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Moras como Dios manda

Hay una reislamización en la cuestión de los derechos de las mujeres que está contando con el beneplácito, entre otros, de académicos, feministas relativistas y ciertos sectores de la izquierda.

¿Acaso no soy yo una mujer? Llevo días con la conocida frase de la abolicionista Sojourner Truth cruzándome el pensamiento de forma reiterada. ¿Somos mujeres las mujeres que hemos nacido en familias musulmanas? ¿Somos seres humanos? ¿Podemos aspirar a la igualdad como cualquier otra mujer? ¿Es posible para nosotras una libertad plena, sin más condicionantes que los establecidos por ley para el conjunto de ciudadanos?

Estas preguntas pueden parecer absurdas, pero no lo son a la luz de algunos fenómenos sorprendentes que estamos viendo en los últimos tiempos. Poco me habría podido imaginar hace un cuarto de siglo, cuando descubrí la rabia feroz de Nawal El Saadawi, que a día de hoy me encontraría con voces supuestamente expertas, en medios, academia y administraciones varias, defendiendo la misoginia de la que nos ha costado tanto escapar. O que la promoción de nuestro machismo contaría con el silencio cómplice de algunas feministas muy beligerantes contra las injerencias de la Iglesia, pero sospechosamente calladas ante los embates del islamismo. Aquí es donde cabe repetirse la pregunta: ¿acaso no somos nosotras mujeres?

Hay hombres, españoles de nacimiento, alguno sin confesión religiosa conocida, otros conversos voluntarios al islam, que se dedican a pregonar las virtudes igualitarias de las doctrinas difundidas por Mahoma. En lo que es un sorprendente triple salto de mansplaining se permiten el lujo de: 1) contarnos lo que es ser mujer musulmana y en qué consiste el machismo que sufrimos; 2) explicarnos muy pacientemente cómo tenemos que ser feministas, y 3) describirnos, para que lo entendamos, el racismo que sufrimos. Es una lástima que Rebecca Solnit no haya tenido el gusto de encontrarse con estos hombres que nos cuentan cosas. Es de agradecer su muestra de tanta paciencia y generosidad para instruir a estas pobres e ignorantes moritas.

Por otro lado, también contamos con mujeres españolas que merecen todo nuestro respeto porque han dedicado algunos años a estudiarnos: no han nacido en una familia musulmana, no han vivido en un país musulmán, pero saben que para respetarnos, y no caer en la islamofobia, tienen que matizar, considerar todos los puntos de vista, analizar el asunto desde distintas ópticas, etcétera. Que después de tanta investigación ellas acaben defendiendo la misma misoginia de siempre será una simple casualidad. ¿Qué más da que algunas musulmanas les contemos que la discriminación, aunque se vista de discurso posmoderno superinclusivo, discriminación es?

Ellas han escogido, entre todas, a las musulmanas como Dios manda, las que cumplen con los requisitos necesarios para tener derecho a hablar: creyentes, islamistas, tapadas y sumisas ante las normas patriarcales. Eso sí, a estas moras ejemplares les conceden el derecho a expresar su malestar siempre y cuando lo hagan dentro de la comunidad. Es decir: que el machismo, cuando es musulmán, como los trapos sucios, hay que lavarlo en casa. Callar, ir con cuidado, negar la propia realidad porque ellas, las expertas en nosotras, se han otorgado el derecho de hablar por nosotras. Habrá que agradecerles su paternal protección. Para estas expertas, las voces disidentes no existen, las exmusulmanas, tampoco. No hay pensadoras, ni periodistas, ni movimientos feministas laicos en los países musulmanes. No hay mujeres jóvenes dando su testimonio, ni mujeres valientes relatando las consecuencias de su rebelión contra el machismo, reivindicando su derecho a ser libres. Cuando son preguntadas por estos testimonios, las amables expertas en nosotras, aducen que se trata de excepciones, experiencias personales. Y es que cuando el asunto a tratar es el machismo en el islam, parece que no es necesario acreditar conocimiento sobre feminismo. Que uno de los eslóganes más conocidos de este movimiento sea que “lo personal es político” no es algo que se tenga en cuenta si “lo personal” tiene que ver con una religión ajena a la propia realidad.

