Llega la navidad, fiesta religiosa por excelencia. El niño Dios nace en un portal de la ciudad de Belén. Que buen acontecimiento para aquellas personas que creen de corazón en el mensaje de salvación que contiene esta buena nueva. Para el resto de las personas que no tienen esa creencia, porque tienen otras, estos días son días de fiesta, de descanso y ocasión para hacer una escapada o pasar unos días con la familia. Y es que en esta sociedad plural y diversa hay gente para todo y los sentimientos y creencias son igualmente respetables. Sólo hay un pero en este asunto. El pero viene cuando unas personas quieren que todo el mundo comparta sus creencias. En ese momento el pensamiento totalitario se convierte en integrismo y ya se sabe dónde acaban los integrismos.
Que en los lugares dedicados a los cultos religiosos se celebren cuantos actos estimen los creyentes, es un derecho que todos debemos defender. Que se hagan manifestaciones en la calle de cualquier tipo, expresando ideas, creencias, reivindicaciones, es otro derecho que todos debemos defender. Ahora bien, que se invada permanentemente lugares públicos con imágenes y símbolos religiosas eso es imponer.
Un tema polémico en estas fechas es la presencia de Belenes en las entradas de los centros educativos o incluso en instalaciones municipales que deben ser transitadas por toda la ciudadanía. El respeto por esta tradición entrañable no debe enajenar las mentes de quienes deben cuidar del interés general y el respeto a todas las creencias religiosas o no. Por ello el colocar los Belenes en lugares públicos se antoja imposición. Hay quien argumenta el poco, por no decir ningún, daño que esta “inocente” demostración de la fe en Jesús de Nazaret tiene. Pero la cuestión no es esa. El asunto es que los espacios comunes donde deben convivir y transitar todas las personas no pueden teñirse de ninguna manifestación religiosa.
Porque esos espacios comunes (laicos, viene de común) deben servir para unir y nunca para separar o hacer distingos entre la ciudadanía. Y precisamente las religiones, desde los albores de los tiempos, han servido para separar a las gentes, para desunir e históricamente para machacar al hereje, al infiel, al descreído, al anatema, al no creyente… Por ello una sociedad auténticamente democrática debe garantizar los derechos a vivir la fe y las creencias de cada cual, evitando que esa fe o creencia se imponga a los demás. Los Belenes en las iglesias o en asociaciones religiosas u otros lugares de culto, no en los lugares públicos.
Rafael Fenoy Rico
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