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No es tiempo de cobardes

No reivindicar la República, ni la anulación de los acuerdos con la Iglesia para instaurar un Estado laico, ni denunciar el expolio de la OTAN no les atraerá más votos de los católicos integristas que quieren que el aborto se prohíba en todo caso

Los convulsos momentos que estamos viviendo exigen que los pueblos y los dirigentes revolucionarios se hallen a la altura de las circunstancias. El triunfo del capital tras la derrota de la Unión Soviética significó, como no podía ser menos, la derrota de los trabajadores y de las mujeres. Alzándose con la victoria sobre las luchas sociales, el capitalismo ha impuesto durante este último cuarto de siglo las condiciones más onerosas para la clase obrera, para los intelectuales, para las pequeñas empresas y los llamados autónomos, que son esclavos de las grandes corporaciones. Las mujeres hemos mantenido la mayoría de nuestras conquistas legales, pero desde el punto vista laboral y social estamos aún más explotadas que los hombres.

Ese era el plan previsto por el capital financiero, industrial y militar para acabar con las rebeliones, huelgas y organizaciones laborales que habían alcanzado algunos éxitos en el siglo XX, como describí y analicé en mi libro Trabajadores del Mundo, ¡rendíos!, que publiqué en 1994; es decir, mucho antes de que otros sociólogos y politólogas hicieran sus denuncias. Pero como siempre sucede a los y las precursoras, nadie me hizo caso. Hoy es un clamor multitudinario en las clases trabajadoras. Y hoy parecen haber superado el conformismo y el sueño de la abundancia con que les doparon y en el que sestearon durante un cuarto de siglo, ante los efectos devastadores de la derrota en la sempiterna guerra entre el capital y el trabajo.

Varios sectores ciudadanos se han organizado para intentar ganar la batalla a los partidos de derecha que gobiernan como un eficaz Consejo de Administración del capital, según expresaba tan clara y sucintamente Marx. Así se han tomado algunas trincheras, como ya comentaba en mi anterior artículo (La ciudadanía ha ganado, pero pueden perder), pero que nadie se engañe, no se han conquistado las grandes plazas. Dentro de cuatro meses se dirime el Gobierno central, y únicamente agrupándonos todos en la lucha final tendremos alguna posibilidad de que gobierne la izquierda.

Y digo conscientemente la izquierda, porque todos los programas progresistas son de izquierdas aunque haya formaciones políticas que le tengan pánico a la palabra. Pánico que están inoculando a la propia gente a la que quieren conquistar, y que solo ahora, en esta extraña etapa de nuestra historia, parece –eso por otra parte está por demostrar– que le tiene miedo a la “izquierda”. Ni en nuestra experiencia histórica, con la proclamación de la II República, consecuencia de la victoria de los partidos republicanos en los comicios municipales, ni cuando el Frente Popular ganó las elecciones de 1936, el pueblo español se atemorizó ante el calificativo de izquierda que se contraponía al poder caciquil, reaccionario y explotador de la derecha. Como hoy, aunque dispongamos de televisión e Internet. Y en realidad el electorado español ha votado a la izquierda mayoritariamente durante décadas porque identificaba al PSOE con la izquierda, cuestión esta de la que presumía el propio partido. Es famosa la frase de Alfonso Guerra de que “a la izquierda del PSOE no hay nada”, para desprestigiar y hundir a Izquierda Unida.

Las fuerzas y organizaciones progresistas no deben repudiar el término izquierda atacadas por el miedo de perder las elecciones, miedo que sienten más los dirigentes que las bases y que están contagiando a los sectores populares más pusilánimes. Veamos como Syriza se denomina frente de izquierda, como tanto el Partido Socialista francés, el portugués y el español se reivindican de izquierda.

Ese ridículo temor que muestran repetidamente los líderes de Podemos a ser identificados como de izquierdas, que no sé si encubre en realidad únicamente la obsesión de ser diferentes a IU para que no compita con ellos, y que parece estar contagiándose a la propia IU con esa participación en un magma que llaman Ahora en Común, y que pretenden que sea la Unión Popular que tantas reclamamos, no dará buenos rendimientos.

