El organismo inculca también estos principios a los hombres
Armadas con bolígrafos, grabadoras, cámaras de vídeo y programas de edición, un pequeño ejército de jóvenes periodistas palestinas se ha propuesto cambiar la sofocante cultura patriarcal y el machismo imperante en su sociedad. Saben que se enfrentan al peso implacable de la tradición, impregnada de obcecados tabús y dogmas religiosos. Pero desde que se pusieron en marcha en el 2004, el debate sobre la igualdad de género, los malos tratos, el matrimonio infantil, la poligamia o el incesto se ha colado en los medios de comunicación palestinos. No es poco.
Suheir Farraj dirige a esa armada de mujeres y hombres reporteros desde las oficinas de la asociación Women Media and Development (TAM), situada en Belén y financiada, entre otros donantes, por la Agència de Cooperació Catalana. «Trabajamos también con hombres porque son clave para cambiar las cosas. No sirve de nada que una mujer conozca sus derechos si cuando llega a casa su familia no sabe de qué habla», cuenta Suheir. Desde que la organización se puso en marcha ha formado a cerca de 300 jóvenes de toda Cisjordania.
Durante un mes –la mitad en Belén, el resto en París– aprenden los rudimentos técnicos de la profesión. Las clases se combinan con formación en derechos humanos e igualdad de género. Más tarde pasan nueve meses de prácticas en medios de comunicación locales y la gran mayoría acaba quedándose en la profesión. «Queremos cambiar la imagen de la mujer en los medios y también aumentar su presencia como profesionales», asegura Suheir.
Reportajes de 22 féminas
Uno de sus proyectos, emitido en la cadena nacional, es una serie de reportajes de 22 féminas, desde empresarias a políticos, médicos o profesoras, donde relatan su historia y reflexionan sobre su papel en la sociedad. «No queremos recrearnos en el victimismo, sino mostrar cómo la mujer es capaz de superar las dificultades y llegar hasta lo más alto. Puedes cambiar tu vida es el mensaje que intentamos transmitir», cuenta la directora de TAM.
Otro de sus productos, emitido en distintas cadenas palestinas, es una mesa de debate donde se abordan temas generales como la juventud o la ecología y tabús como las drogas, el sida, la violencia doméstica o los llamados crímenes de honor. «En los medios la mujer solo aparece como parte del paisaje, como ama de casa o como consumidora de productos de belleza. En nuestros debates tercian como expertas, como creadoras de opinión».
Suheir es consciente de que queda un largo camino por recorrer. «La religión es lo que hace nuestra vida miserable. El conservadurismo sigue al alza, no hemos llegado al punto de inflexión», opina. «Cuando yo tenía 15 años, solo dos o tres compañeras llevaban el velo. Hoy mis hijas se enfrentan a una enorme presión por no llevarlo, desde las profesoras a las compañeras. En clase de religión, por ejemplo, no pueden entrar sin el hiyab», subraya.
La mujer palestina sigue subordinada al padre o al marido. A algunas las prometen sus familias cuando son todavía adolescentes. Otras son víctimas del incesto. Las solteras nunca se emancipan y viven solas porque la sociedad no acepta a una mujer fuera del redil familiar. Muchas casadas se enfrentan en silencio a la violencia doméstica. Casi nadie denuncia. Y cuando alguien lo hace, suele ser una pérdida de tiempo.
La plaga más siniestra
Los crímenes de honor son la plaga más siniestra. Cada año docenas de mujeres son asesinadas por sus padres, maridos o hermanos. Las matan por flirtear, por tener relaciones sexuales prematrimoniales o por enamorarse de alguien de otra religión. Para los asesinos, la ley prevé penas de cárcel entre dos meses y tres años. «A veces las matan solo para no tener que repartirse con ellas una herencia y utilizan la excusa del crimen de honor para atenuar la condena», afirma Suheir.
El trabajo de su asociación ha despertado de la ira de algunos sectores sociales. «Desde las mezquitas de los pueblos donde mostramos nuestros vídeos y reportajes hemos recibido insultos y amenazas». Pero Suheir no está dispuesta a tirar la toalla. «Muchas oenegés y asociaciones se dedican a los mismo y también reciben amenazas. Si queremos cambiar las cosas, debemos ser fuertes», concluye la responsable de TAM.