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Mark Gevisser, durante su visita a Madrid en 2022. EDY PÉREZ

Mark Gevisser: “La Iglesia necesita una nueva amenaza laica y la identidad trans le funciona estupendamente”

El autor del ensayo ‘La Línea Rosa’ repasa los conflictos globales a través del prisma de la identidad LGTBI, la cual, sostiene, se usa como arma ideológica, cultural y social para reforzar pugnas por todo el mundo

El EuroPride, la mayor celebración LGTBI de Europa, debería festejarse este año en Belgrado y culminar con un gran desfile el sábado 17 de septiembre. Lo que ocurra ese día está por ver. Sí ha habido una manifestación por las calles de la capital serbia: la de miles de personas, casi todos activistas religiosos y de ideología conservadora, que, el pasado 11 de septiembre, exigían la cancelación de un evento que celebra la libertad e igualdad de personas que consideran degenerados. El presidente serbio, Aleksandar Vučić, ordenó esta semana cancelar el desfile alegando motivos de seguridad. