Aseguraba Edmund Burke: «Todo lo que se necesita para que triunfe el mal es que las personas de bien no hagan nada».
Por ello, a muchos nos alarma el estatismo de autoridades y particulares ante la ofensiva ultra católica que está bullendo ante nuestras mismísimas narices. Como ciudadano amante de las libertades y del pensamiento libre, me veo en la obligación de alertar, a quien tenga oídos y ojos, frente a este ataque milimétricamente planeado.
Así, tomando como pretexto asuntos nimios y puntuales (un perfomance en la capilla de Somosaguas, una procesión atea convocada por una triste asociación de vecinos, etc) los grupos ultra católicos despliegan furibundas campañas, absolutamente desproporcionadas respecto a los hechos que aseguran combatir.
La iglesia católica no puede ya quemar vivos a los “infieles”. Tampoco arrastrarlos a calabozos lóbregos donde someterlos a torturas, ni apoyar a dictadores genocidas a cambio de privilegios. De modo que los dos arietes visibles de estas “cruzadas” son las movilizaciones mediante medios de comunicación y el uso de los tribunales. Todo eso merced a su poderío mediático y al fuego que, desgraciadamente, enciende el fanatismo.
En el ámbito judicial no les faltarían jueces “amiguitos del alma”, dispuestos a interpretar el Código penal de manera extensiva y en perjuicio de los querellados.
De manera inevitable, surge la pregunta: ¿qué persiguen, en realidad, estas campañas ultra católicas? En mi opinión su finalidad oculta consistiría en criminalizar cualquier crítica a la iglesia católica bajo el pretexto de sentirse “ofendidos”.
De este modo, las querellas interpuestas últimamente ante los “ataques del laicismo radical” , representarían solo la primera fase del plan… si se salen con la suya ahora, de inmediato ampliarían su “sentimiento ofendido” contra cualquiera que los lanzase una crítica (pero, eso sí, recordemos que ellos pueden anatemizar cualquier postura u opinión, y atormentar conciencias amenazando con suplicios eternos, pues Dios está con ellos y les convirtió en depositarios de la verdad revelada).
Insisto, mucho me temo que persiguen ampliar el concepto de “ofensa a los sentimientos religiosos” para querellarse contra cualquiera que cuestione sus dogmas, edificados sobre la superstición y las fábulas, así como frente a quienes recuerden episodios del tenebroso papel de la iglesia en tantos momentos de la historia.
Una vez enmudecida cualquier voz lúcida que los desenmascare, y ya sin oposición, se lanzarían a imponer sus postulados al resto de la sociedad.
Y para ello no dudarían en presionar hasta la asfixia al gobierno de turno. Paradójicamente, esta coerción resultaría mucho más sofocante con Rajoy en
La Moncloa
, pues aquí sentirían más cercanos sus objetivos, que no son otros que aplastar tantas libertades logradas después de muchos años de lucha.
Y no son conjeturas, allí donde la religión ha impuesto sus criterios, ha acabado imperando el oscurantismo, el dolor, la tristeza, la muerte, el crimen, el abandono científico, el genocidio…
Algunos pueden alegar que los ciudadanos reaccionarían. Lamento disentir. La mayor parte de la ciudadanía desconoce la historia, y funciona en base a tópicos y tergiversaciones repetidas hasta el vómito desde los medios de comunicación de la derecha, o sea, casi todos.
Por lo tanto, de encontrarme en lo cierto, la actual ofensiva ultra católica, bajo el pretexto de sentirse “perseguidos” u “ofendidos”, se valdría de los medios de comunicación, la presión social y los tribunales, para pulverizar la racionalidad, las libertades… ¡cómo siempre que han podido!
Sin embargo, somos muchos los ciudadanos amantes del pensamiento libre y la razón. Y no se lo vamos a tolerar. Somos más, somos mejores y, siguiendo el consejo de Edmund Burke, no permaneceremos inactivos.