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Ni eran tres ni eran reyes

La festividad de la Epifanía, como otras muchas, ni siquiera se corresponde con las fuentes “reveladas” de las que la Iglesia afirma que proceden. Y sin embargo estas contradicciones ni siquiera llevan, a quienes las siguen, a pensar en el uso interesado de las mismas que se ha realizado a lo largo de la historia.


Hoy la Iglesia católica celebra la fiesta de la Epifanía, vocablo que significa revelación y que el diccionario define así: “Manifestación evidente de una divinidad entre los seres humanos”. En el caso que nos ocupa, hace referencia al hecho de que aquel hijo de José y María, de nombre Jesús, fue reconocido a los ojos del mundo como dios gracias a la visita de unos sabios llegados de Oriente.

De los evangelistas, sólo Mateo habla de ello: “Jesús nació en Belén, un pueblo de la región de Judea, en el tiempo en que Herodes era rey del país. Llegaron por entonces a Jerusalén unos sabios de Oriente que se dedicaban al estudio de las estrellas, y preguntaron: ‘¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella en el oriente y hemos venido a adorarle’”.

El rey Herodes, preocupado, se asesoró con los grandes sacerdotes y los maestros de la ley, que le confirmaron que el Mesías había de nacer en Belén, tal como vaticinaban las escrituras: “De ti saldrá un gobernante que guiará a mi pueblo, Israel”. Entonces hizo llamar a los sabios llegados de Oriente y les dijo que, cuando lo localizaran, lo avisaran: “Cuando lo encontréis, avisadme, para que yo también vaya a adorarlo”.

Sabido es que Herodes tenía otras intenciones, y cuando vio que los sabios no volvían, decidió matar a todos los niños varones menores de dos años (los Santos Inocentes). Pero el Evangelio de Mateo sigue:

“Con estas indicaciones del rey, los sabios se fueron. Y la estrella que habían visto salir iba delante de ellos, hasta que por fin se detuvo sobre el lugar donde se hallaba el niño. Al ver la estrella, los sabios se llenaron de alegría. Luego entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre. Y arrodillándose, lo adoraron. Abrieron sus cofres y le ofrecieron oro, incienso y mirra. Después, advertidos en sueños de que no volvieran adonde estaba Herodes, regresaron a su tierra por otro camino”.

Hasta aquí lo que dice el único evangelista que refiere esta historia. Algunos aspectos quedan claros: los sabios no son reyes, no se dice cuántos eran, tampoco se describe cómo eran, ni se indican sus nombres. La única referencia es que eran unos sabios llegados de Oriente, estudiosos de las ­estrellas.

¿Fueron al portal?

El Evangelio de Mateo dice que fueron “a la casa” de José y María, y Herodes, a partir de la conversación con los sabios, dedujo que Jesús debía de tener menos de dos años. Por eso, cuando se sintió burlado por los visitantes, ordenó la matanza de los niños. Parece que los sabios no fueron al portal a adorar a Jesús, sino a su casa en Belén, al lado de Jerusalén, donde estaba el palacio de Herodes. Pero su casa estaba en Nazaret, un pueblecito de Galilea, una región al norte de Judea. Seguramente estaban allí, pero en algún lugar más cómodo, dado que María acababa de alumbrar, y de allí huyeron a Egipto. En todo caso, no parece que la Sagrada Familia esperara en el pesebre para recibir la visita de los sabios.

¿Eran tres?

El Evangelio de Mateo no lo especifica. Habla de unos sabios que llevaron tres presentes, eso sí. Y parece que a partir de este número se estableció que eran tres. Como mínimo, son los que se necesitaban a la hora de representarlos artísticamente para que cada uno llevara un presente. Sin embargo, la Iglesia armenia aún hoy considera que son doce. Los plurales son indefinidos, es lo que hay.

¿Cómo se llamaban?

Mateo no lo dice, y los evangelios apócrifos, tampoco. Parece que la primera documentación de los tres nombres –Melchor, Gaspar y Baltasar– es un mosaico de la basílica de San Apolinar el Nuevo, en la ciudad italiana de Rávena (la primera ilustración de esta doble página), aunque algunos estudiosos habían atribuido a Beda el Venerable la fijación de estos nombres. Pero el sabio inglés vivió en los siglos VII y VIII, y los mosaicos de Rávena son anteriores o, como mucho, contemporáneos. Otro vestigio está en el evangelio armenio apócrifo del siglo VI que habla de la niñez de Jesús, según explica Franco Cardini en su estudio Los (Península / Thyssen Bornemisza). En cualquier caso, es en esta época cuando se fijan y popularizan los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, que se han mantenido invariables hasta hoy.

¿Eran reyes?

Pues no. Aquí sí que Mateo y todas las referencias posteriores lo dejan claro: “Unos sabios de Oriente”. Según las traducciones de la Biblia, en otros casos se habla de magos, pero también en el sentido de personas sabias, que entronca con la teoría –no compartida por todos los estudiosos– de que eran sacerdotes persas, seguidores de Zoroastro, quien reinterpretó la religión mazdeísta, con dos dioses –uno bueno y otro malo–, en uno solo. La astrología no dejaba de ser una rama de las interpretaciones religiosas, por lo tanto todo cuadra si pensamos que aquellos magos observaban el cielo y siguieron aquella estrella nueva que marcaba un camino. Con respecto a ese astro, las teorías sobre un posible cometa son variadas, pero ninguna acaba de coincidir con las fechas aproximadas del nacimiento de Jesús. Volviendo a los sabios, precisamente en su traducción libre al catalán de los Evangelios, Joan F. Mira los denomina astrólogos. Entonces, ¿por qué hoy son reyes? Esta nueva dignidad se establece a partir de las profecías del Antiguo Testamento, que hablan de la llegada del Mesías, a quien incluso los reyes adorarán.

¿Había uno negro?

Hasta el siglo XV, no lo parece. Las representaciones de la alta y la baja edad media los muestran como tres hombres blancos, y los diferencian por la edad. Las tres edades del hombre era un tema recurrente en el arte y se aplicó a los tres sabios. Pero a caballo entre los siglos XV y XVI, con la llegada del Renacimiento, se introduce la piel oscura del tercer sabio y se interpreta como si cada uno proviniera de uno de los tres continentes conocidos: Europa el blanco, Asia el rubio y África el negro. Por eso, en algunas representaciones artísticas –y también en algunos belenes napolitanos– cada rey va con un animal distinto: un caballo, un elefante y un camello. También se quería representar, a partir de los tres hijos de Noé –Sem, Cam y Jafet–, las tres estirpes que repoblaron la Tierra tras el diluvio universal.

¿Qué significan los regalos?

En la simbología de los presentes hay una interpretación clara: cada uno recuerda una de las cualidades del recién nacido. El oro, porque es rey de reyes; el incienso, porque es la ofrenda a los dioses y remarca su carácter divino, y la mirra, que se empleaba para ungir a los muertos, recuerda el cuerpo mortal de Jesús.

Las reliquias de aquellos sabios llegados de Oriente –que acabaron siendo tres, con nombre propio, uno de cada edad, uno de cada continente conocido y con dignidad de reyes– se veneran hoy en la catedral de Colonia, y su leyenda se ha convertido en una de las más bellas de la cristiandad.

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