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Moderados y progresistas en la España del Siglo XXI

En toda España, en menos de cinco años, se han instalado miles de oficinas de juego donde jóvenes realizan apuestas deportivas esperando ganar dinero fácil; tras este negocio de apuestas deportivas se encuentran empresas como CODERE, convirtiendo las esquinas más transitadas de los barrios pobres en timbas; algunos sociólogos han comparado este negocio con el tráfico de heroína de los años ochenta.

Hemos sabido, en este mes, que una red de futbolistas, entrenadores y directivos del fútbol habían organizado un entramado para amañar los partidos y beneficiarse de las apuestas deportivas. Todavía no se sabe la profundidad de esta red, pero, al parecer, también servía para blanquear dinero procedente del narcotráfico.  Lo que no cabe duda es que este entramado de estafadores han traicionado las ilusiones de los jóvenes que apuestan ya que el negocio, además de sucio, está claramente amañado.

Algo parecido ha ocurrido en el negocio y mercado de la política en España; con el 15-M se abrieron grandes esperanzas de reformas del sistema político, exigiéndose una democracia real y unos cambios sociales que frenaran los recortes en los servicios universales y se tomaran medidas para frenar el desempleo. Son muchas las cosas que bullían en ese tiempo y para responder a estas aspiraciones se formaron nuevos partidos políticos que han tenido la confianza de los ciudadanos y particularmente Podemos, pero también Ciudadanos.

Podemos se constituyó como un tribuno popular donde una nueva generación enarbolaba ilusiones de valores republicanos y Ciudadanos, en cambio, conectaba con jóvenes de clase media más interesados en emprender cambios pragmáticos de reforma del sistema político aderezados en un liberalismo económico, matizado por lo social; pero ambos tenían en común la crítica al sistema bipartidista que presentaban como un sistema anquilosado y corrupto.

Existía, al menos de la parte de Podemos, una propuesta de reseteo del sistema político del año 1978 (el régimen del 78) abriendo la puerta a un proceso constituyente junto a reformas sociales de amplio calado; pero en menos de tres años todo ese discurso, que parecía sólido, se ha disuelto en el aire y estos nuevos partidos políticos se han convertido en muletas de los partidos principales del calificado como nefando sistema bipartidista y aunque el PSOE y el PP siguen en crisis parece que ya están en proceso de reconstitución y fortalecimiento.

También y como reacción al proceso constituyente republicano catalán, el surgimiento del partido político neo franquista y ultra católico VOX ha desplazado todo el sistema político hacia la derecha. De tal forma que hoy las palabras de reforma constitucional o proceso constituyente han sido sustituidas por la de moderación y concordia. Se está imponiendo el vocabulario preferido por el conservadurismo decimonónico español, un lenguaje que defiende los intereses del status quo, arrinconando todos los asuntos que se pusieron en cuestión en las plazas y en las calles hace ocho años.

La reforma o la apertura de un proceso constituyente que abra la puerta a un reformismo político que imponga las bases de una democracia real con separación de poderes, con un sistema de verdad representativo y bajo una nueva ley electoral y que establezca el laicismo como principio indisociable de la democracia y que tenga en cuenta las aspiraciones de una república social, todo esto no solo ha quedado arrinconado sino que incluso se ha abandonado  en la hoja de ruta de los partidos que se presentaron como regeneracionistas o incluso radicales. Ahora tanto los partidos del bipartidismo como los nuevos apelan a la moderación.

Tomemos el ejemplo del laicismo y como ya, en la campaña electoral, la mayoría de los partidos políticos de izquierda abandonaron cualquier reivindicación al respecto. Ninguno de los partidos de la izquierda ni tampoco Ciudadanos, se plantearon denunciar los vergonzosos Acuerdos con la San Sede y tampoco se han planteado medidas que, en verdad, aborden el laicismo en el sistema educativo. Al contrario, ya se da por hecho que los privilegios del catolicismo no se van a tocar máxime con una derecha retrograda que sigue empeñada en identificar la nación política con el catolicismo.

Todos los partidos, incluido Podemos, hablan de la necesidad del sentido común, de la moderación y la concordia. Esa palabra, concordia, es típica en lenguaje político del conservadurismo y se introdujo tras el periodo jacobino y tras el Terror revolucionario, decidiendo dar ese nombre a la plaza central en París, donde había estado expuesta la famosa guillotina. En definitiva, se trata de apelar no a una nueva base para la convivencia sino a una reconstrucción del orden antiguo, a la restauración y por eso los conservadores y reaccionarios europeos pusieron el nombre de concordia a miles de plazas y calles por toda Europa. Y exactamente lo mismo pasa con la palabra moderado.  De hecho, en España, la revista La Concordia fue el órgano ideológico del Partido Moderado, el partido más típico del conservadurismo isabelino. Se nos presenta un lenguaje conservador decimonónico como un lenguaje moderno. La moderación es sinónimo del conservadurismo y sin embargo es la palabra de moda en el partido socialista. Todos los barones socialistas se reclaman de la moderación, hasta la portavoz de los socialistas en el Congreso que declaró “que era más roja que el color de su cazadora” ha apelado en varias ocasiones a la moderación. No necesitamos ningún monumento a la moderación sino más bien al progreso.

No sabemos cómo se podrá recuperar ese impulso reformista  del 15-M y quien lo podrá encarnar pero desde luego no va a ser  exclusivamente desde el mercadeo de la política  ya que hemos comprobado sus límites y como incluso los partidos pretendidamente regeneracionistas se degradan apelando a la transversalidad y a otras fruslerías pretendidamente audaces;  se requeriría tejer  una urdimbre desde abajo, social, que exija reformas políticas de un sistema político que ya no cabe en sus costuras; modestamente Europa Laica exige la necesidad de una reforma para establecer el Estado laico en España.  De momento parece que nos han dado el tocomocho: el país, que ha votado tímidamente hacia el progreso, gira hacia la moderación. Incluso si se formara un gobierno de cooperación sería un gobierno, en palabras del socialista José Luis Ábalos, progresista moderado, es decir, conservador.

La recién electa alcaldesa de Gijón, la socialista Ana González, ha declarado que no irá a la tradición católica de la Bendición de las Aguas, en la parroquia de San Pedro, el día 29 de junio, atendiendo al carácter laico del Ayuntamiento. Este hecho de desvincular al Ayuntamiento del simbolismo católico ha puesto en pie de guerra a los moderados de la ciudad (desde PP a VOX) que poco menos tachan de fanática a la alcaldesa y la acusan de gobernar con líneas rojas. El párroco la sigue animando a acudir ya que “las aguas no han hecho mal a ningún alcalde”, ha declarado con esa picardía típica del clericalismo popular. Esta cordura de la alcaldesa, invocando el laicismo de las instituciones públicas, anuncia en Gijón una política municipal en favor de las mayorías sociales, es decir una política progresista sin adjetivos.

Afortunadamente muchos alcaldes y concejales recién elegidos tienen ese espíritu progresista que va unido al laicismo, como el alcalde de Valencia, que se ha comprometido a continuar impulsando políticas progresistas vinculadas a aspiraciones republicanas. Estos ejemplos son elementos imprescindibles para urdir ese tejido que, desde abajo, exija reformas políticas y sociales progresistas en uno de los países donde, según la OCDE, más se ha incrementado la desigualdad entre las personas, fenómeno que tiene mucho que ver para que empresas como CODERE hayan convertido las esquinas de los barrios populares en verdaderas timbas.

Antonio Gómez Movellán presidente Europa Laica

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