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Mitras punzantes

La muerte es la nada cerrada sobre sí misma. Los números no tienen capacidad de cuantificarla, porque la muerte trasciende toda mensurabilidad. Cada hombre, con su muerte emanada de su historia, no cabe en la pobre matemática que todo lo simplifica.

¿Haití ha muerto? ¿O más bien ha sido asesinada por las leyes del mercado, del olvido como método, del abandono como instrumento ejercido para que los pobres alcancen el punto álgido de la pobreza? Allá los analistas económicos. Hoy todos sentimos la sangre estremecida ante el horror de esa tremenda herida que nos ha surgido y que no se sabe si algún día cicatrizará. Porque todos somos conscientes de que lo que nos sobrecoge en el presente se olvida cuando las imágenes televisivas vuelvan a la rutina de anunciarnos sartenes Belén Esteban o amoríos de la Duquesa de Alba. Entonces seguirán muriendo al ritmo que marquen los despachos de los poderosos, al compás del liberalismo del mercado. Cuando los calendarios vuelvan a su rutina, nadie se acordará de la blasfemia vomitiva de Mons. Munilla: “Deberíamos llorar por nosotros, por nuestra pobre situación espiritual, por nuestra concepción materialista de la vida porque quizás es un mal más grande el que nosotros padecemos que el que sufren esos inocentes”

No se han oído voces episcopales denunciando la intrínseca maldad de estas afirmaciones. ¿Dónde están Martínez Camino, Rouco Varela, Cañizares? ¿Dónde anda El Papa Benedicto? Un episcopado tan unido (¿o uniformado?) frente al gobierno o las decisiones del Parlamento español, pero que no muestra su rechazo a la postura de Munilla o del Arzobispo de Granada, es un episcopado cómplice, que justifica el desprecio a los pobres para siempre horizontales, con la muerte incubada en fosas anónimas. Las mitras se vuelven lanzas y se clavan como rejones definitivos. Cualquier muerto merece una oración, cualquier muerto menos estos haitianos sobre los que sólo recae el vómito caliente de un obispo blasfemo y de un episcopado copartícipe.

Del episcopado hablo, no de los cristianos. Porque allí, junto al olvido de los olvidados, hombro a hombro con la pobreza de los más pobres, había hombres y mujeres comprometidos con la redención de los estómagos, con la resurrección de la dignidad humana, con la miseria última de los que no tienen futuro.

Aquí permanecemos los defensores de los valores cristianos de occidente, luchadores contra mezquitas que pueden desequilibrar nuestra cultura de santiago matamoros, cruzados contra medias lunas inmigrantes, constructores de muros contra pateras destructoras de cristianismos hipócritas, legalistas, donde el derecho canónico aplasta el amor porque es más cómoda la ley que la entrega.

Del episcopado hablo, insultando diariamente a la mujer, proclamando que el hombre tiene derecho a abusar de ella puesto que ella aborta (lo ha dicho Javier Martínez, Arzobispo de Granada), incubando dictaduras, condenando el amor homosexual, la investigación que alivia el dolor humano, despreciando la dignidad de una muerte decidida como un acto más de la vida.

Voy a sentarme en la Cibeles a ver pasar al episcopado manifestándose contra sí mismo.

Rafael Fernando Navarro es filósofo

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