En los mitos genésicos los hombres son hechos directamente por el dios de turno, mientras que las mujeres son hechas a partir de los varones, como por ejemplo, la Eva del Génesis salida de una costilla de Adán, y suelen presentarse como el origen de todos los males, como la Pandora griega, por ejemplo. Son mitos, claro, cuentos, pero están en el origen de las culturas y siguen hoy ejerciendo su poder invisible.
La población mundial casi está dividida el 50% entre mujeres y hombres: aproximadamente hay un 49,5% de mujeres y un 50,5 de hombres. La cantidad de más de hombres, unos 57 millones, puede parecer muy alta, pero en una población total de algo más de siete mil millones es absolutamente insignificante, claro. Si hiciésemos el porcentaje de poderosos y poderosas en el mundo, en el terreno que sea, los números no serían tan igualados, sino que el porcentaje de varones con poder sería escandalosamente alto en comparación con el de ellas. Y sin embargo, apenas escandalizaría.
Precisamente por eso, cuando una mujer desafía al poder masculino ese poder se hace muy visible, muy tosco, muy grosero. Y muy peligroso. Sea como violencia doméstica de varones que necesitan demostrarse su hombría y pegan y matan para sentirse potentes. O sea como una moral sobre su cuerpo, su fertilidad y su vida que imponen varones piadosos que se viven como la asexuada boca de dios.
Contra la activista tunecina de FEMEN, Amina Tyler, un Imán dictó una fatua condenándola a cien latigazos y a ser lapidada hasta la muerte por mostrar sus pechos desnudos, y ahora se enfrenta a una acusación de profanación y de atentado a la moral pública por colgar una bandera en un cementerio y escribir la palabra mujer. A las tres activistas -dos francesas y una alemana, también de FEMEN- que se manifestaron en solidaridad con Amina ante el Tribunal Superior de Túnez con sus pechos descubiertos, las han encarcelado y las acusan de ataques a la moral pública y de comportamiento inmoral, y pueden ser condenadas a una pena de cárcel entre seis y doce meses.
Que nadie se equivoque, estos desalmados no las persiguen por mostrar sus tetas, sino por el desafío que supone, por la libertad que reivindican, por la rebeldía que no reconoce su podrida autoridad.
Soy varón, hijo, pareja, padre y abuelo de mujeres. De ellas he aprendido -sigo aprendiendo- a ser un poco más humano y menos cabrón.
Archivos de imagen relacionados