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La imagen recrea un cerebro bajo el control de la inteligencia artificial.

Neuroderechos: ¿está protegido tu cerebro de manipulaciones digitales?

¿Y si nuestros datos personales salieran directamente de nuestro cerebro y fueran recogidos por plataformas digitales? Es lo que se conoce como neurodatos, obtenidos mediante dispositivos de neurotecnología que ya se comercializan para su uso doméstico.

De 30 empresas de neurotecnología analizadas, 29 (96,67%) tienen acceso sin limitaciones a los datos cerebrales del consumidor. Sin embargo, los usuarios no tienen información adecuada sobre sus derechos ni sobre cómo se maneja su privacidad o lo que se hace –almacenar, procesar– con sus datos. Solo 22 de estas compañías (73,33%) tienen políticas de privacidad en sus sitios web que rigen el uso de sus productos. Y más de la mitad (66,7%) menciona de forma explícita que pueden compartir datos personales con terceros.

Son algunos de los hallazgos del último informe de la Fundación Neuroderechos, una organización internacional sin ánimo de lucro que busca proteger al ciudadano de violaciones de sus derechos de privacidad, libertad de pensamiento e intimidad, presidida por el neurobiólogo español de la Columbia University (Nueva York), Rafael Yuste. La conclusión: hoy por hoy, el riesgo para nuestra privacidad de usar estas tecnologías, es alto.

Las empresas a examen comercializan productos de consumo que registran y analizan la actividad cerebral, como interfaces cerebro-computadora (BCI) para el control de dispositivos por personas con discapacidades motoras o la neuromonitorización en tiempo real, dispositivos portátiles para el bienestar mental o ciertos sistemas de realidad virtual.

 Cascos para dormir mejor  

Algunos ejemplos son Bía Smart, una máscara, o Frenz, una diadema, que envían y recogen pulsos eléctricos al y desde el cerebro para optimizar el sueño profundo nocturno. O el casco salpicado de electrodos de Mindo, destinado a promover la concentración y la relajación.

También existen propuestas como la de Flow Neuroscience, una diadema para combatir los síntomas de depresión, o Mendi Headset, un casco que, combinado con ejercicios de entrenamiento, pretende potenciar nuestra capacidad de aprendizaje. O los auriculares de IDUN Guardian, que miden la actividad cerebral y prometen mejorar la audición y la calidad del sueño nocturno.

 Interfaces mente-máquina  

Los proyectos de interfaces neuronales están de moda. Sobre todo cuando los experimentos científicos cada vez van más allá en sus logros. Por ejemplo, hace un par de años, el neurocientífico Alexander Huth, de la Universidad de Texas en Austin puso en práctica un «decodificador» que, mediante un escáner fMRI y un programa de inteligencia artificial generativa (GPT-1) leía el pensamiento de los voluntarios con una precisión del 50%.

Como apunta a Público Cristina Martínez Laburta, abogada experta en derechos digitales, «tienen un lado positivo muy potente desde un punto de vista médico y científico, porque pueden tratar enfermedades como ciertos trastornos mentales o degenerativos –párkinson, depresión mayor, trastorno obsesivo compulsivo o síndrome de estrés postraumático–. Pero también tienen un lado oscuro que precisa protección jurídica».

La idea de neuroderechos está ligada a la de neurodatos, es decir, cualquier «información sobre una persona que se obtiene desde su cerebro a través de dispositivos que se conectan con el cuerpo del usuario», explica Martínez Laburta.

De estos datos se podrían inferir detalles no solo de la actividad cerebral y el funcionamiento del sistema nervioso central, sino también emociones, funciones cognitivas o estados de ánimo. Por eso, «están especialmente protegidos por la Ley de Protección de Datos», recalca esta experta.

 El reto de la privacidad  

Los neurodatos son ya una realidad: existen dispositivos que los capturan y herramientas que los analizan, gestionan e, incluso, modifican. Ante esto surgen grandes retos éticos.

Aunque el Reglamento europeo de Inteligencia Artificial prohíbe el uso de estas tecnologías para la manipulación subliminal de la mente, la manera de probarlo en los casos que exista y limitarlo es todavía incierta.

Chile es el primer país del mundo en contemplar estas innovaciones, con la reciente reforma de su Constitución. En 2021, este país aprobó por unanimidad un nuevo artículo que recoge que «el desarrollo científico y tecnológico estará al servicio de las personas y se llevará a cabo con respeto a la vida y a la integridad física y psíquica. La ley regulará los requisitos, condiciones y restricciones para su uso en las personas, debiendo resguardar especialmente la actividad cerebral, así como la información proveniente de ella».

En España, está en proceso el Proyecto de Ley sobre Neuroprotección, que busca desarrollar leyes específicas que protejan la privacidad mental, eviten la manipulación de pensamientos o emociones mediante tecnología, regulen el uso de interfaces cerebro-máquina, y defiendan la autonomía mental y el consentimiento informado, como señala Martínez Laburta.

Según el manifiesto promovido por la Fundación de Neuroderechos, las claves que necesitamos proteger son cinco: privacidad mental –proteger los pensamientos–, identidad personal –que no se altere quién eres–, libre albedrío –decidir sin interferencias–, acceso equitativo a potenciales mejoras neuronales y tratamientos de neurotecnología y protección contra sesgos en la inteligencia artificial que interactúa con el cerebro.

El primer paso para impedir que haya vulneración de libertades fundamentales como el derecho al libre pensamiento es «tomar conciencia de hasta qué punto somos vulnerables y estamos expuestos para, a continuación, poder tomar medidas», sentencia Martínez Laburta.

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