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Maurice Bucaille, la ciencia, y el Corán

Entre muchos progresistas occidentales, hoy en día está de moda la idea de que la ciencia no tiene que estar en conflicto con la religión. Stephen Jay Gould, el máximo exponente de esta idea, postulaba que, la religión tiene su magisterio, la ciencia tiene el suyo, y no tienen por qué solaparse. Según él, la religión nos enseña cosas de moral y espiritualidad; la ciencia nos enseña los hechos objetivos del mundo. En opinión de alguien como Gould, un texto religioso no debe ser juzgado en función de sus teorías sobre cómo funciona el mundo, pues no pretende ser un texto científico.

Gould puede tener razón cuando se trata de muchas tradiciones religiosas, pero no del Islam. Los cristianos más progresistas reprochan a los fundamentalistas el tomarse al pie de la letra el texto del Génesis, y a partir de eso, formular teorías disparatadas sobre la creación del mundo en seis días, la coexistencia del hombre con los dinosaurios, etc. Según estos cristianos progresistas, la intención del Génesis no es ofrecer una descripción científica sobre los orígenes del universo, sino más bien, utilizar una metáfora para enseñar algo profundo.

Puede ser que esos cristianos progresistas tengan razón (yo tengo mis dudas, pues me inclino a opinar que los autores del Génesis sí trataban de dar una explicación literal de lo que ellos creían que eran los orígenes del universo). Pero, el caso del Corán es distinto. Pues, para que el judío o el cristiano acepte que el Génesis no es un texto científico, tiene que partir de la premisa de que el relato de la creación es metafórico, y que Dios inspiró (pero no necesariamente dictó) al autor bíblico. En cambio el musulmán no cree eso respecto al Corán. Para el musulmán, el Corán contiene la palabra literal de Dios; el Corán no es meramente inspirado, sino dictado palabra por palabra, por el mismo Dios.

Este literalismo hace que, allí donde sólo una minoría de los cristianos sean creacionistas y asuman a la Biblia como un texto científico, la mayoría de los musulmanes asuman que el Corán está libre de errores científicos. Si el Corán viene directamente de Dios, y Dios es perfecto, entonces todo cuanto se dice en el Corán es verdadero, aún en un sentido literal.

De hecho, en el mundo musulmán, es frecuente que se asuma sin complejos que en el Corán se enuncian grandes teorías científicas. Y, alegan ellos, eso es prueba de su origen divino, pues en la Arabia del siglo VII, no se contaba con los conocimientos científicos como para enunciar esos versos que anticipan las más avanzadas teorías científicas.

Curiosamente, quien dio pie a esta tendencia no fue un musulmán. Fue más bien Maurice Bucaille, un francés que trabajaba como médico personal de la familia real saudí, quien publicó un libro que en Occidente no es tan conocido, pero que en los países musulmanes ha tenido amplísima difusión. En ese libro, La Biblia, el Corán y la ciencia, Bucaille defiende la tesis de que la Biblia comete muchos errores científicos, pero el Corán no solamente está libre de errores, sino que también, presenta teorías científicas avanzadísimas que hoy sabemos que son correctas.

Por ejemplo, según Bucaille, en el Corán ya se habla de la expansión del universo, una teoría que es bastante aceptada hoy por los físicos: “Hemos construido el cielo con solidez. Nosotros lo expandimos” (51:47). Se predicen también los viajes de exploración espacial, algo que la humanidad no logró sino hasta mediados del siglo XX: “¡Comunidad de genios y hombres! Si podéis atravesar los confines de los cielos y de la tierra, ¡atravesadlos! No saldréis si no es con poder” (55: 33).

Bucaille dice que, en un solo pasaje, el Corán describe la teoría del Big Bang, y la teoría sobre los orígenes acuáticos de la vida: “¿No ven, aquellos que no creen, que los cielos y la tierra formaban un todo macizo? A ambos los hendimos y del agua sacamos toda cosa viviente. ¿No creerán?” (21:30).

Así continúa Bucaille con muchísimos otros versos del Corán, en los cuales él alega encontrar referencias científicas acertadas. No es muy difícil ver cuál es el truco de Bucaille. Él se vale de pasajes coránicos muy ambiguos, y los interpreta a la luz de lo que ya conocemos en el siglo XXI. Para verdaderamente proponer una teoría científica, las reglas del método exigen que los enunciados sean muy precisos, libre de ambigüedades que dan pie a muy variadas interpretaciones. Bucaille tiene la ventaja de la retrospectiva, y abusa de ella. Conociendo la teoría del Big Bang, busca en el Corán algo que remotamente se parezca, aun si está en lenguaje poético. Queda, por supuesto, la gran pregunta: si el Corán tiene todos esos conocimientos científicos, ¿por qué los musulmanes tuvieron que esperar a que la ciencia hiciera sus descubrimientos, para alegar que ya estaban en el Corán? ¿Por qué los musulmanes no se anticipan y nos informan sobre los futuros conocimientos que la ciencia aún no ha desarrollado, pero que presumiblemente están en el Corán?

Podemos emplear este truco con muchísimos otros textos antiguos. Bucaille alegaba que sólo el Corán está libre de errores, y contiene teorías científicas. A su juicio, la Biblia no tiene esta cualidad, y ese alegato de Bucaille deleita a los musulmanes que ven en el cristianismo una religión rival. Pero, en realidad, la misma estupidez que Bucaille hace con el Corán, muchos judíos y cristianos hacen con la Biblia. Por ejemplo, Hebreos 11:3 adelanta una teoría sobre los átomos invisibles: “Por la fe sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, lo visible, de lo invisible”. Job 26:7 propone que la Tierra es un planeta que flota en el espacio: “Él tendió el Septentrión sobre el vacío, suspendió la Tierra sobre la nada”.

En todo caso, ha habido algunos autores de ciencia ficción que, de forma mucho más precisa, han hecho predicciones tecnológicas que sí se han venido a cumplir. Si empleásemos el razonamiento de Bucaille y de la enorme legión de ingenuos musulmanes que lo siguen, el gran Julio Verne habría escrito obras dictadas directamente por Dios.

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