¿Hasta dónde puede llegar el odio, no de una persona hacia otra por motivos personales, sino de un grupo de personas hacia otro grupo? ¿Hasta dónde tiene que llegar el odio para pedir abiertamente la muerte del otro?
La productora Vanguard envió hace poco un equipo a Uganda para filmar un documental sobre el odio a los homosexuales en ese país. La homofobia y el odio a las sexualidades minoritarias siempre está latente, al menos en todos los lugares donde ha llegado la prédica de las religiones abrahámicas, y de hecho, en casi todas las culturas tradicionales, en las que el sexo está regimentado en torno al único objetivo de cohesionar a la comunidad en torno a familias productoras de niños. Pero en Uganda, desde hace tiempo y especialmente en épocas recientes, varios predicadores cristianos han trabajado a conciencia para avivar ese horror ignorante a lo diferente, para inflamar ese odio latente y para convocar a multitudes a pedir la destrucción de sus vecinos, de sus hijos e hijas, de sus amigos y compañeros de trabajo.
La producción de Missionaries of Hate (“Misioneros del odio”) eligió sabiamente, o quizá de manera inevitable, dejar que los responsables hablen libremente. A poco de escucharlos resulta obvio que ninguna de las cuestiones que podrían planteárseles tendría chances de sacudir sus creencias, cimentadas en la forma más burda de fundamentalismo bíblico, pero apuntaladas y elevadas mucho más por una visión conspirativa casi alucinatoria. Para el pastor Martin Ssempa, uno de los predicadores más famosos de Uganda, la homosexualidad no sólo es un abominación a los ojos de Dios que debe ser castigada con la muerte tal como las Escrituras lo comandan con claridad; también es una ideología colonialista impulsada por los Estados Unidos y otros países corruptos de Occidente para quebrar la cultura cristiana de África, y un plan de oscuras agencias que querrían imponer a nivel global un sistema donde los homosexuales pueden no sólo dedicarse a sus “perversiones” en privado sino reclutar a niños inocentes, pervertir sus instintos y tentarlos/obligarlos a realizar actos sexuales aberrantes. Por todo esto, la homosexualidad, que ya es ilegal en Uganda, debe ser activamente perseguida y sus perpetradores no encarcelados sino ejecutados.
El presidente/dictador de Uganda, Yoweri Museveni, es un fanático cristiano. Si por él fuese es muy posible que la ley pedida por Ssempa ya estaría aprobada. Pero Museveni es también un político y el líder de un país espantosamente pobre, que depende de la ayuda externa para funcionar. Luego de décadas de apuntalar tiranías varias, el gobierno de Estados Unidos se ha planteado ciertos límites: con la atención mediática mundial posada sobre Uganda, la administración Obama no consideró que fuera político enviar fondos a un país que estudiaba instaurar la pena capital para los homosexuales, y así se lo hicieron saber a los ugandeses. Por esa razón ha fracasado la ley antigay, y por eso es que el pastor Ssempa despotrica contra Estados Unidos y que sus seguidores llevan a sus marchas carteles contra Barack Obama.
Pero de Estados Unidos no llegan sólo el conjunto de palo y zanahoria conformado por los fondos de ayuda humanitaria y su posible corte. Con una retórica apenas más prudente, muchos predicadores evangélicos estadounidenses comparten las ideas de Ssempa. En 2009, el pastor Scott Lively viajó a Uganda para dar conferencias sobre la homosexualidad: de hecho una prédica religiosa con pátina de estudio científico, en la que se calificaba a la homosexualidad como disfunción sexual y se distinguían supuestas causales de la misma, tomadas del acervo pseudocientífico que el cristianismo moderno ha ido formando. Lively predica, entre otras cosas, que “la homosexualidad” (a la que trata como un movimiento) históricamente no se ha tratado de relaciones consentidas entre adultos sino de abusos pedofílicos, y escribió un libro, The Pink Swastika (sí, se llama “La esvástica rosa”, y la tiene en su portada) donde responsabiliza a los gays de ser los creadores del nazismo.
Otros dos evangélicos estadounidenses notorios, Rick Warren y Benny Hinn, visitaron Uganda y llenaron estadios con su prédica, mezcla de show de milagros y letanías de odio desbordante contra los homosexuales.
Un mes después de la conferencia de Lively, el primer proyecto de ley contra la homosexualidad con penas extremas, incluyendo la pena capital, ingresó al Parlamento ugandés; su autor, David Bahati, proclama que su objetivo fue “proteger a nuestros niños”. Cuando la periodista de Vanguard le pregunta si el detonante fue la visita de los predicadores ese mismo año, Bahati se muestra ofendido y la acusa de racismo por insinuar que los africanos no pueden decidir por ellos mismos. En otro segmento, el pastor Ssempa comparte esa opinión. El tópico es tan obviamente incómodo como claramente cierto, y si ofende a los africanos, resulta aún más molesto, por otras razones, para Lively y compañía, que rápidamente buscaron separarse de toda asociación futura con imágenes de homosexuales colgados en las plazas públicas. Si la esencia de la prédica de Ssempa es la violencia verbal abierta y la obscenidad grosera como revulsivo (en sus asambleas exhibe pornografía en una notebook), la de la de los evangélicos americanos mainstream es la hipocresía.
Cuando el Papa Benedicto XVI visitó África hace unos años volvió encantado con el fervor ignorante y el fanatismo religioso que allí encontró, y llamó al continente más pobre y violento de la Tierra “el pulmón espiritual de la humanidad”. Como el líder católico, los expertos morales fraudulentos y los showmen que se hacen llamar “hombres de Dios” de Occidente saben que hay límites que no pueden cruzar en sus países de residencia, pero que son ignorados en lugares como Uganda, donde a nadie le importa decirle a un periodista extranjero, en la calle y en voz alta, que los homosexuales deberían ser ahorcados. El problema, para ellos, es que ni siquiera Uganda está hoy aislada de los canales que llevan la información a todo el resto del mundo.
Missionaries of Hate está en inglés, sin subtítulos y dividido en cinco videos cortos, en YouTube.