En un país que vivía bajo el estigma de haber sido declarado Católico, Apostólico y Romano, los seminarios imponían un estricto régimen de castidad a los seminaristas. Aprovechando la situación los coadjutores con sotana se valían de su lugar de privilegio para proporcionar a los alumnos pesadillas nocturnas.
Normalmente los muchachos no se atrevían a recitar durante la confesión la dura experiencia padecida.
Como no podía ser de otra manera, al acabar sus estudios, los nuevos curillas ponían en práctica las enseñanzas recibidas.
Así, en las inmediaciones de las sotanas y hábitos, surgieron cientos de casos de abusos infantiles. Apareció una plaga que podía ser denominada ¡Tormentos en las sacristías! Años después los casos fueron aflorando, pero era como si no hubiese pasado ¡habían prescrito!
La Iglesia Católica intentó esconder el escándalo bajo las lujosas alfombras de las Casas Episcopales, pero las víctimas eran tantas, tan variadas y de países tan diversos que las quejas llegaron hasta las escalinatas del Vaticano.
En los aposentos papales un aturdido Bergoglio ha pretendido balbucear un simulacro de contrición ante la magnitud del problema, pero sobre todo, lo que le habrá impulsado a actuar, ha sido constatar lo caro que le estaba saliendo a las arcas de la iglesia limpiar el fango vertido por los licenciosos miembros de la curia.
Claro que si Francisco aparecía avergonzado no faltaban destacados miembros de la Conferencia Episcopal Española para culpabilizar a los menores ¿El delito atribuido a los niños?: tener esos lozanos e impúdicos cuerpos infantiles, con los que provocan lujuriosamente a los “santos e inocentes” célibes eclesiales.
Un argumento tan deleznable que abochorna que sea utilizado.
Al igualmente sonrojan las practicas de jueces y fiscales que durante los juicios por violaciones y abusos indagan acerca de la longitud de la falda de la violada, la talla del ceñido pantalón o si la resistencia opuesta ante los abusos fue suficiente para que quedara patente que no eran deseados.
Reminiscencias de un católico-nacionalismo a ultranza que aún impregna a bastantes instituciones de este lánguido sistema. Entre ellas un ordenamiento judicial heredado de las peores praxis de un franquismo encubierto que fue barnizado de democracia.
Mediante vergonzantes pesquisas, los juristas convierten a las víctimas en unas falaces provocadoras “disfrutantes” y consentidoras de los arrebatos del violador y por lo tanto ¡culpables!
La falocracia tiene muchos matices y multitud de adeptos entre sotanas y togas. Con frecuencia la encontramos acampada entre curas libidinosos a los que custodian juristas fulleros.
Los primeros ofertan el mundo celestial mientras abusan de menores y los otros dictan sentencias absurdas sin tener que responder por las ofensas y daños que producen con sus desvaríos.
Para alcanzar sus propósitos los Obispos orquestan maniobras encaminadas a apoyar formaciones políticas surgidas de las cloacas del nazismo patrio que pongan voz a sus retrógradas ideas.
Estas campañas se llevan a cabo a través de los medios de comunicación que posee la Conferencia Episcopal Española: la COPE y 13TV.
En sendas empresas – sin aparente conexión, salvo el accionista mayoritario común – destilan su reaccionaria bilis firmas del panorama periodístico nacional.
Siempre con la misma línea editorial: la defensa a ultranza del liberalismo económico buscando la desaparición del estado de la economía (salvo para rescatar bancos). Promocionan una imposición dogmatica en forma de educación concertada con la Iglesia y naturalmente subvencionada. La finalidad que buscan es conseguir finiquitar el estado de bienestar a través de bestiales recortes presupuestarios.
Esa propaganda que emiten los paniaguados de turno, asalariados de los Obispos, lo hacen con unos sueldos escandalosos que pagamos todos mediante la asignación que la Iglesia tiene estipulada vía IRPF.
El bucle en el que se mueven es bastante sencillo, comienzan denostando todo lo público hasta que consiguen privatizarlo.
Una vez privatizado lo saquean hasta que provocan su ruina, entonces acuden al Estado para que les rescate y vuelta a empezar.
El proceso resulta ser una copia exacta de las actuaciones de la Iglesia.
Se apropia de bienes públicos (Catedral de la Seo, Mezquita de Córdoba y miles más), se restauran y mantienen con dinero y aportaciones del Estado, lo explotan comercialmente los Arzobispos y no pagan impuestos ni es fiscalizado.
Vamos lo que llamaríamos ¡Negocio celestial
José Antonio Luque Carreiras