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Otro papa sinvergüenza

¿Cabe alguna duda de que el papa Borgia fue un sinvergüenza? Con la libertad que le daba el haber anunciado ya su dimisión, el papa Ratzinger respondía con sorna a un inocente, más papista que el papa, que afirmaba que Dios haría escoger al mejor para ese puesto, que Dios no habría elegido a muchos papas. Bien lo sabía él, el ex soldado nazi, que nunca pidió perdón por haber participado activamente en la mayor carnicería mundial; más aún, tuvo el descaro de echarle la culpa a Dios, preguntando, blasfemo, dónde estaba Dios cuando había campos de concentración.

                        Ese fariseísmo, esa ignominia anticristiana, va a repetirse y aumentarse aún más el próximo año. Porque no hace tanto que  un papa  dio de su mano la comunión a un sangriento dictador –y no me refiero ahora a Pío XII con Franco-, e incluso, embustero, comparó su dictadura con la romana, que, esa sí, era elegida, sólo en y para la guerra, y por sólo un año; y ese mismo papa aún, despreciando las múltiples y consistentes denuncias de las víctimas de su pederastia, protegió al canallesco fundador de los Legionarios de Cristo, que también corrompía con dinero a los cardenales la Curia romana. Pues, aunque parezca mentira, a pesar de esos y otros hechos tan desvergonzados, recientes y probados, a ese papa político y corrupto, Juan Pablo II, se le va a canonizar dentro de pocos meses, junto con otro papa más aceptable, Juan XXIII, para hacer menos amarga la píldora.
 
                       El Vaticano sigue, pues, con su ultrafarisaico sistema de santificar a sus antiguos jefes, para reafirmar sus políticas, tan real y radicalmente contrarias, hasta en los detalles más concretos, a las enseñanzas de Jesús, que literalmente -¿algún católico ha leído con honradez los Evangelios?- mandó a sus discípulos que a nadie llamaran “Padre” ni “Santo” sino a solo Dios, ni se vistan de blanco inmaculado, como los fariseos.
 
Martín Sagrera, religiólogo.

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