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Minarete en la Zona Cero

Discriminar el culto musulmán por el 11-S solo favorece la imagen de Occidente que da Al Qaeda

Las presiones de la ultraderecha estadounidense han hecho que el presidente Obama matice sus iniciales declaraciones apoyando la construcción de un centro islámico, que incluiría una mezquita, a dos manzanas del lugar en que se encontraban las Torres Gemelas. Es un triunfo de la ultraderecha en la misma proporción que es una derrota del Estado de derecho. Los musulmanes norteamericanos, lo mismo que los de cualquier otro país democrático, no tienen una relación especial con las leyes: están tan obligados a cumplir sus deberes como a ver protegidos y respetados los derechos de los que gozan como ciudadanos.

Los argumentos para rechazar la construcción del centro islámico de Nueva York no difieren de los empleados en otros países democráticos. Incluida España, como se ha visto en las recientes polémicas sobre la construcción de nuevas mezquitas en algunas localidades de Cataluña. Son argumentos que solo conducen al establecimiento de límites arbitrarios a las libertades de culto y de conciencia. Es lo que sucede cuando se sostiene que la autorización de mezquitas debería basarse en la reciprocidad de los países de mayoría musulmana con respecto a las iglesias. No cabe exigir a los Estados laicos y democráticos que actúen como paladines de los credos cristianos, sino como defensores de la libertad religiosa. Es en nombre de esta, y no de los credos cristianos, por lo que deben condenarse las trabas que algunos países de mayoría musulmana imponen a la edificación de nuevas iglesias o al ejercicio del culto dentro de las que ya existen.

Los responsables de los atentados del 11-S fueron asesinos a las órdenes de Al Qaeda. El hecho de que invocasen el Islam para cometer su crimen no los convertía en portavoces de los fieles de este credo. Por eso, el argumento sobre la supuesta falta de sensibilidad de la comunidad musulmana de Estados Unidos al promover la construcción de una mezquita en la Zona Cero es inaceptable. Porque ofrece retrospectivamente a Al Qaeda una representación que nunca logró a través de sus métodos criminales y porque, además, arroja una sombra de sospecha sobre ciudadanos con idénticos derechos a los de quienes profesan cualquier otro credo. Obama defendió estos principios elementales en un primer momento y los matizó a continuación. No lo hizo por un sobrevenido ataque de realismo, sino por la presión de la demagogia populista, cada vez más inquietante en Estados Unidos y también en Europa.

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