentes ocurrió cuando el Palacio de La Moneda exhibió aquella noche los colores de la bandera francesa, igual que  un  sinfín  de monumentos en  el  mundo (desde  la Opera  de Sydney, hasta  el Cristo Redentor de Rio, pasando por la Estatua de la Libertad, el Monumento a Cuauhtémoc en México y el Puente de Londres), mientras la Torre Eiffel permanecía a oscuras en señal de luto.

A los pocos minutos de ese acto simbólico, las redes fueron invadidas por el mensaje “¿Por qué no exhiben los colores de la bandera Mapuche en la Moneda?”, y uno se da cuenta entonces de que el término “solidaridad”, en muchos casos, es una palabra hueca, que no logra resonar encima de las diferencias sociales, nacionales y culturales.

Siguiendo la misma línea de ideas, una de las personas consultadas subrayó que la unidad de los franceses, en este momento más que nunca, independientemente de las diferencias de raza, cultura o religión, será la mejor respuesta a la locura de los integristas. No se trata de un conflicto específico sino de la guerra perenne entre integrismo religioso y laicidad, un conflicto que existe desde los orígenes de la humanidad, produciendo los peores crímenes y masacres.

Finalmente, conseguí el testimonio de una francesa de unos treinta años – la más joven de todo el grupo – radicada en China. Por el desajuste horario, supo de la noticia al levantarse, cuando solamente se sabía de las explosiones en el estadio, y “sólo parecía un atentado fracasado”.

Luego, de a poco, se enteró de las otras noticias, y pensó que estábamos a pocas horas de la tercera guerra mundial, y que París ya nunca sería una ciudad grandiosa y romántica sino un lugar de miedo bajo la psicosis de unos fanáticos. Después del miedo vino la tristeza, y por fin la voluntad de resistir, pase lo que pase: “¡Me sentía capaz de subir al avión inmediatamente para tomar un café en una terraza de Paris y mostrar a esos bárbaros que no destruirán nuestra alegría, pero tampoco merecen nuestro odio!”

Ese mensaje de resistencia es el que está circulando ahora en París. El impacto del 13 de noviembre 2015 durará mucho más tiempo y tendrá consecuencias mucho más fuertes de lo que uno puede sospechar ahora. Porque además de haber dejado un número impresionante de víctimas, los terroristas obtuvieron en parte lo que buscaban: desestabilizaron un sector significativo de Europa, un poco como lo que ocurrió después del atentado contra las Torres Gemelas, que afectó de manera dramática y, por un buen tiempo, la frecuentación de las compañías aéreas.

Pero después de la detonación de los explosivos y las ráfagas de Kalashnikov, después de las sirenas de policía, bomberos y ambulancias, después del estado de emergencia, del toque de queda en varias ciudades de Francia y Bélgica, de las perquisiciones, de las calles llenas de militares armados hasta los dientes, de las falsas alarmas y falsas victorias, la Ciudad luz no puede seguir vestida de luto. El primer lugar afectado que reabrió sus puertas el 4 de diciembre, exactamente tres semanas después de la tragedia, fue el café-cervecería A la Bonne Bière, con pintura fresca, una banderola diciendo “Je suis en terrasse” (Estoy en la terraza), y un espacio conmemorativo lleno de fotos, velas y flores. Para levantar cabeza y, de cierta manera, sacar la lengua a la violencia, al fanatismo y a la intolerancia.

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