Somos muchos los ciudadanos hartos de la exagerada protección que reciben unos “sentimientos” que no se fundamentan en ninguna evidencia científica, en ninguna fuente histórica incuestionable, en ningún axioma racional, en ningún consenso democrático, en ningún…
“Sentimientos” que, además, han provocado guerras, persecuciones, exilios, genocidios, atentados terroristas e incuria científica.
Ciertamente, la religión ha coloreado la vida de muchas personas (a otras se la ha entenebrecido) y ha aportado paz a no pocos seres humanos (también guerras y angustia a multitudes) pero, al final, debemos convenir que nos hayamos ante fantasías, mitos plagiados de culturas que, en muchos casos, desaparecieron en el pozo de los siglos.
Pese a ello, no defiendo la mofa de unas creencias, por delirantes que resulten, pero de ahí a desplegar en su defensa la maquinaria del Estado dista una galaxia. Y el absurdo alcanza dimensiones cósmicas en nuestra patria donde el ordenamiento jurídico permite el escarnio diario de un presidente de Gobierno legítimo, votado por millones de ciudadanos, mientras que castiga la misma acción dirigida hacia personajes que tal vez ni existieron.
Pensemos que el Código Penal español condena con pena de prisión o multas durísimas a quienes “ofendan los sentimientos religiosos”. Esa ofensa podría consistir en pitorrearse al escuchar que un tal Jonás pasó tres días en la panza de un pez gigante.
O que Elías fue arrebatado al cielo en un carro de fuego. O que un nazareno (de moralidad ejemplar, sin duda) resucitó a un amigo llamado Lázaro. Si bien tiempo después, se resucitaría a sí mismo tras lo cual volaría hacia los cielos sonde sería ocultado por una nube.
Sus seguidores cantaban y rezaban diariamente alimentados por la dulce esperanza de que aquel maestro regresaría en breve. De hecho, él lo había prometido. Además, en su vuelta vendría acompañado de una temible guarnición de ángeles.
Unos miles de años antes, una mujer, tras conversar con una culebra habladora, convencería a su compañero para comer un fruto prohibido por Dios. La infracción del precepto les acarreó la expulsión de su paraíso terrenal. Los testigos de Jehová predican, puerta a puerta, que Dios está a punto de restaurar ese paraíso en la tierra.
También resultaría ofensivo reírse de la historia de un tal Moisés quien, golpeando el suelo con un garrote, separaría las aguas del mar. Y no se nos ocurra escarnecernos del libro del Apocalipsis, escrito en el primer siglo de nuestra era, donde se asegura que Jesucristo vendrá en breve. Sus páginas, aunque espléndidas de lirismo, desatan un escenario de tintes alucinógenos, plagado de bestias con múltiples ojos y cuernos, seres celestes que arrojan copas y abren sellos, catástrofes, trompetas, muertes, fuego, dolor…
Pues bien, el Juzgado de Instrucción 6 de Valladolid ha incoado diligencias previas contra el cómico Leo Bassi por presunto delito de “ofensa a los sentimientos religiosos” tipificado en el apartado primero del artículo 525 de nuestro vigente Código Penal.
Parece ser que el juglar ha parodiado, con mejor o peor gusto, creencias como las descritas. Algunos se han sentido muy “ofendidos” y han impulsado la acción de la justicia. Con el debido respeto, repito que me parece demencial que un Estado moderno se ocupe de estos asuntos. Todo parece un disparate onírico, surrealista…en algunos aspectos parece que no hemos superado la Edad Media.
Sí, es tristemente real, la libertad de expresión se ve todavía limitada por un “respeto” hacia unas “sentimientos” derivados de mitos…
Reflexionando sobre todo lo anterior, solo cabe concluir que urge la derogación de esta ridícula normativa de “ofensa de los sentimientos religiosos”. Hasta me atrevería a plantear si no son esos sentimientos y esas creencias las que realmente ofenden…la inteligencia.
Gustavo Vidal Manzanares es jurista y escritor