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La Navidad que celebra la Cristiandad está basada en arbitrariedades e inexactitudes que lucen como verdades inmutables, de tan asentadas. Pero son más las preguntas que las respuestas.
La Navidad que celebra la Cristiandad está basada en arbitrariedades e inexactitudes que lucen como verdades inmutables, de tan asentadas. Muchos siglos de celebrar el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre, muchos de repetir que fue alumbrado en un portal de Belén, muchos hablando de censos, pastores y reyes magos, de Herodes y los inocentes. Pero la Historia, tozuda en los datos, es incapaz de dar por bueno este relato. Es una fiesta levantada sobre parches e los evangelios, calendarios alterados y retazos de paganismo. Verdad a base de fe y de ilusión, eso sí.
Las referencias escritas que constaten lo pasado hace casi 2023 años son escasísimas y confusas. De los cuatro evangelistas, sólo Mateo y Lucas -no Marcos ni Juan-, hablan del momento en que vino al mundo el mesías. Juntos, sus relatos son llamados los evangelios de la infancia de Jesús, pero no pueden entenderse como un cuerpo común, porque las diferencias entre ambos relatos son notables. El historiador sevillano Francisco Díaz recuerda que estos textos fueron escritos entre los años 85 y 90 después de Cristo, un tiempo en el que “no quedaban vivos muchos de quienes conocieron a Jesús de pequeño o escucharon al menos sus andanzas de entonces”. No tienen, pues, “fuentes de primera mano”. Y sostiene que hay investigadores que coinciden en que los capítulos sobre los primeros años de Jesús fueron añadidos cuando ya estaba contado su peregrinar, su muerte y su resurrección. ¿Por qué? “Suele hacerse para completar las historias de los grandes hombres de la Historia, cuando falta. Que se rellenan esos años”, indica.
Tampoco es que aquel tiempo fuera esencial para los primeros cristianos. De Jesús interesaba sobre todo “su mensaje y su sacrificio”, pero el origen era algo secundario, de ahí que no se ahondara en ello. Nadie sabe cómo se celebraba la Navidad tras el año 33 y la muerte de Cristo, pero sí se sabe cómo se recordaba cada Pascua su calvario. Sin embargo, con el paso del tiempo, el interés por la figura toda de Jesús creció y se sintió la necesidad de insistir en el relato completo de su nacimiento. Y comenzaron unos estudios mayores de las escrituras y, también, unas peleas serias entre los expertos para situar la trama correctamente.
¿De dónde viene la fecha del 25?
Nada dicen los evangelistas sobre la fecha del 25 de diciembre. Lucas explica que “había en la región pastores que pernoctaban al raso y de noche se turnaban entre ellos para velar por el cuidado de los rebaños”. Esa referencia ya nos podría, de inicio, fuera del invierno, porque el pastoreo en la zona de Belén se llevaba y se lleva a cabo de primavera a otoño. Cualquiera que haya estado en Cisjordania en diciembre sabe de la dureza de sus noches.
La propia Iglesia católica ha asumido que la fecha del 25, sin base en las escrituras, fue al final fruto del sincretismo, la mezcla de ideas diferentes para crear algo distinto o nuevo. En este caso, se combinaron la festividad pagana de invierno de los romanos y su adoración al sol con un cristianismo al alza que necesitaba asentarse. A festejar a un gran dios sobre el día en que ya se celebraba a otro gran dios, el solar, y Apolo, de quien también se fijaba el cumpleaños ese día. Resultaba bastante común para el pensamiento bíblico antiguo el hecho de establecer que los héroes nacían y morían en la misma fecha, sólo después de haber sido iluminados por dones especiales.
Los romanos festejaban el Dies Natalis Solis Invicti (el Festival del nacimiento del Sol invicto), esto es, que empezaban a alargar los días, que la luz ganaba al periodo más oscuro del año. Era el momento de parar las cosechas, de que campesinos y esclavos descansaran. Tiempo de paz y de regalos, de comidas para encontrarse. Como gran parte de la población romana era ya cristiana, la transición de una festividad a otra fue tranquila. Era un buen momento para hacer ver la luz a Jesús, también.
