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“Más Espíritu Santo, menos pastillas”

Para este Papa, el Espíritu Santo es la panacea que andábamos buscando para solucionar los problemas que afligen al ser humano en cualquiera de los ámbitos de la vida: el psicológico, el social, el político, el económico

La figura más inescrutable y más compleja de entender de la teología católica es la del Espíritu Santo que, según el catecismo dogmático de la Iglesia, forma parte del triunvirato celestial. Munilla, obispo de san Sebastián, siempre ha considerado que esta trinidad es la encargada de producir providencialmente pestes, tsunamis y ciclogénesis de variado carácter e impacto trágico debido a los pecados de los hombres.

Nos obligaron siendo niños a memorizar el catecismo del P. Ripalda. En él se hacía constar que existían tres personas distintas -Dios padre, Hijo y Espíritu Santo-, pero un solo Dios verdadero. Entonces, como ahora, no conocí a un adulto, con sotana o sin ella, que fuera capaz de explicar de modo convincente dicho ménage à trois. Desde entonces, me quedó la sensación de que, caso de que alguien fuera capaz de exponerlo convincentemente, deberían haberlo nombrado arzobispo, cardenal y, por supuesto, Papa.

Cuando teníamos siete años y nos hablaban del misterio más sagrado de la religión, es decir, de la Santísima Trinidad, -luego vino el del inmaculado embarazo de la virgen-, nos aseguraban que aún éramos demasiado pequeños para entenderlo, pero que, al llegar a la edad adulta, lo comprenderíamos.

Obviando el hecho incomprensible de enseñar a la gente lo que es incomprensible y mucho peor, obligarle a memorizar galimatías sin fundamento real alguno, me pregunto cómo la Iglesia y su séquito de catequistas siguen intentando meter en la mollera de un niño de siete años un misterio que por insondable no han sido capaces de aclarar los más profundos espeleólogos de la teología; ni los místicos más sublimes, ni los más terrenales de la teología de la liberación.

Se esperaba que, con la llegada del nuevo Papa, la figura del Espíritu Santo, responsable de que Bergoglio se convirtiera a fin de cuentas en Pontífice, tomase un nuevo impulso doctrinal y mediante pertinente encíclica aclarase su verdadera naturaleza, pues nunca supimos con certeza si era una paloma torcaz, una persona como el Padre y el Hijo, es decir, su hermano o primo o tío, que no se sabe bien cuál es su parentesco teológico, en fin, si una fuerza motriz, un pneuma o espíritu que decían los griegos, o una tomadura de pelo sobrenatural que podría decir el peluquero de mi barrio.

En esas estábamos, cuando, héte aquí, que el Papa se ha desmelenado -permítasenos la licencia poética-, asombrando al mundo con una homilía terciando sobre el más que inefable, espirituoso, santo Pichón.

Sorprendentemente, ha dicho que el Espíritu Santo “no es algo abstracto», sino «la persona más concreta y más cercana que cambia la vida». Y que “para alcanzar la paz interior y poner orden en el frenesí se necesita al Espíritu Santo y no pastillas o soluciones rápidas para acabar con los problemas”.

Para este Papa, el Espíritu Santo es la panacea que andábamos buscando para solucionar los problemas que afligen al ser humano en cualquiera de los ámbitos de la vida: el psicológico, el social, el político, el económico… Todos, menos los problemas que acucian a la Iglesia y que están en el candelero público. El Espíritu Santo revolotea sobre ellos, pero no parece que lo haga con suficiente intensidad, pues ahí siguen, impermeables a su aleteo.

No sé qué pensarán las grandes industrias farmacológicas, ni los libreros de este mundo. Hasta ahora, el paracetamol y la lectura constituían los grandes consoladores de las desgracias físicas y espirituales del ser humano y, por tanto, su consumo estaba más o menos garantizado. A partir de ahora, descubiertas las propiedades psicotrópicas que conlleva tener al Espíritu Santo cerca e invocarlo, los días de las pastillas y placebos diferentes, caso de la lectura, están más que contados. El Papa lo ha dicho en eslogan: “Menos pastillas, más Espíritu Santo”.

En cuanto a lo grandes capitalistas de este mundo, seguro que jamás se les hubiese ocurrido pensar que las grandes calamidades de este mundo se debían, no a sus políticas económicas de expolio y de terror que llevan a más de la tercera parte de la población mundial a la miseria y a la muerte, sino que son producto de la ausencia del Espíritu Santo en la vida de las personas.

No sabe el Papa lo aliviados que se han tenido que quedar tras leer su profunda y brillante homilía y seguro que han decidido hacer una edición no venal de dicha homilía para repartirla urbi et orbi por todas las poblaciones del mundo donde la renta per cápita de sus ciudadanos es menos que cero.

Víctor María Moreno Bayona

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