No hay razón para imponer un precepto religioso como ese en una sociedad laica.
Es pecado mercar (comprar y vender) en domingo? Depende. Lo es para los cristianos estrictos. Para los judíos lo es hacerlo en sábado; para los musulmanes, en viernes. En Estados Unidos, mientras los predicadores llevaron la voz cantante, se prohibía abrir los comercios en domingo, pero ahora ya está permitido en todos los Estados. En Canadá pasaba lo mismo hasta que el Tribunal Supremo declaró ilegal la prohibición de abrir los domingos como contraria a la libertad religiosa: no hay razón para imponer un precepto religioso como ese en una sociedad laica.
Desde Tokio y Hong Kong hasta México, Toronto y Nueva York, pasando por Londres, Estocolmo y Berlín, los grandes almacenes y centros comerciales abren en domingo, que suele ser el día más conveniente para que los empleados y las familias efectúen sus compras. Por eso la gran arteria comercial de Tokio, la avenida Ginza, se cierra al tráfico rodado los domingos, a fin de acomodar la ingente multitud de compradores que acuden a los grandes almacenes y llenan la calzada. ¿Cómo explicar el anacronismo de que en algunos sitios todavía se siga prohibiendo mercar en domingo? La motivación tradicional era religiosa, pero ya apenas se invoca, al menos en España. Lo que se impone es la presión corporativista de los lobbies de tenderos ineficientes sobre los políticos para que les quiten de encima la competencia de los comerciantes más exitosos.
Desde luego, el Estado puede y debe prohibir ciertas cosas. Ya los padres del pensamiento político moderno justificaban la existencia misma del Estado por la necesidad que tenemos los ciudadanos de ser protegidos de la violencia de los demás. Hay razón de sobra para prohibir cuanto involucre violencia, crueldad, engaño o destrucción del entorno, desde los asesinatos, las violaciones y los secuestros hasta todo tipo de maltratos, incendios, robos y asaltos. También se puede discutir si prohibir algo que perjudica a la salud o que produce ruidos o humos molestos. Lo que no es de recibo es prohibir una actividad pacífica y tranquila, que no involucra violencia alguna, no perjudica a la salud, no molesta a nadie, no destruye la naturaleza y se basa exclusivamente en interacciones voluntarias entre adultos. No hay ninguna razón para restringir la libertad de los ciudadanos de comprar sillas o camisas en domingo ni para limitar el tamaño de las tiendas en que puedan hacerlo. En cualquier caso, comprar en domingo no es más peligroso ni violento que comprar en lunes o martes; simplemente, es más cómodo y conveniente para los consumidores que trabajan.
Miguel Boyer ya había establecido por decreto ley la libertad de horarios comerciales en toda España en 1985. Sus sucesores no supieron resistir la presión combinada de ciertos lobbies de tenderos y de ciertos políticos locales a favor de una vuelta a leyes más regresivas. Actualmente sigue vigente la ley de horarios comerciales de 2004, que despoja a los ciudadanos y empresarios de la autonomía que les había reconocido el decreto Boyer y, a cambio, otorga a los políticos autonómicos un poder discrecional para decidir qué domingos y festivos puedan abrir los comercios e incluso para discriminar a unas tiendas respecto a otras, permitiendo a unas lo que prohíben a las demás. Como es bien sabido, la potestad discrecional de los políticos para restringir las libertades y conferir favores y privilegios a unos grupos frente a otros es una fuente constante de injusticia, ineficiencia económica y corrupción.
Los catalanes habían tenido en el pasado la buena reputación de ser los mejores comerciantes de España. Ya no. Las iniciativas comerciales exitosas vienen ahora de otros lares: Zara ha surgido en Galicia, Mercadona en Valencia y Eroski en Euskadi, por citar algunos. La ineficacia y el encorsetamiento del sistema comercial catalán son patentes. La ordenación legal llega al esperpento de permitir que puedan abrir los domingos las tiendas que no tienen intención de hacerlo, mientras prohíbe que abran los que sí desean abrir.
El popular outlet o centro comercial de la Roca del Vallés, que vende ropa a precios rebajados, está medio vacío durante la semana y se llena el domingo, que es cuando la gente quiere comprar. A pesar de ello, ahora, en junio, la Dirección General de Comercio de la Generalitat, plegándose al chantaje de una asociación de tenderos, ha ordenado cerrarlo precisamente cuando la gente quiere tenerlo abierto. El outlet de la Roca no podrá abrir los domingos ni festivos, en contra de la práctica anterior y del deseo unánime del centro, de los consumidores y del Ayuntamiento de la Roca. Acogiéndose a un bizantinismo de la ley catalana, los tenderos acusadores han alegado que el municipio de la Roca del Vallés no es lo suficientemente turístico, como si la libertad de comprar y vender camisas en domingo tuviera algo que ver con el turismo. ¿Por qué un turista ha de tener más derecho a mercar en domingo que yo? Los domingos, la Roca ha sido hasta ahora un destino favorito de muchas familias y madres con hijos pequeños, que hacían una excursión que combinaba el jugar con los niños, el comer y el comprar ropa y otros productos en ese lugar preparado para ello, un centro comercial en forma de aldea pintoresca, apartado de las viviendas y que no molestaba a nadie. Solo molestaba a los competidores que vendían más caro, prestaban un peor servicio y ni siquiera ofrecían donde aparcar y que, además, no les daba la gana de abrir los domingos, aunque podían.
Otro caso parecido es el de la gran mueblería Ikea. La compra de muebles requiere con frecuencia la asistencia de toda la familia, y pasarse horas viendo y comparando y decidiendo, todo lo cual es difícil de hacer entre semana. Por eso, el domingo es el día en que más familias quieren acudir juntas a ver y comprar muebles. Como se les prohíbe arbitrariamente y la única alternativa es el sábado, ese día se forman unas colas tremendas. Todo el mundo pierde el tiempo y los nervios y maldice la actual ley y su aplicación.
Ni siquiera se puede alegar que el absurdo cierre dominical obligatorio y las innecesarias molestias que causa sirvan de nada al pequeño comercio. Si una gran parte de las tiendas de muebles de Cataluña ha desaparecido tras la llegada de Ikea a Badalona en 1996, ello no ha tenido nada que ver con los horarios ni los domingos, sino con el hecho de que muchas de esas tiendas ofrecían unos muebles seudoversallescos, de mal gusto y elevado precio, que nadie quería comprar. El gran reclamo de Ikea no ha sido el horario, sino la estética y el precio. Y quien ha pagado el pato de esta política no ha sido la empresa Ikea, sino sus sufridos clientes.
De tanto dificultar la adaptación del comercio presencial a los deseos de los consumidores (también respecto a días y horarios), al final vamos a acabar comprándolo todo por Internet, que al menos no está tan sometida al arbitrismo de los políticos. En Internet me meto cuando quiero y compro cuando, como y donde quiero, y además me ahorro los traslados y las colas. Ese es el camino del futuro y de la productividad. Si el pequeño comercio presencial quiere sobrevivir, más vale que se espabile, en vez de buscar su salvación en que el Gobierno le haga el trabajo sucio de eliminarle la competencia. Algunos pequeños comerciantes ya se están espabilando, ofreciendo servicios personalizados y cercanos que la Red no puede proporcionar. Hay que desearles éxito.
Jesús Mosterín es profesor de Investigación en el CSIC.