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Mimunt Hamido: “Ser mujer en el islam es ser una persona de segunda”

Mimunt Hamido (1961) es una activista de origen musulmán, nacida en Melilla. Desarrolla su labor como divulgadora desde la plataforma NoNosTaparán, en la que da voz a mujeres feministas y laicas de origen magrebí, algunas de ellas amenazadas de muerte por su actividad. Es además miembro de la junta directiva de la asociación MediterráneoSur, cuyo fin es la difusión y el conocimiento de la cultura mediterránea. Queremos hablar con ella aprovechando la polémica de Rihanna y sus disculpas tras utilizar un texto islámico en un desfile de lencería, sobre islam, mujer y feminismo, así que le pregunto por su opinión al respecto. Hamido es directa en su respuesta: «Supongo que Rihanna y sus asesores ya tenían en cuenta que la disculpa formaba también parte de la “performance”. El “respeto” a confesiones religiosas tiene un funcionamiento diferente en EE UU y en Europa. Desgraciadamente esa mojigatería, ese falso respeto, ha llegado a Europa para quedarse. Aquí hay gente como Willy Toledo, que se caga en Dios –el actor fue acusado de ofensa a los sentimientos religiosos por publicar esa expresión en Twitter– y luego me llama a mí islamófoba por manifestarme en contra del patriarcado islamista, que nos obliga a las mujeres a ser personas de segunda.

–¿Cree que hay más cuidado con unas religiones que con otras? ¿Miedo? Cuando Madonna publicó “Like a prayer” (1989), pese a la cancelación de publicidad, el veto y la suspensión de actuaciones, no pidió disculpas por ofender a los católicos.

–Entonces había una corriente laica muy fuerte en todo el mundo occidental. Era una de las muchas formas con las que el arte ha provocado siempre al sistema, en este caso a la iglesia católica. En cambio, ahora el enemigo es el islam en todas sus facetas. El islam político se ha hecho fuerte en Europa y no deja resquicio a la disidencia, ni siquiera a los occidentales. Ahora se confunde racismo con islamofobia, y la multiculturalidad mal entendida hace el resto. «Islamofobia» es la palabra mágica para cerrar bocas. Todo el mundo tiene miedo a que le tachen de islamófobo, no solo la gente: gobiernos, ayuntamientos, medios de comunicación… Presentarse como minoría y, por tanto, víctima da muchos puntos y han conseguido tener, no solo a una comunidad cautiva, también a un mercado.

–¿Y si a esa disidencia, que no encuentra amparo en Occidente debido a la combinación de miedo a ser tachado de islamófobo y esa multiculturalidad mal entendida, le añadimos ser mujer y musulmana?

–La mayoría de disidentes son mujeres. Y es natural porque somos las que sufrimos más el patriarcado islámico. Ser mujer en el islam es ser una persona de segunda. Y no hablo de países musulmanes. Vivir en un Estado democrático y aconfesional no nos libra de tener que seguir las reglas que dicta el patriarcado islámico y, ahora, el islam político. Aunque una mujer pueda denunciar aquí –con muchísima dificultad– eso no nos libra de matrimonios concertados ni de estar sometidas a sus reglas. «Es su cultura», dice una parte de la sociedad. El orientalismo está haciendo mucho daño y el relativismo cultural mucho más. Muchas chicas musulmanas han nacido ya aquí, no conocen su cultura y creen ciegamente que nuestra cultura es religión e hiyab. Muy pocas se atreven a decir en público lo que sufren y cuando deciden luchar por sus derechos son acusadas de islamófobas, tienen –tenemos– que aguantar insultos y amenazas de muerte. Aquí se ha decidido que existe un «feminismo islámico» y que hay que apoyarlo.

–¿No existe un feminismo islámico?

–Es imposible, no puede existir un feminismo islámico como no puede existir un feminismo católico. Porque ninguna religión es feminista, todas son misóginas. Tú puedes ser creyente y feminista, pero no puedes justificar el feminismo a través de la religión.

–¿La mujer musulmana en España está indefensa?

–La situación de muchas mujeres musulmanas en España es mucho más difícil que la de una mujer musulmana en Marruecos, ya que, además de soportar la opresión de la religión y de la ideología islámica, hay que sumarle el racismo de una sociedad que aun teniéndonos a menos de 200 kilómetros y con una historia en común no nos conoce. Si le añadimos además el desconocimiento que las mismas jóvenes tienen de su propia cultura, lo que tenemos es una bomba de relojería.

–Ya que menciona el hiyab, Mona Eltahawy («El himen y el hiyab») afirma que es más fácil elegir ponerse el hiyab que dejar de llevarlo.

–Hay una frase: «Cuando te pones el hiyab, brillas». Es lo que le dice la familia a las chicas cuando se lo ponen. Ponérselo es, efectivamente, muy fácil. Tu vida dentro del núcleo social y familiar es más cómoda. Tus padres confiarán en ti, te darán más libertad para moverte, para salir. Si eres adolescente, el hiyab significa que eres una buena chica y, sobre todo, virgen –importantísimo–. Pero si no lo llevas… ¿Quién sabe? Quitártelo significa que eres una renegada, que quieres salir como las occidentales, llevar una vida de perversión, y ya no te van a respetar ni van confiar en ti. Perderás muchas amigas. Quitarse el hiyab cuesta. Te expones al rechazo, al insulto.

–Hay un sector del feminismo que lo defiende como una libre elección.

–No hay libre elección en el hiyab. Es un condicionamiento social. Si desde pequeña te están diciendo que tienes que ponértelo, tú te lo pones. La vida se te hace más fácil. Y más sabiendo lo que implica quitártelo. El hiyab es un símbolo misógino y sexista, que cubre el cuerpo y el pelo de la mujer porque mostrándolo podría incitar al hombre. En occidente, además, es la manera que tiene el islam de hacer visible su ideología y para eso nos utiliza a las mujeres.

–¿Irene Montero recibió a un grupo de mujeres hiyabis con motivo del 8M?

–Sí, sin embargo, nosotras no pudimos entregarle un manifiesto que hicimos con motivo del día internacional de la mujer. Ni siquiera nos recibió.

–¿Prohibiría el hiyab?

–Yo no prohibiría a una mujer adulta ponerse un hiyab, como no prohibiría a una señora ponerse mantilla el Jueves Santo. Independientemente de que me guste o no me guste. Pero sí prohibiría que las menores lo lleven en las escuelas o institutos en un país laico.

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