“Rococó” responde al estilo artístico que comenzó a triunfar en la Europa del siglo XVIII y que se caracteriza por la “libertad y la abundancia en la decoración y el gusto exquisito y refinado”. El servicio a la comodidad, al lujo y a la fiesta son básicamente características propias e inalienables, así como el refinamiento, el exotismo, la mitología y la sensualidad o capacidad de incitar o satisfacer el placer de los sentidos, haciendo uso de colores luminosos, suaves y claros.
Reconociendo que precisamente el rococó no estuvo tan canonizado como el barroco o el churrigueresco, tanto en la Iglesia como en su Liturgia, también este estilo, en su diversidad de formas y versiones, influyó grandemente en la expresión de los sentimientos y enseñanzas de la catequesis proporcionada a los fieles cristianos. Y es que los símbolos -todos los símbolos- son “doctores” en Nuestra Santa Madre la Iglesia, aunque no pocos de ellos debieran cuestionarse y hasta prohibirse, por absurdos y hasta paganos.
Pero como hay obispos para todo, y de todos los estilos, también en su censo -episcopologio- , el rococó tuvo y tiene devotos y adeptos. Posiblemente sea en los ornamentos llamados “sagrados” en los que esta condición destaque y se perciba en proporciones mayores, llamando más la atención a asistentes o participantes “pasivos” en las “funciones” religiosas.
El comportamiento ajustado a lo que ordena la Liturgia, el tono de voz siempre doctoral, su protagonismo como “presidente” de las celebraciones “incensadas” y reverenciadas, y sobre todo el molesto -que no modesto- anacronismo de las mitras y báculos , les aportan a los miembros de las Conferencias Episcopales elementos sobrados como para que lo religioso se esfume o no se distinga de lo que es puramente social, ritual y ceremonioso, con ausencia de veracidad y excesos de hipocresía y mendacidad , falsedad o engaño.
Por tanto, de obispos “rococós-rococós” nada de nada. No son obispos o, al menos, hay que dudar de su autenticidad apostólica y “petrina”, por lo de piedra-roca.
Lo de obispos “teleadictos” apenas si reclama atención. LA TRECE, en mucha mayor proporción que LA DOS, se encarga de ello. Raramente se retrasmite una misa en la que el “celebrante principal” no sea un obispo, arzobispos y mejor, un cardenal. Da escalofríos pensar que tales “funciones” así sistemáticamente retrasmitidas, les proporcionen a los enfermos, impedidos, ancianos, y habitantes de pueblos rurales, la sensación de que las misas -las de su parroquia y su párroco- no son misas de verdad, sino de mentirijillas.
¿Cuándo los obispos, aún” extra-misam” y funciones litúrgicas, se trajearán como “personas normales “ y dejarán en los armarios de sus respectivos domicilios los signos de su “episcopalidad”? ¿Pero tienen “domicilio” los obispos, o dejaron ya de estar empadronados en sus palacios?
De todas maneras, con o sin afectos litúrgicamente rococós, puede resultar significo el dato de que, hasta tiempos recientes, solo el uno por ciento de los sacerdotes propuestos para tan sagrado ministerio rechazaba la propuesta del papa, vía Nunciatura Apostólica. Hoy son ya tres de los diez, quienes la rechazan por estar en desacuerdo con su praxis.
¿Usted se pondría una y otra vez una mitra, conociendo la procedencia del símbolo y el uso y abuso que de la misma se hizo y se hace con desdichada frecuencia? ¿No le resulta extraño que, sabiendo como se sabe, cómo son nombrados los obispos y cuales los “méritos “que lo hicieron posible, con excomulgadora ausencia de democracia, sean tan pocos los que decidan su dimisión espontánea y volverse a las parroquias o cargos pastorales de los que procedían…?