Hace cincuenta y cinco años falleció en Madrid, España don José Ortega y Gasset (9 de mayo de 1883-18 de octubre de 1955) y hace 80 se publicó La rebelión de las masas (1930), uno de sus libros más importantes, acaso el que se leyó y tradujo mas en todo el mundo. Dos aniversarios que deberían servir para revalorizar el pensamiento de uno de los más elegantes e inteligentes filósofos liberales del siglo XX.
Buena parte de ese pensamiento conserva su vigencia y alcanza en nuestros días notable actualidad, luego de la caída del Muro del Berlín y doctrinas parasitarias. Lo demuestra mejor que nada La rebelión de las masas, que aunque publicado en 1930, había sido ya anticipado en artículos y ensayos desde dos o tres años antes. El libro se estructura alrededor de una intuición genial, escribe el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa: ha terminado la primacía de las élites; las masas liberadas de la sujeción de aquéllas, han irrumpido en la vida de manera determinante, provocando un trastorno profundo de los valores cívicos y culturales y de las maneras de comportamiento social. Escrito en plena ascensión del comunismo y los fascismos, del sindicalismo y los nacionalismos y los primeros brotes de una cultura popular de consumo masivo, la intuición de Ortega es exacta y establece uno de los rasgos claves de la vida moderna.
En su defensa del liberalismo, Ortega insiste en el carácter laico que debe tener el Estado en una sociedad democrática. “La historia es la realidad del hombre. No tiene otra”, diferenciando la incompatibilidad profunda que existe entre un pensamiento liberal y el de un católico dogmático. “La historia no está escrita, no la ha trazado de antemano una divinidad poderosa. Es obra solo humana y por eso, todo es posible en la historia”.
Uno de los grandes méritos de Ortega y Gasset es haber sido capaz de llevar a un público no especializado, a lectores profanos, los grandes temas de la filosofía, la historia y la cultura en general, de un modo que pudieran entenderlos y sentirse concernidos por ellos sin trivializar ni traicionar por esto los asuntos que trataba.
Ese prurito obsesionante por hacerse entender de todos sus lectores es una de las lecciones más valiosas que nos ha legado, una muestra de su vocación democrática y liberal, y de luminosa importancia en estos tiempos, en que, cada vez más, en las distintas ramas de la cultura, se imponen, sobre el lenguaje común, las jergas o dialectos especializados y herméticos a cuya sombra, muchas veces, se esconde, no la complejidad y la hondura científica, sino la prestidigitación verbosa y la trampa.
Fue, por su talante abierto y su tolerancia para las ideas y posturas ajenas, un liberal.
El fracaso de la República y el baño de sangre de la Guerra Civil española traumatizaron, en lo que concierne a sus ideales políticos, a Ortega y Gasset. Había apoyado y puesto muchas ilusiones en el advenimiento de la República, pero los desórdenes y violencia que la acompañaron lo sobrecogieron. (“No es esto, no es esto” proclamó en su célebre artículo sobre la República Española en crisis).
A su juicio, la democracia liberal “es la forma que en política ha representado la más alta voluntad de convivencia”.
La historia contemporánea ha confirmado a Ortega como el pensador de mayor coherencia que ha dado España a la cultura laica y democrática.
El pensamiento liberal contemporáneo tiene mucho que aprovechar de las ideas de Ortega y Gasset. Ante todo, redescubrir que, contrariamente a lo que suponen los que se empeñan en reducir el liberalismo a una receta económica de mercados libres, reglas de juego equitativas, aranceles bajos, gastos públicos controlados y privatización de las empresas, aquél es, primero que nada, una actitud ante la vida y ante la sociedad, fundada en la tolerancia y en el respeto, en el amor por la cultura, en una voluntad de coexistencia con el otro, con los otros, y en una defensa firme de la libertad como un valor supremo que es, al mismo tiempo, motor del progreso material, de la ciencia, las artes y las letras, y de esa civilización que ha hecho posible al individuo soberano, con su independencia, sus derechos y sus deberes en permanente equilibrio con los demás, defendidos por un sistema legal que garantiza la convivencia en la diversidad.
La libertad económica es una pieza maestra, pero no única de la doctrina liberal.
La doctrina liberal y el laicismo, es una cultura en la más amplia acepción del término. Es hora de que la cultura de nuestro tiempo conozca y reconozca, por fin, como se merece, a José Ortega y Gasset.