A propósito de lo ocurrido recientemente en la Universidad complutense y la decisión de la Consejería de Educación de Castilla La Mancha de suprimir del calendario escolar las vacaciones de Semana Santa para sustituirlas por la de «descanso entre el segundo y tercer trimestre», aparecieron en este diario, el 21 de marzo, varios artículos que daban una idea del laicismo a mi entender bastante equivocada. Aparte de englobarlo en el calificativo de «estupidez imperante en nuestra época», se le tacha de intolerante contra la libertad de pensamiento y de culto, de intentar construir un mundo donde no esté Dios y de pretender expulsar la religión de la calle y de lo público y dejar sin voz a los católicos. Pero es el caso que ayer mismo me dijo un compañero laicista, por email, claro, que el laicismo no va contra nada ni contra nadie, y esto es lo que yo quisiera destacar.
Y es irrelevante que este amigo sea ateo, si es que lo es, que tampoco lo sé, porque los cristianos llamados «de base» abogan también por la separación total del Estado y las confesiones religiosas, no están de acuerdo con la enseñanza proselitista de las creencias de este tipo en la escuela, ni con la exhibición de símbolos propios de cualquier religión en los lugares públicos. Eso de que el laicismo quiere construir un mundo sin Dios es inaceptable, no solo porque es un imposible, sino porque los creyentes, aunque separados del Estado, tienen a su disposición a sus jerarcas, sus templos, revistas, emisoras de radio, televisiones propias, la libertad para manifestar por la calle cuando les venga en gana y un largo etcétera. No, los laicistas no hemos pensado nunca en dejar sin voz a los católicos.
Más bien parece, a tenor de lo que dicen estos articulistas, y de cómo lo dicen, que son ellos los que pretenden acallarnos a nosotros. Solo queremos destacar que el Estado es el lugar de todos los ciudadanos, por lo tanto, beneficiar a un grupo, como se hace en nuestro país con la Iglesia católica, es una discriminación intolerable; que el objetivo fundamental del Estado es el bienestar material de los ciudadanos (económico, cultural, sanitario, judicial, y todo aquello que lo procure, como las libertades democráticas, la educación en valores, la seguridad, etc, como se dice en la Declaración de los Derechos Humanos y en la Constitución), mientras que las religiones no tienen nada que decir (excepto apoyar) respecto a estos derechos, que hemos creado los humanos al margen de las creencias religiosas de unos o de otros. Nadie se opone a que las religiones procuren el bienestar «espiritual» de sus adeptos, mas para eso ya tienen sus espacios propios.
Y para terminar (hay más, pero no sitio): Hay un mundo «natural» y otro «sobrenatural»; a la enseñanza pública solo le compete el primero, donde se pueden encontrar las herramientas necesarias para sobrevivir en este planeta (en la línea de lo que acabo de decir antes); el segundo, dada la diversidad de grupos que lo difunden y la falta de pruebas de su existencia, incumbe a los grupos que están interesado en él. Así que no, no queremos anular a «Dios», solo proporcionarle un lugar adecuado.