No señor, no era nada fácil que Javier Lambán superara la muestra de incompetencia que exhibió con sus halagos ante la sultana andaluza, pero lo ha conseguido. Hace unos meses el presidente de la Diputación General de Aragón se postró de hinojos ante Susana y en actitud de sumisa devoción expresó con fervor juvenil la admiración que sentía por la presidenta de Andalucía. La instigadora de la defenestración del secretario general que ella misma había aupado recibió del ejeano las pruebas de su incondicional adhesión. ¿Incondicional? El tiempo dirá ¡Ya veremos! Las traiciones nunca vienen solas.
Pedro Sánchez creyó por un momento que era el mandamás del PSOE cuando en realidad no representaba más que un minúsculo eslabón en el camino diseñado por el aparato que, irremediablemente, conduciría al lobby andaluz a hacerse de nuevo con las riendas del partido. La Secretaría General sería para Susana Díaz.
Sánchez cometió el tremendo error de no atreverse a desafiar a su mentora cuando las matemáticas parlamentarias le ofrecieron la posibilidad de ser presidente del Gobierno. Después quiso hacerlo, pero ni era el momento ni contaba con las suficientes fuerzas dentro del propio PSOE. El resultado es conocido: un partido fragmentado, débil y escasamente útil.
Entre los barones socialistas que con presteza apuñalaron a Sánchez se encontraba Lambán. Javier pronto percibió el olor a cadáver político que emanaba de Pedro y mostró su apoyo incondicional a la que consideró la más fuerte, a la dominadora del aparato, a la señalada por el oráculo felipista como la “elegida”.
Hasta aquí no hemos hecho nada más que relatar las intrigas políticas encaminadas a alcanzar el poder y a mantenerlo. Nada fuera de lo común en las cloacas del sistema que tenemos. ¡Hombre! Sería deseable algo de coherencia ideológica, una pizca de lealtad y unas gotas de dignidad, pero eso ya sería mucho pedir.
Creíamos haber atisbado el tope de la condición de lacayo del presidente de Aragón, pero no, siempre es capaz de dar un paso más, de llegar más lejos, incluso de manifestar públicamente su dejación de funciones, no le importa airear su incapacidad para ser responsable del Gobierno de la Comunidad Autónoma Aragonesa y lo que es realmente grave: declara abiertamente su nula disposición a cumplir y hacer cumplir la ley. Porque ahora ese es el asunto. Ese o que no da más de sí y en esa incapacidad tenían que haber reparado los partidos aragoneses que le aportan su apoyo antes de haberle votado. Habrá que estar atentos a CHA, Podemos y IU para comprobar si han tomado nota de las incapacidades del presidente.
Dice Lambán que no va a discutir a la Iglesia la propiedad de los templos. Lo dicho, o no se entera – opción ésta que resulta lamentable en el máximo representante del Gobierno Autónomo – o no se quiere enterar, algo que escama y huele a podrido por los cuatro costados.
En este momento no vamos a entrar a valorar la legitimidad de la ley Aznar que permitió a los obispos inscribir a su nombre los lugares de culto (probablemente tenga que hacerlo el Tribunal Europeo de Derechos Humanos), lo que sí debería conocer un alto responsable de cualquiera de las administraciones del Estado es que, en la promulgación de una ley, se establece su fecha de entrada en vigor y hasta ese momento rige la ley anterior.
Tiene narices que, para defender los bienes comunales del expolio, haya que acudir a una ley de Franco que impedía a la Iglesia Católica apropiarse de los lugares de culto (catedrales, iglesias, ermitas…)
Y tiene más bemoles todavía que sea un dirigente supuestamente socialista quien haga dejación de funciones para exigir el cumplimiento de la norma que prohibía a Elias Yañes atribuirse la propiedad de la catedral de la Seo, San Juan de los Panetes, La Magdalena…
No, señor Lambán, no hay nada que discutir. Si monseñor Yañes se auto-otorgó la propiedad de los templos en fecha que NO podía hacerlo, el prelado cometió un supuesto fraude de ley, es decir un supuesto delito de cuya autoría habrá que pedir responsabilidades a TODOS los implicados en el proceso: al obispo que se salta la ley vigente que no le otorga potestad para ser fedatario en el caso de lugares de culto y al registrador que admite un documento de nula legalidad.
Y su obligación, señor Lambán, es que se respete la ley, mal que le pese. La tenue esperanza que queda a los aragoneses es que los partidos que sostienen al presidente aragonés le recuerden sus obligaciones o le enseñen la puerta de salida.
El máximo responsable del Gobierno de Aragón tiene que intervenir aunque su actuación pueda molestar al Arzobispado, el OPUS, la CAI, o el Heraldo de Aragón.
Esas molestias las lleva en el sueldo y si no quiere o no sabe cumplir con su deber lo mejor que puede hacer es irse a su casa. Allí no tendrá que recurrir (no confundir con discutir) en los juzgados las irregularidades cometidas por los príncipes la Iglesia.
En su retiro podrá jugar al guiñote con el señor cura mientras toma café en el bar y tal vez hasta discutir con el clérigo cuando este gane la partida “cantándole las cuarenta”.