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Ningún fundador de una gran religión

Una de las cualidades más apreciadas en el ámbito de la fe religiosa —y de cualquier fe, en realidad— es la hipocresía capaz de pasar desapercibida por el mismo que la emite: quizá una forma de doublethink (“doblepensar”) que imaginó Orwell en 1984. Sólo el más completo autoengaño explica manifestaciones como la que aparece en un reciente artículo de la agencia apologética católica Zenit con motivo del Día Mundial por los Derechos de la Infancia y de la Adolescencia, celebrado el 20 de noviembre.

Están en la memoria de todos los casos emblemáticos de las menores Rhimsa o Malala. Estas adolescentes se han convertido en símbolos de una lucha contra costumbres ancestrales o prejuicios que seguro que no estaban en la mente de ningún fundador de una gran religión.

La “Rhimsa” a la que se refieren es Rimsha Masih, una niña paquistaní de padres cristianos que fue acusada de quemar páginas de un Corán y que despertó las simpatías de la jerarquía católica internacional, que la utilizó para denunciar la ley paquistaní contra la blasfemia. Una ley bárbara y ridícula, propia de una cultura atrasada y supersticiosa… igual que la ley española que castiga la ofensa a los sentimientos religiosos y que la ley anti-blasfemia que rige en Irlanda, que no parecen preocupar en nada a los católicos, seguramente porque en España e Irlanda son ellos quienes las aplican contra otros, y no otros contra ellos. El caso de Malala Yusafzai es más grave pero similar en el fondo: se trata de otra joven paquistaní que fue baleada en la cabeza por los talibanes a los que el gobierno les entregó la región de Swat para manejar a su antojo, por el “crimen” de promover la educación para las mujeres.

Sólo una exégesis perversa podría evitar encontrar en el Corán o las hadices del Profeta las bases, o al menos muy buenas justificaciones a posteriori, de la misoginia feroz que es endémica al islam y que el cristianismo y el judaísmo sólo han moderado. Mahoma no era distinto de la mayoría de los hombres de su época y cultura: consideraba a las mujeres seres delicados pero peligrosamente tentadores, a los cuales había que aislar y reservar para el placer sexual de sus esposos/dueños y para la crianza de los niños; la idea de que las mujeres debían tener derecho a educarse igual que los hombres le habría resultado risible, si no totalmente subversiva. De la misma manera, y si bien era analfabeto, seguramente no tomaría a broma la destrucción de libros sagrados; sin más, los regímenes musulmanes consideraban a los cristianos y judíos ciudadanos de segunda pero no infieles completos porque eran “gentes del Libro”, es decir, porque seguían una Sagrada Escritura revelada por (supuestamente) el mismo Dios único que había hablado con Mahoma. No sabemos qué castigo habría encomendado para quien destruyese un Corán, porque el Corán no fue compilado como tal hasta después de su muerte. La sura 56 explicita que sólo quien es “puro” puede tocar el Corán, lo cual implica —según algunas interpretaciones— que no se puede tocar un Corán sin haberse lavado los dientes.

Continúa diciendo el texto de Zenit:

… algunas [iniciativas] tratan de devolver su dignidad como hijas de Dios a mujeres que desde la infancia son demonizadas o estigmatizadas.

La más infamante marca que reciben es la de "brujas". Es el modo de solucionar los problemas de las familias en la cultura tradicional ancestral no cristianizada de algunas zonas. Si algo pasa es porque los malos espíritus han entrado en el hogar, y la manera de solucionarlo es expulsar de él al presunto "brujo", casi siempre un niño o niña.

Es cierto que la acusación de brujería descansa sobre una concepción mágica ancestral, que precede a las grandes religiones. También es cierto que la Biblia condena explícitamente la brujería y que con argumentos similares a los de hoy (supuestos maleficios sobre un hogar o un pueblo, una plaga o una mala cosecha) la Cristiandad encerró, torturó y quemó vivas a muchas “brujas”, en culturas que difícilmente podrían llamarse “no cristianizadas”. El islam también cree enfáticamente en brujas, demonios y en el mal de ojo. Por mera estadística no cabe duda de que la mayor parte de los que persiguen a las “brujas” modernas son cristianos o musulmanes, y como en el caso de los castigos por cometer blasfemia o sacrilegio, no les falta justificación escritural o dentro de su tradición religiosa para hacerlo, aunque la mayoría de sus correligionarios han abandonado, afortunadamente, esas prácticas, igual que otras que sus libros sagrados recomiendan, como la lapidación de las parejas adúlteras.

Hoy en día quienes realmente cuidan a los niños y niñas deberían enfatizar que su dignidad no depende de que sean hijos e hijas de un dios. Creer en esta débil contingencia, en esta supuesta generosidad de un ser imaginario que concede dignidad a sus creaciones porque así le parece, es una debilidad del sistema ético de los creyentes. ¿Qué les impide imaginar que su dios le retira a una persona su dignidad cuando comete tal o cual falta contra sus imaginarios mandamientos?

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