Ayer, la cúpula de la Iglesia volvió a corroborar que su mensaje se dirige fundamentalmente -erre que erre- a los sectores sociales más conservadores.
Si alguna empresa demoscópica hubiera llevado a cabo, in situ, un sondeo o encuesta sobre las tendencias ideológicas de los asistentes a la misa-concentración, promovida, sobre todo, por el cardenal-arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, los resultados habrían sido aplastantes. La inmensa mayoría de los asistentes al show eclesiástico fueron, sin apenas dudas, gentes que votan a la derecha y que con certeza no saben aún si apoyar –como castigo a Mariano Rajoy- al partidito de Rosa Díez.
Sexo seguro
El obispo de Valladolid, Braulio Rodríguez, ha arremetido contra el ministro de Sanidad, Bernart Sòria, y ha preguntado a los socialistas “¿por qué tratan de ganar votos de jovencitos burgueses proporcionándoles sexo seguro?”. Esta reflexión del prelado vallisoletano, así como la de Benigno Blanco, nos lleva a la conclusión de que estamos ante mentalidades con rasgos paranoicos, obsesas del maniqueísmo, entusiastas del “pensamiento único” y dispuestas a creerse las mayores estupideces que pueden pronunciarse.
La fe del carbonero
Asistimos de nuevo al profundo desprecio, y también a las amenazas de condena eterna –por parte de los jerarcas de la Iglesia católica-, hacia quienes no practican la fe del carbonero, a quienes defienden no tanto un modelo obsoleto de familia cuanto la libertad de pensamiento y de conciencia y, por último, a quienes, siendo progresistas, creen que Cristo no puede continuar siendo rehén de la derecha más reaccionaria.
El túnel de tiempo
Lo cierto, sin embargo, es que el descenso en picado de católicos practicantes no hace otra cosa más que confirmarse día a día. Los jefes de la Santa Sede perdieron la oportunidad de profundizar en el Concilio Vaticano II, órgano regeneracionista que puso en marcha Juan XXIII en los primeros años de la década de los sesenta. Desde entonces ahora, viajamos por el túnel del tiempo y no dejamos de circular con creciente temor y frustración entre las tinieblas más sombrías.
El Concilio
Juan XXII, en el discurso inaugural del Concilio, el 22 de octubre de 1962, criticó severamente a los “profetas de las calamidades” que sólo saben “ver inconvenientes y errores y no anuncian más que desgracias, como si la desaparición del mundo estuviera al caer”. Ha transcurrido casi medio siglo desde aquella fecha. Ayer, en Madrid, hubo concentración, con misa incluida, de “profetas de las calamidades”. Volvieron a anunciar naturalmente “desgracias”. Hicieron honor a su oficio, que es el de sepultureros. Enterraron una vez más toda esperanza de que la religión católica vuelva a ser algún día la de Jesús de Nazaret y no la de sus impostores.
Enric Sopena es director de El Plural
–> Muchos de ellos, además, son oyentes habituales de la COPE y lectores de El Mundo, ABC o La Razón, admiran a Esperanza Aguirre -por algo su Telemadrid retransmitió el acto pretendidamente religioso de la plaza de Colón- e incluso la idolatran casi hasta el éxtasis, y desde luego odian a José Luís Rodríguez Zapatero. Lo odian, naturalmente, porque –más allá de errores y de aciertos- Zapatero enarbola como presidente del Gobierno, y desde el 14-M de 2004, el estandarte de la izquierda o del progresismo. El jefe del Ejecutivo, por consiguiente, no es de fiar, según opinan loa gurús de Génova 13. Es un lobo con piel de oveja, señalan. O un masón, según soltó de pronto la periodista Pilar Urbano hace unos meses en La Noria, sin venir a cuento, y haciendo uso pro domo sua del refrán “calumnia, que algo queda”.
La música, la de siempre
Hemos comprobado que, en esta ocasión, los obispos católicos españoles, siguiendo instrucciones de Benedicto XVI, han procurado no hurgar en la herida y han evitado más broncas directas con el PSOE. La letra del acto ha parecido inocua. Pero –no nos engañemos- la música ha sido la de siempre. Aquí no se ha movido ni una letra, ni una coma, ni un punto y seguido. Rouco Varela, en su sermón, subrayó que “la verdadera familia se basa en un varón y una mujer amándose hasta la muerte”. Semejante majadería, que sólo se aguanta desde el simplismo intelectual, es otra forma de desacreditar al Gobierno y de cargar de nuevo contra los matrimonios entre homosexuales. Se trata de transmitir a la ciudadanía que fuera de las teorías de Rouco Varela y compañía -que son similares a las del Vaticano-, no hay salvación.
Recursos ultramontanos
Lo recursos ultramontanos o de nostalgia del nacional-catolicismo se han prodigado estos días, en torno al nuevo numerito impulsado por la Conferencia Episcopal Española. El presidente del Foro Español por la Familia, Benigno Blanco –estrecho colaborador de Francisco Álvarez-Cascos, siendo éste ministro de Fomento, mientras deslumbraba España con sus aventuras sentimentales y su peculiar concepto de la familia cristiana–, ha aprovechado para comparar la defensa de la familia, contemplada con óptica tradicional, con la lucha de la Iglesia contra el marxismo y el nazismo.
Sexo seguro
El obispo de Valladolid, Braulio Rodríguez, ha arremetido contra el ministro de Sanidad, Bernart Sòria, y ha preguntado a los socialistas “¿por qué tratan de ganar votos de jovencitos burgueses proporcionándoles sexo seguro?”. Esta reflexión del prelado vallisoletano, así como la de Benigno Blanco, nos lleva a la conclusión de que estamos ante mentalidades con rasgos paranoicos, obsesas del maniqueísmo, entusiastas del “pensamiento único” y dispuestas a creerse las mayores estupideces que pueden pronunciarse.
La fe del carbonero
Asistimos de nuevo al profundo desprecio, y también a las amenazas de condena eterna –por parte de los jerarcas de la Iglesia católica-, hacia quienes no practican la fe del carbonero, a quienes defienden no tanto un modelo obsoleto de familia cuanto la libertad de pensamiento y de conciencia y, por último, a quienes, siendo progresistas, creen que Cristo no puede continuar siendo rehén de la derecha más reaccionaria.
El túnel de tiempo
Lo cierto, sin embargo, es que el descenso en picado de católicos practicantes no hace otra cosa más que confirmarse día a día. Los jefes de la Santa Sede perdieron la oportunidad de profundizar en el Concilio Vaticano II, órgano regeneracionista que puso en marcha Juan XXIII en los primeros años de la década de los sesenta. Desde entonces ahora, viajamos por el túnel del tiempo y no dejamos de circular con creciente temor y frustración entre las tinieblas más sombrías.
El Concilio
Juan XXII, en el discurso inaugural del Concilio, el 22 de octubre de 1962, criticó severamente a los “profetas de las calamidades” que sólo saben “ver inconvenientes y errores y no anuncian más que desgracias, como si la desaparición del mundo estuviera al caer”. Ha transcurrido casi medio siglo desde aquella fecha. Ayer, en Madrid, hubo concentración, con misa incluida, de “profetas de las calamidades”. Volvieron a anunciar naturalmente “desgracias”. Hicieron honor a su oficio, que es el de sepultureros. Enterraron una vez más toda esperanza de que la religión católica vuelva a ser algún día la de Jesús de Nazaret y no la de sus impostores.
Enric Sopena es director de El Plural