Primero porque ni Iglesias ni los de Ahora en Común engañarán a la burguesía ni a los sectores reaccionarios encubriéndose bajo mantras tales como que “no somos ni de izquierda ni de derechas” ni tampoco hablando de las Mareas Ciudadanas para no mencionar el maldito nombre de Frente Popular. No hay más que oír a los comentaristas televisivos y leer los editoriales de la prensa delrégimen para saber que la campaña de la derecha está basada en asustar a la ciudadanía con la venida del coco de la izquierda representada en Podemos, IU y las coaliciones ciudadanas. Como le pasó a Santiago Carrillo cuando invirtió todo su caudal político, su tiempo y sus esfuerzos en convencer a la burguesía de que los comunistas eran buenos, sin conseguirlo.

Pero además, los dirigentes de Podemos y de los otros partidos coaligados no conocen a sus electores. A estos no les importa que sean de izquierda, por el contrario, son fervorosos seguidores de ella y se lo reclaman. El PSOE perdió las elecciones cuando dejó de serlo. En su casa, sin manifestarse, hay miles de comunistas, republicanos y socialistas que han dejado de votar decepcionados y frustrados porque sus partidos se han portado como los de derechas. Y también miles de mujeres se abstienen en las elecciones porque nadie les presenta un programa feminista. No hay más que seguir los comentarios, denuncias y quejas que se vierten diariamente en las redes sociales.

Que no se crean esos Maquiavelos de vía estrecha que con sus astucias, ocultaciones y mistificaciones están ganando votantes. No les pido firmezas ideológicas ni sensibilidades sociales y feministas ni que sean compasivos. Solo les requiero para que hagan un ejercicio de oportunismo electoral, que es lo que en realidad persiguen, enterándose de los verdaderos sentimientos y anhelos de las mujeres y de los trabajadores que pretenden que les voten. No reivindicar la República, ni la anulación de los acuerdos con la Iglesia para instaurar un Estado laico, ni denunciar el expolio de la OTAN no les atraerá más votos de los católicos integristas que quieren que el aborto se prohíba en todo caso ni de los que creen que Syriza y las Mareas y los dirigentes de Podemos o Queremos o Comemos –han puesto esos nombres porque creen que no están comprometidos– van a traer a España el caos de la Venezuela bolivariana. Esas estrategias que se creen tan inteligentes no le han proporcionado a Podemos más que el 14% de los votos, y les quitará, a ellos y a los que los imiten, los de tantos que exigimos una verdadera política de izquierda.

Pero es cierto que estamos en el momento adecuado para que las fuerzas de varias izquierdas ganen a la derecha, siempre que vayamos unidas, siempre que las electoras y los electores tengan una sola papeleta que oponer a la de los PSOEs y PPs y Ciudadanos, organizadores y administradores del sistema en el que estamos hundidos. Si Podemos y otros no lo entienden así, en diciembre veremos una vez más perdidas nuestras esperanzas. La gente está ávida de oír declaraciones sinceras y directas, de que les prometan proyectos de transformación del país, sin matizaciones, vacilaciones, mistificaciones ni eufemismos. No quieren reformas ni cambios ni recambios, quieren la ruptura que no se ha hecho en España por miedo, que es la línea roja que atraviesa la historia nuestra desde hace tres cuartos de siglo.

Estoy segura de que un discurso republicano, laico, antimilitarista y feminista tendría mucho más éxito que esos balbuceos sinuosos y populacheros con los que nos obsequian cada día los candidatos y bastantes candidatas de mareas y olas y playas y paseos. Porque en realidad al pueblo le gustan los dirigentes valientes. Tenemos que salir con fuerza, con seguridad, con convicción a defender nuestros principios y nuestros programas, porque este no es tiempo de cobardes.

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