El diseñador de este espacio considera la instalación de palcos de Semana Santa «una monstruosidad» que hace extensiva al resto de eventos que se celebran en el conjunto monumental
“Yo lo que veo es que hay muy poco respeto. No solo a ese espacio, que es una obra contemporánea, sino a las obras históricas. Pero es que esto ocurre con bastante frecuencia en esta ciudad”. Son las declaraciones del arquitecto Juan Cuenca, artífice de la reforma de la Puerta del Puente, preguntado sobre la instalación de palcos sobre los bancos públicos que diseñó para la remodelación de este espacio, estrenada en 2013.
Cuenca (Puente Genil, 1934) es una voz más que autorizada en la arquitectura española moderna. Es fundador de Equipo 57 y ganador, entre otros galardones, del primer Premio Nacional de Diseño Mobiliario del Ministerio de la Vivienda o de la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, además de artífice, entre otras obras, de la recuperación de la Plaza de la Corredera o la construcción de la Estación de Autobuses. Su opinión sobre el uso que se hace de la Puerta del Puente va más allá de la carrera oficial, ya que lo hace extensivo a la gran cantidad de eventos de toda índole que se llevan a cabo allí.
“Aquello debería ser, no digo un templo, pero sí un monumento que se respete. Un espacio para disfrutar y para pasearlo, pero no para este tipo de eventos”, sostiene el arquitecto, que reconoce no tener nada particularmente en contra de la celebración de la Semana Santa, si bien su opinión sobre la instalación de palcos para asistir a este evento es de lo más sincera: “Yo he visto aquello y me parece una monstruosidad”.
Cuenca reconoce que cuando desarrolla sus trabajos en Córdoba hace las cosas “fuertes, pensando en que no se rompan”, porque tiene en la cabeza que, en esta ciudad, a diferencia del resto de Europa, “no se respeta la autoría y no se tiene en cuenta” por parte de las autoridades, que nunca le han consultado su opinión sobre estos asuntos.
“Me podrían haber preguntado cómo hacerlo para que el mobiliario no sufriera”, reconoce el artista, que recuerda que él no es “el guerrero del antifaz” ni “un vigilante” y que, si se producen desperfectos, al final quedarán “como testigo de que no estamos a niveles de otras ciudades de Europa”.
De hecho, el arquitecto reconoce que no suele pasear por la zona, que concibió hace años como “una especie de ágora griega”. “Yo no paso por ahí, porque lo paso muy mal. Me duele mucho. Pero me duele no como arquitecto, sino como ciudadano, porque veo una ciudad que es así de irrespetuosa”, sentencia.