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Ocho de marzo, codo con codo

Hoy, 8 de marzo de 2018, he  (hemos) vivido una jornada histórica en la lucha por los derechos de las mujeres, expresados sintéticamente en estos dos principios: igualdad y justicia.

Hoy, una vez más, me he vuelto a sentir orgulloso de compartir mi vida con tres mujeres maravillosas (mis dos hijas y mi compañera) que tienen un elevado concepto de dichos principios y que los llevan a la práctica tanto en su entorno más íntimo como en sus relaciones sociales. Y en no menos medida me enorgullece, por los mismos motivos, coincidir con mis dos hermanas y con tantas y tantas amigas.

Asimismo, me ha producido una inmensa satisfacción ver a esa multitud de jóvenes (hombres y mujeres) que se incorporan a la lucha por la igualdad a una edad en que la reflexión y discusión colectiva sobre la violencia de género, los estereotipos de género, la igualdad en todos los ámbitos de la vida, la necesidad de una justicia que no discrimine a la mujer por el hecho de serlo, los derechos sexuales y reproductivos, y tantos otros temas relacionados con el feminismo, van a formar parte de su vida cotidiana y, por tanto, puede ser decisivo en el desarrollo de su personalidad y en su maduración como seres humanos. Y este gigantesco movimiento social, que ha puesto en el orden del día todas estas cuestiones y ha sido capaz de movilizar hasta donde la vista no alcanza, no es otro que el movimiento feminista, o dicho de otra manera, las mujeres, como sujeto social, cogiendo las riendas de su presente para proyectarlo hacia el futuro.

En un determinado momento de la manifestación de hoy, yendo de la mano de mi compañera, se nos ha acercado una mujer que debía ser del servicio de orden, y nos ha dicho que ese tramo de manifestación era sólo para mujeres y que yo no podía estar allí. Le he comentado que me parecía un comportamiento sectario, pero que acataba el criterio de la organización y nos hemos ido a la zona “mixta” (con partidos, sindicatos y movimientos de muy diverso tipo, muchos de los cuales también se reclamaban del feminismo).

Inmediatamente han venido a mi mente los tiempos no tan lejanos (años setenta del siglo pasado) en que las piscinas de Educación y Descanso (una organización cultural y recreativa dependiente de los sindicatos franquistas) tenían espacios independientes, y por tanto separados (segregados, diríamos hoy), para varones y mujeres. O esos colegios, mayoritariamente religiosos, en los que los niños y las niñas estaban separados, que hoy siguen siendo de “rabiosa actualidad” por este y otros muchos motivos.

No es mi intención lanzar exabruptos ni ironizar con las cuestiones relacionadas con el feminismo, porque sus valores igualitarios y no discriminatorios los llevo ejerciendo desde hace casi medio siglo, tanto en mi ámbito más intimo como en mi práctica social. El menosprecio y la ironía los dejo para los enemigos del feminismo. Pero debo confesar que en las múltiples manifestaciones (feministas) por los derechos de las mujeres, por la interrupción voluntaria del embarazo, contra la violencia de género, o los mismos 8 de marzo, en todas ellas, hasta hoy, he podido caminar, hablar, gritar, bailar junto a las mujeres. Eso, hoy, en un tramo fuertemente acotado y vigilado de la manifestación, ha sido imposible.

Ignoro qué parte del movimiento feminista está detrás de estas prácticas, así como la teoría que sustenta las mismas, pero me parece un comportamiento profundamente erróneo. ¿Qué principios filosóficos sirven de base a esta conducta? ¿Qué principios políticos? ¿Qué razones tácticas? Sería bueno que l@s que creemos, como el poeta, que en la calle codo a codo somos mucho más que dos, supiéramos por qué hoy no hemos podido ir los varones codo a codo con tantas mujeres y por qué estas mujeres piensan que así pueden sumar.

Quien lucha por la igualdad, al nivel que sea, tiene el deber de ser portador de ese mismo principio a través de su conducta en todos los ámbitos de su vida, tanto en el íntimo como en el social. Difícilmente se puede luchar por la igualdad manteniendo comportamientos no igualitarios y segregadores. Asimismo, la discriminación por motivo de sexo, está expresamente prohibida por la Declaración de Derechos Humanos de 1948. ¿Quizás el concepto que sobre el principio de justicia tiene este sector feminista segregador, sin la compañía de los hombres que creen en los valores del feminismo y lo ponen en práctica, les parece que les acerca, en mayor medida, a conseguir justicia para tantas mujeres sojuzgadas, explotadas, adoctrinadas, violentadas o asesinadas?

Si acaso la respuesta fuera sencillamente de carácter táctico, es decir, una forma de visibilizar exclusivamente el poder de las mujeres, ¿es necesario que las mujeres se manifiesten solas para hacer más visible el poder del feminismo? Yo creo que el poder del feminismo se demuestra con la manifestación de millones de mujeres y hombres en la calle, luchando sí, codo con codo, por la igualdad y la justicia. Y creo que los comportamientos comunitaristas, encerrando a las mujeres en sí mismas, perjudica más que beneficia al movimiento feminista, es profundamente antidemocrático y provoca la incomprensión de la sociedad.

Creo que sería clarificador que las mujeres que han inspirado este comportamiento ofrecieran sus argumentos razonados, para que puedan enjuiciarse crítica y libremente, como corresponde con cualquier movimiento que se autoproclama democrático (y, sinceramente, no dudo que lo es). Yo, por mi parte, seguiré manifestándome por la igualdad y la justicia para todas las mujeres en cualquier circunstancia, a favor de los derechos de todas, aunque algunas no me dejen ir a su lado. Debo ser un antiguo, pero sigo pensando que en la calle, codo a codo, somos muchos más que dos.

Rivas Vaciamadrid, 9 de marzo de 2018

Enrique Ruiz del Rosal

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*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.
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