Para pontificar sobre el oxímoron llamado “feminismo islámico” parece que el único corpus textual que hay que tener presente es el religioso. No encuentran ninguna contradicción en echar mano de las fuentes fundamentales de nuestro patriarcado milenario para hablar de feminismo. Mejor atender a los discursos de los teólogos de barbas largas, que nos cuentan lo bien que estamos las mujeres en el islam, que leer a Simone de Beauvoir.

Para estas expertas tan ponderadas, con un sentido de la justicia muy por encima de quienes simplemente nos negamos a aceptar que se nos relegue a ser ciudadanas de segunda, para ellas, las niñas, en caso de ser hijas de familias musulmanas, no merecen crecer en igualdad, ni que no se censuren sus cuerpos, ni dejar de ser educadas para someterse a lo que Emilia Pardo Bazán llamó “trabajos maternales forzados”. Que sean víctimas de violencia por querer escapar al destino de madres y esposas no parece una información que ponga en duda sus muy académicas investigaciones.

No les importa saber que hay niñas en España, hoy, no en el siglo XIX, no en el nacionalcatolicismo, sino en democracia, que viven midiendo el largo de sus jerséis porque si enseñan demasiado, si llevan ropas demasiado ajustadas, si un mechón de pelo escapa a la tela que lo oculta, serán castigadas. Tampoco les preocupa que algunas no lleguen nunca a aprender a nadar. O que miles de chicas sean empujadas a matrimonios precoces, porque el culto a la virginidad y el honor son una presión insoportable de la que intentan zafarse como pueden, aunque sea metiéndose en la boca del lobo. Hablan y escriben como si Nawal el Saadawi o Wasilah Tamzali no hubieran existido nunca, no hubieran escrito ni hablado. Las únicas voces que tienen en cuenta son las de aquellas que no tienen problema alguno en asumir como identidad la opresión que ha rebajado nuestra existencia. Las cómplices del patriarcado que repiten sin sonrojarse manipulaciones y falsedades sobre la supuesta igualdad imperante en la religión inventada por Mahoma.

Ellas, las veladas, protegidas y promovidas por ciertos sectores de la izquierda y de un pseudofeminismo capaz de renunciar a sus principios a la mínima de cambio, ellas sí son consideradas representativas. A pesar de que la identidad que dicen defender diste mucho de la de sus propias madres, musulmanas de toda la vida que nunca creyeron que un trozo de tela pudiera contener la profundidad de su fe. A pesar de que, en algunos casos, han sido reclutadas, formadas y adoctrinadas por organizaciones con un proyecto religioso político, que se declaren simpatizantes de los Hermanos Musulmanes, que citen con toda la naturalidad del mundo a Ibn Taymiyya, precursor y faro ideológico de los movimientos fundamentalistas modernos.

Y es que algunos entendidos y entendidas en islam en España, en las últimas décadas parecen tener como principal objetivo contribuir al desconocimiento general que sobre la materia tiene la población, asimilando, sin complejo alguno, la religión con sus manifestaciones más conservadoras, reaccionarias o políticas. La reislamización, en este caso, ya no necesita de imanes ni mezquitas, tiene el beneplácito de académicos, feministas relativistas y ciertos sectores de la izquierda.

Apliquemos esta lógica a la inversa: establezcamos que para hablar de los derechos de la mujer en España haya que hacer una relectura de la Biblia y consideremos que las únicas voces representativas en cuestiones de feminismo sean las que pertenezcan al Opus Dei, y que la opinión de los obispos más reaccionarios tendrá que ser tenida en cuenta si no se quiere incurrir en cristianofobia. Absurdo, ¿verdad?

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