Hace ya bastante tiempo, leyendo sobre el proceso de exterminio indígena llevado a cabo en Argentina a finales del siglo XIX —y sobre el que volveremos—, leí que en la Exposición Universal de París de 1889 nueve aborígenes selk’nam —conocidos también como onas— de Tierra del Fuego fueron exhibidos en una jaula como si fuesen animales.
Esta ‘exposición’ de indios fueguinos fue organizada por el ballenero belga Maurice Maître, quien los llevó encadenados desde la bahía San Felipe. Dos de los once selknams murieron durante el viaje y solo seis lograron regresar a su tierra natal. No sólo se trató de una aprehensión forzada, sino que fueron sometidos a condiciones profundamente degradantes. Fueron obligados a permanecer sucios y sin posibilidades de higiene, y debían “actuar” diariamente para los visitantes; por ejemplo, eran alimentados con carne cruda para reforzar la imagen de “salvajes” ante el público europeo.
En esa misma Exposición Universal de París de 1889, que atrajo unos 28 millones de visitantes, bajo la Torre Eiffel se instaló la que sería una de las principales atracciones, el “village nègre”, donde fueron exhibidas alrededor de 400 personas africanas, canacas (Nueva Caledonia) y anamitas (Vietnam), recreando para ello supuestas aldeas “primitivas”. Los visitantes podían observar sus viviendas, vestimenta y actividades cotidianas. La idea era presentarlo como una muestra etnológica, pero en realidad era un espectáculo circense, un “zoológico humano” que buscaba asombrar y entretener a los visitantes.

Precisamente, el fenómeno de los zoos humanos constituye uno de los capítulos más oscuros e infames de la historia contemporánea. Miles de personas, procedentes en su mayoría de territorios colonizados, fueron exhibidas ante el público europeo y estadounidense como si se tratara de animales exóticos o como ‘pruebas vivientes’ destinadas a legitimar las teorías racistas de la época.
Estas exhibiciones alcanzaron su auge entre finales del siglo XIX y principios del XX. Amparadas en un supuesto rigor científico o etnológico, a menudo se ofrecían como un simple espectáculo. Sin embargo, uno de sus objetivos era reafirmar la pretendida superioridad de la civilización occidental frente a los pueblos colonizados. El caso es que hubo ‘zoológicos humanos’ en numerosos países, especialmente en Europa y América. En París, Londres, Bruselas y Madrid fueron montadas verdaderas “aldeas” donde africanos, asiáticos, o indígenas americanos eran obligados a representar escenas de su vida cotidiana, o más bien, de cómo los europeos imaginaban que era esa vida.
Alemania y Bélgica destacaron como países especialmente activos en la organización de zoológicos humanos. Así en Alemania, estos espectáculos fueron especialmente frecuentes y generalizados. Por ejemplo, en la Exposición Comercial de Berlín celebrada en el parque Treptower en 1896, se recrearon asentamientos africanos donde más de un centenar de personas de Togo y Camerún fueron exhibidas ante el público. También los zoológicos de Dresde, Colonia, Frankfurt o Leipzig organizaron en conjunto más de 160 exposiciones ‘etnológicas’, en las que se mostraron cientos de personas procedentes de África, Asia y América bajo la idea de exhibir culturas consideradas “exóticas”. Destacó también el Tierpark —literalmente, ‘parque de animales’— de Hamburgo creado por Carl Hagenbeck, empresario recordado como un innovador en la exhibición de animales y el diseño de zoológicos. También fue pionero en crear “aldeas vivas” en los zoos con la presencia de samis, samoanos, inuit, nubios y otros pueblos no europeos.

