En su carrera post-mortem hacia la santidad, Wojtyla va a anotarse un segundo milagro sin que todavía esté muy claro el primero. Los incrédulos dicen que ese primer milagro certificado (la curación de una mujer que padecía Parkinson) quedó invalidado ante la evidencia de que luego Juan Pablo II no pudo curarse el Parkinson a sí mismo. Un argumento absurdo y que demuestra escasa teología, pues los santos no barren para casa. Además un milagro consiste precisamente en la vulneración de las leyes naturales, una intromisión directa de Dios en los planes terrenales. Es decir, que una cosa es que el Papa hiciera un milagro y otra muy distinta que montara una clínica.
Es verdad que como prueba de santidad lo del Parkinson no parece gran cosa. Antes los santos rescataban moribundos de la agonía, reconstruían de la nada miembros amputados e incluso resucitaban muertos si hacía falta. Ahora es poco más o menos como si dijeran que Wojtyla había curado una gripe, que en vez de nombrarle santo tendrían que darle su nombre a un antihistamínico o a una versión polaca del Frenadol. En cualquier caso, los especialistas del Vaticano han decidido guardar el segundo milagro bajo llave. A lo mejor el segundo milagro es que colara el primero. También podría ser una variante de aquel misterio de Fátima que profetizaba la conversión de Rusia y que Wojtyla organizó entre los astilleros de Gdansk y el santuario de Chestokova.
De todas formas, con mucho menos que eso, San José María Escrivá de Balaguer se convirtió en el santo más rápido de la historia sagrada. Lo canonizaron a toda hostia, nada más que con un par de curaciones, la fundación del Opus Dei y unas gafas. Los santos del siglo XXI corren que se las pelan: ni siquiera hizo falta que fundara el Opus Night. No obstante el papa Francisco ha batido todos los records al decapitar él solo, casi sin despeinarse, la cúpula completa de la Banca Vaticana. Sólo con ese tanto en su haber, un revival de la expulsión de los mercaderes del templo, tendrían que nombrarlo santo en vida.
Los evangelistas no dedicarían ni un versículo al milagro del Parkinson, menos aún una nota a pie de página a Escrivá de Balaguer. En cambio, a Bárcenas, para salir de secundario entre los apóstoles, no le faltan más que las sandalias. Jesucristo, en sus mejores momentos, parecía una precuela del Gürtel: mutaba el agua en vino igual que Correa organizaba juergas y multiplicaba panes y peces con la misma facilidad que capitales Bárcenas. Amasar treinta y tantos millones de euros de la nada (sin contar los que quedan por aparecer) sí que es un milagro marca España. De momento, la entrada del ex tesorero en Soto del Real ha sido como el Domingo de Ramos. No lo canonizan porque, según se viera coronado, San Luis trincaría el halo de santo y lo encestaría en una peineta.