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Optimismo, con Magalhaes Lima

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Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

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“El pesimismo es una triste herencia teológica”

Invitamos al amable lector a realizar un ejercicio de optimismo ante tanto nubarrón, y de la mano de un personaje del republicanismo y el socialismo utópico portugués, sin olvidar su gran protagonismo en la Masonería de su país, Sebastiao de Magalhaes Lima (1850-1928).

Este periodista, escritor y político tiene una breve pieza sobre el optimismo, que hemos podido leer en castellano en un número de Vida Socialista del verano de 1912.

Sí, así es, el pesimismo es una triste herencia teológica, por lo que, como nuestro amigo portugués, yo también soy optimista porque creo en los seres humanos, en la ciencia, en el progreso y hasta en el porvenir de mi país. Y también soy optimista porque la felicidad no está en el cielo sino en la tierra, no estaría fuera de nosotros sino en nosotros mismos.

¿Y qué impediría la felicidad? Pues los prejuicios sociales.

El primero sería el de la muerte, el terror al infierno, pero la muerte es un hecho tan normal como la vida. Lima se preguntaba, ¿qué sería de los hombres si fueran eternos y si las instituciones revistieran un carácter absoluto? Por mi parte, me quedo con lo segundo, dado que algunos son defensores de que nada cambie, de que todo debe ser eterno, a pesar de que la realidad y la historia lo desmienten constantemente. Así pues, me permito el derecho de hacer una lectura contra el conservadurismo de dicho interrogante.

El segundo prejuicio era lo que denominaba el “prejuicio de razas”. Si se proclamaba la libertad de cultos por qué no había de proclamarse la igualdad de razas, se preguntaba. Nosotros adaptamos este interrogante a nuestro presente y lo aplicamos, además de al racismo creciente en nuestras opulentas sociedades, a la cuestión de los inmigrantes.

El tercer prejuicio se refería a los sexos y las clases, es decir, discriminación de la mujer y pruritos de clasismo y hasta de los derivados de las condiciones sociales.

Todos los prejuicios serían vestigios del pasado, y generarían repulsa en “nombre de la conciencia social”. Este texto es de 1912 o, al menos, se publicó en aquel año, pero, parece de hoy, con las oportunas adaptaciones. Perjuicios, y prejuicios.

Y frente a ellos, ayer como hoy, el arma del librepensamiento, un combate contra los prejuicios. Gracias, amable librepensador portugués por escribir unos pocos párrafos hace 110 años, que son de hoy mismo.

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