Por su parte, en Bélgica estos eventos también tuvieron una gran repercusión. En la Exposición de Tervuren Congo de 1897, se presentaron 267 congoleños en un decorado artificial que imitaba su vida cotidiana, muriendo siete de ellos durante la muestra. También en la Exposición Internacional de Amberes, celebrada en 1885 y 1930, se exhibieron pueblos congoleños y ruandeses. Un último ejemplo de estas barbaridades es la Feria Mundial de Bruselas de 1958, donde se organizó un “Jardín Tropical” con unos 600 congoleños.
De igual manera, Francia, Suiza, Italia, Estados Unidos, Noruega, Dinamarca, Australia, Japón, Brasil o España organizaron este tipo de exposiciones. En EEUU, en 1906, Ota Benga, hombre mbuti (pigmeo) del Congo fue exhibido en la Casa de los Monos y encerrado en una jaula con un orangután el Zoológico del Bronx (Nueva York).
Como ya se señaló, España no fue ajena a esta tendencia. De este modo, la Exposición Internacional de Barcelona de 1888 incluyó la exhibición de indígenas amazónicos y filipinos; prácticas similares se repitieron en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929 y en Valencia en 1942, donde se exhibieron personas pertenecientes a tribus de Guinea Ecuatorial. De todas estas ‘muestras’ destaca la celebrada en 1887 en el Parque del Retiro con motivo de la Exposición General de las Islas Filipinas. El Ministerio de Ultramar organizó la llegada y exhibición de entre 40 y 50 personas filipinas, pertenecientes a diferentes grupos étnicos como igorrotes, tinguianes, negritos y carolinos, los cuales fueron obligados a vivir durante meses en el parque en cabañas construidas para simular sus supuestos “hábitats naturales”. Ataviados con vestimentas consideradas “típicas” y realizando labores artesanales o rituales, fueron presentados al público madrileño como parte de una exhibición etnográfica que hoy sin ninguna duda califica como ‘zoo humano’. El evento fue ampliamente publicitado y visitado, y se encuadró dentro de la lógica colonialista de la época que pretendía mostrar la “riqueza” y el “exotismo” de las colonias españolas. La exposición incluyó también animales exóticos y objetos traídos de Filipinas. Al menos cuatro personas filipinas murieron durante el evento.

Hoy es inconcebible algo así, y estos episodios son símbolos de la deshumanización y el racismo científico que caracterizaron la era colonial europea. Los zoos humanos no solo eran espectáculos, sino herramientas de propaganda colonial y racismo científico. Se presentaba a los exhibidos como “primitivos”, “salvajes” o “eslabones perdidos”, reforzando prejuicios y estereotipos. Para darle una pátina más científica, estas exhibiciones estaban acompañadas por carteles explicativos, mediciones craneales o comparaciones con animales; de esta manera se buscaba legitimar la idea de la inferioridad de los pueblos colonizados y justificar la dominación imperial.
Las personas exhibidas sufrían condiciones deplorables: malnutrición, enfermedades, frío, humillaciones públicas y burlas, ya que el público solía arrojarles plátanos o cacahuetes. Sometidas a condiciones de maltrato, penosos traslados y al rigor del frío europeo, muchas de estas personas murieron durante las exhibiciones. Hubo además casos emblemáticos como el de Saartjie Baartman (“la Venus hotentote”), exhibida en Londres y París como una atracción circense (un ‘bicho raro’) y obligada a desfilar casi desnuda en escenarios y jaulas, o el ya mentado del pigmeo Ota Benga encerrado junto a un orangután en el zoo del Bronx. Todo ello ilustra claramente de la brutalidad y la deshumanización de estas prácticas. Precisamente, a medida que fue aumentando la sensibilidad del público, estos espectáculos fueron desapareciendo. Parece que el último zoo humano a gran escala se clausuró en Bruselas en 1958, durante la Exposición Universal, donde las personas exhibidas en una ‘aldea congoleña’ sufrieron tal nivel de abuso que terminaron rebelándose y forzando el cierre.

Lo zoos humanos son símbolo de la barbarie colonial y del racismo institucionalizado, y su recuerdo sigue siendo incómodo por lo que, en muchos casos, ha sido silenciado o minimizado en la memoria colectiva europea. No queda muy bien recordar que personas de origen africano, asiático o americano eran expuestas como animales, sin embargo la historia de los zoos humanos no deja de ser una advertencia sobre los peligros de la deshumanización, del racismo disfrazado de ciencia y la banalización del sufrimiento ajeno en nombre del espectáculo o el progreso.
La deshumanización del ‘otro’ es el primer peldaño hacia su sometimiento y exterminio; negar la humanidad ajena allana el camino para el abuso y la violencia sin remordimientos. Ejemplos sobran en la actualidad.
En definitiva, esta lógica de despojar al otro de su humanidad, ayer y hoy, sigue siendo un peligro real y latente: es siempre un paso previo hacia atrocidades mayores.

*Jose A. Serrano Álvarez Doctor en Historia Económica (Universidad Autónoma de Barcelona). La pervivencia del comunal en la transición a una economía capitalista, León (1800-1936).Entre sus publicaciones, Cuando el enemigo es el Estado: la gestión de los bienes comunes en el noroeste de España (1850-1936) 2014.
Fuente: publicado originalmente en La nuestra tierra 17 de julio de 2025
Portada: nueve aborígenes selk’nam, también conocidos como onas, originarios de Tierra de Fuego, exhibidos en la Exposición Universal de París de 1889
Ilustraciones: Conversación sobre la historia



