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La defensa del laicismo en los espacios públicos es urgencia que ha de ser enarbolada por los poderes públicos ante el fanatismo rampante que impera por doquier
Barbie, película que destila con suma inteligencia ácido sulfúrico contra el machismo y excrecencias religiosas varias, ha sido censurada por un alcalde comunista (está en la naturaleza de los herederos de Lenin ciscarse en la libertad de expresión y las otras) aduciendo que su exhibición en plaza pública ponía en peligro la integridad de las personas ante las amenazas recibidas por parte de fanáticos islamistas. Ha ocurrido en la laica Francia. Ahí es nada. En el mundo musulmán, fue prohibida por atentar contra la moralidad pública o promover la homosexualidad. Coño, faltaría más. En España hubo un ayuntamiento gobernado por PP y Vox, el de Borriana, en Valencia, que se la cargó porque defendía el empoderamiento de la mujer. Y un suma y sigue inacabable. Barbie socava la moral impuesta tanto por el fanatismo cristiano, al que todavía hoy en Europa se tiene embridado a duras penas, como por el masivamente mayoritario en el mundo musulmán, en el que las libertades públicas, esencialmente la de expresión, son espejismo. En él es la Sharía, la ley islámica, la norma, y ya se sabe: ahí donde una religión, cualesquiera, impone su código de conducta moral, desaparece el derecho a discurrir libremente, a crear sin censura, a decir lo que a uno le venga en gana, incluso a blasfemar, que es derecho que no puede ser cercenado aunque indigne. En España, el artículo, el del odio contra los sentimientos religiosos, incorporado al Código Penal en mala hora por el presidente Rodríguez Zapatero, se deglute por Abogados Cristianos, excrecencia de la extrema derecha católica, conectada con El Yunque y, por extensión, con Vox, para brear, con la anuencia de no pocos jueces, a quienes osan sobrepasar los límites de lo que es su moral católica.