En el siglo III, la iglesia comenzó a celebrar los llamados Días de Epifanía, entre el 25 de diciembre y el 6 de enero. Epifanía significa “visión milagrosa”; los Días de Epifanía son por lo tanto los días en que la imagen de Jesús fue revelada a los hombres. La primera documentación real que menciona el 25 de diciembre está datada en el año 354 y proviene de un documento conocido como Calendario Filocaliano. Se trata en realidad del Diario de Furio Dionisio Filócalo (que vivió en la segunda mitad del siglo IV), un estudioso que dejó registro de las fiestas más importantes celebradas en su tiempo. “El 25 de diciembre nació Cristo en Belén de Judea”, constata.
Hay otra fuente más antigua que apunta a esta temporada del año, de forma indirecta: Sexto Julio Africano (160-240), un escritor pagano converso, publicó en el 221 su Chronographiai,donde afirma que la Anunciación a María tuvo lugar el 25 de marzo, de lo que se deduce que nació nueve meses después, el 25 de diciembre, día arriba, día abajo.
El Concilio de Nicea, auspiciado por el emperador romano Constantino El Grande y celebrado en 324, fue el que dio formalidad a la celebración. Natividad de Cristo, la llamó. Este primer concilio de la Iglesia católica y la ortodoxa, clave en la historia porque se aprueba la cristiana como religión oficial del Imperio, estableció la fecha con solemnidad. Y, pese a ello, los doctores de la Iglesia seguían discutiendo una horquilla que va desde el 6 de enero al 25 de mayo. Hasta el papa Fabián tuvo que mediar y poner paz. Al final, en la elección de esta fecha influyeron personajes como el papa Julio I (337-352), San Juan Crisóstomo (que fue arzobispo de Constantinopla del 398 al 404) o Gregorio Nacianceno (arzobispo de Nacianzo, 329-389). Furio Dionisio Filocalo, en 354, hablaba ya en su almanaque del nacimiento del “Christus in Betlem Judeae” y lo fecha en el “VIII Calendas Januaris”: el 25 de diciembre.
Pero no toda la Cristiandad toma ese día. La pascua ortodoxa, por ejemplo, retrasa un poco el momento. ¿Por qué? Muchos Padres de la Iglesia pensaron que en el episodio de los pastores Lucas relataba la Anunciación. En vez de “os ha nacido” traducían un “os ha sido concebido”; la noticia estaba en el embarazo, no en el alumbramiento. Si Jesús nacía nueve meses después de la época de pastoreo, nos poníamos en el 6 de enero y esa es la fecha que aún hoy respeta la Iglesia Oriental. En la Occidental la pasaron al 25 por lo ya explicado y por cuestiones de corrección astronómica. Ciudades con presencia de ambas ramas, como las santas Jerusalén y Belén, celebran ambas fechas.
El primer belén, la primera representación física que fija en figuritas del relato que hoy tenemos amortizado, se sitúa en 1223 en una cueva cercana a la ermita de Greccio (Italia) y fue colocado por San Francisco de Asís.
¿Cómo se calcula el año?
En este caso, hay un poco de consenso, porque tanto Lucas como Mateo dan en sus evangelios un dato común: el nacimiento de Jesús se produjo en el reinado de Herodes el Grande, que vivió del 74 al 4 antes de Cristo. Si se toma como referencia esta última fecha, y teniendo en cuenta que ambos evangelistas dicen que el bebé tuvo que escapar a Egipto por la matanza de los inocentes del bárbaro monarca, hay algo que no casa. “Jesús debió nacer unos años antes de la era cristiana”. ¿Jesús nació “antes de Cristo”? Francisco Díaz se ríe. “Las cuentas dicen eso”, afirma este profesor e investigador, habitual en los Santos Lugares.
Hay que explicar primero cómo se medía el tiempo. Dionisio el Exiguo (470-544) es un monje que decidió cambiar el calendario y hacer nuevas sumas y restas. Hasta ese momento, se fechaba todo según la era del emperador romano Diocleciano, que fue uno de los más recios perseguidores de los cristianos. Enervado por tener que seguir lo dispuesto por un enemigo de su fe, decidió cambiar las cosas y establecer el año 1 en el momento del nacimiento del mesías. Fijó que ese momento tuvo lugar el año 753 ab urbe condita, que significa antes de la fundación de Roma. Por lo tanto, el año I de la era cristiana empieza el primero de enero del 754. Es entones, en el siglo VI ya, cuando que se empieza a hablar de antes y después de Cristo.
“Pero es que Dionisio debió equivocarse con los cálculos, entre cuatro y siete años respecto a cuando dató el reinado de Herodes. Eso hizo que pusiera el nacimiento de Jesús en el año 753 ab urbe condita. Si ponemos que el rey murió en el 750 y tomamos las referencias de las matanzas de los inocentes, nos sale que hay un desfase de cuatro, cinco o seis años. Y, sin embargo, ese fue el calendario que se perpetuó en Occidente”, indica. También hay otras lecturas que indican que el monje se aproximó a la fecha real y eligió la que le convenía por cuestiones de número sagrados y astrología variada. “Ninguna fuente es fiable en extremo”, asume.
¿De Nazaret o de Belén?
El tercer punto polémico en esta tradición navideña tiene que ver con el dónde nació ese niño al que festeja gran parte del mundo. Siempre fue conocido como Jesús de Nazaret pero, en cambio, las referencias lo hacen nacer en Belén. De nuevo, las lagunas de la historia quedan sepultadas por el relato y la tradición, porque hay demasiadas dudas sobre lo ocurrido.
Mateo, en su evangelio, sitúa a José y María residiendo ya en Belén, por lo que el alumbramiento debería haber tenido lugar en su residencia habitual. Lucas, en cambio, dice en su texto que el carpintero y su mujer viven en Nazaret y se trasladan a Belén porque los romanos estaban realizando un censo de la población palestina y obligaban a José a empadronarse en este municipio, que es donde había nacido. En este caso entran en juego el humilde portal, el pesebre, los animales, el parto de urgencia. Marcos y Juan, los otros dos evangelistas, sólo hablan de Jesús de Nazaret.
Díaz entiende que, “pese a la preciosa tradición de Belén y la Natividad y el portal con la estrella de plata que marca el lugar exacto del nacimiento”, hay “más visos de verdad en la opción de Nazaret”. “Es la lógica, por familia y raigambre”, incide. Belén, sin embargo, tiene un aura especial para quien aspira a ser mesías. Si Jesús nacía allí, sí que se cumplía la profecía de la Biblia que señalaba que el salvador del mundo sería nacido en Belén y descendiente del mítico rey David. El linaje debía crecer en esa ciudad, no en otra. Es “factible”, dice el investigador, que conforme Jesús creció y tomó importancia “se impuso la necesidad de exponer sus conexiones con esa profecía y se extendió esta historia”, de la que no hay pruebas documentales.
No obstante, deja la puerta abierta a “cualquier opción”, porque subraya que es “importante” la tradición oral que sitúa en la ciudad cisjordana el nacimiento de Cristo, en un punto tan concreto como la Basílica de la Natividad, levantada en 327 por decisión del emperador Constantino y de su madre Helena, que se desplazó a Tierra Santa para ubicar los lugares de la vida y muerte de Jesús y logró fijar itinerarios que duran hasta hoy, por más que su fiabilidad sea “frágil”.
Esos relatos, que ya estaban en Lucas, se reafirmaron en el siglo II por Justino Mártir, que contaba cómo la familia había tenido que buscar refugio a las afueras de Belén, y el filósofo griego Orígenes, quien ahondó en la idea de cueva y pesebre. Y así nos han llegado, hasta hoy, cuando la escena se replica en iglesias, casas, mercadillos típicos y centros comerciales y, también, en una ciudad cercada por un muro, que cada 24 de diciembre, en lo alto de un cerro, recuerda sobre una cueva recubierta de cuero y plata que nació un niño que traía, como todos, esperanza al mundo.