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Obispos de Kenya reclaman sexo sin protección

Siempre digo que la verdadera cara de la religión se ve en las épocas y lugares en los que tiene capacidad real para imponer sus doctrinas, que son generalmente aquellos donde la política secular está ausente o mira para otro lado, la educación falta y la pobreza reina. El caso de la polifacética Iglesia Católica es bien conocido. En el mundo desarrollado y en muchas de las grandes urbes de América Latina al catolicismo no le queda más que protestar contra las medidas que buscan, por ejemplo, librar a las mujeres del rol de úteros ambulantes al que las condenan la cultura y la religión tradicionales. No así en otros lugares, donde la palabra de los obispos tiene un peso político mucho más marcado. Allí la retórica moralista, moderada, falsamente respetuosa, desaparece del discurso clerical.

Esto es lo que tenían que decir los obispos de Kenya sobre una iniciativa internacional de planificación familiar a la que el país se unió recientemente, y que dedicará 4.200 millones de dólares a la promoción del acceso a los anticonceptivos para mujeres en países pobres:

Esta iniciativa de agencias extranjeras, cuyos motivos apenas comprendemos (…), podría llevar a la destrucción de la sociedad humana y, por extensión, de la raza humana. No podemos permitir que nuestro país sea parte de una agenda internacional manejada por fondos extranjeros, perdiendo así nuestra independencia y nuestros valores africanos de familia y sociedad. Las mismas fuerzas extranjeras están dedicando millones a promover las uniones homosexuales mientras millones de mujeres mueren por falta de instituciones de cuidado materno. Más aún, el uso de anticonceptivos, especialmente en forma tan radical (…), es deshumanizante y va en contra de la Enseñanza de la Iglesia, especialmente en un país como Kenya, donde la mayor parte de la gente es cristiana y temerosa de Dios.

Hay que decir que los puntos aquí cubiertos muestran un admirable poder de síntesis. Todo está ahí, en orden:

  1. La apelación a los sentimientos xenofóbicos y conspirativos (“agencias extranjeras cuyos motivos apenas comprendemos”).
  2. La hipérbole sobre la extinción humana, que la Iglesia ya asume con naturalidad dentro de su fantasía paranoica de la “cultura de la muerte”, en el cual se incluye todo desde los preservativos hasta el lesbianismo.
  3. Otra vez la xenofobia, el nacionalismo y la tradición (“nuestra independencia y nuestros valores”).
  4. El codazo irrelevante (pero necesario, dada la obsesión de los obispos con el sexo gay) al matrimonio homosexual.
  5. La sensata pero engañosa idea de que se podrían gastar más recursos en maternidades y menos en anticonceptivos (cuando de hecho no hay sistema de salud que soporte una carga demográfica que crece aceleradamente).
  6. La presunción de que la “Enseñanza de la Iglesia” (es decir, la palabra de quien escribe, elevada a estatus de dogma indiscutible) es representativa de la mentalidad del pueblo y por tanto vale más que cualquier iniciativa estatal.

Todos estos elementos son tópicos tan trillados que uno puede imaginarse que existe una plantilla estándar o molde para aplicarlos a estos documentos o declaraciones, sin importar de qué país se trate. (Creo que con mis modestas dotes de programador podría escribir un “Generador de Documentos Episcopales”, con unos pocos parámetros variables para el caso, en una o dos horas, máximo.)

Lo único ligeramente fuera de lugar es la acotación de que el uso de anticonceptivos de la forma propuesta es “radical”. ¿Qué cosa no sería “radical”? ¿Qué cosa sería realmente radical? Si me preguntaran, una educación sexual laica, científica y crítica. En el sentido estricto y etimológico, atacaría la raíz del problema: la idea —reforzada religiosamente— de que las mujeres están hechas para ser máquinas reproductoras, que sólo existen para ser madres. Esta idea de que la reproducción es la función primaria del ser humano y de que no puede obstaculizársela de ninguna forma (¡ni emplear los órganos sexuales para otra cosa!) es lo que yo encuentro personalmente “deshumanizante”. Lo que la Iglesia propone es que tengamos, literalmente, sexo como animales: “natural”, sólo reproductivo, sin placer, sin previsión, sin verdadera elección.

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