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Nuevo aporte sobre el librepensamiento y la mujer a comienzos del XX

Nos acercamos a otro texto, sacado de la inagotable fuente que suponen Las Dominicales del Libre Pensamiento, sobre la consideración del libre pensamiento en relación con la mujer, en esa mezcla de lucha en favor de la emancipación de la misma, con tintes paternalistas, y que venimos trabajando en los últimos tiempos en estas páginas de El Obrero. Esta vez hemos trabajado con una columna publicada en el número del 12 de enero de 1906, sin firma.

El articulista consideraba que el medio más eficaz para acabar con el “clericalismo” en España era “descatolizar” a la mujer.

Había que mostrar a la mujer el mal que se hacía a sí misma mientras permaneciese en ese estado de ignorancia, que le hacía creer en una divinidad que no existía, y mientras adorase y se postrase ante imágenes y símbolos que son los recursos del “modus-vivendi” de la religión y estuvieran dependiendo sus conciencias del confesionario, el librepensamiento no tendría toda la fuerza que debiera tener.

Por eso todos los librepensadores tenían que deber casi sagrado, el de “apartar esta imbécil superstición de la mujer”.

Lo primero que había que hacer era educar a la mujer desde niña en escuelas laicas, para que cuando saliera de las mismas se apartase de los templos y se acercase más a sus padres, que serían los verdaderos “jueces de sus faltas”, y con los que gracias a sus consejos se podía trabajar para una humanidad “nueva y floreciente”.

El problema estaba, siguiendo el argumento clásico del librepensamiento, en el trabajo de la madre que, al ser presa del supuesto fanatismo religioso lo inoculaba en los hijos, cometiendo un verdadero delito de “lesa majestad”, consiguiendo que el niño dejase de moverse y pensar libremente. Pero si lo educaba en el librepensamiento estaba contribuyendo a que germinase en él los grandes ideales de libertad, trabajo y fraternidad, además de que se convertiría en un futuro hombre que amaría el bienestar y el progreso de la humanidad.

El artículo terminaba afirmando de forma contundente que mientras la religión tuviera el fuerte apoyo de la mujer no se conseguiría gran cosa, es decir, la influencia de la Iglesia sobre la mujer terminaba por ser el quid de la cuestión de la lucha del librepensamiento. Por eso, había que concentrar todos los esfuerzos en apartar a la mujer de todo lo que se refería a la religión.

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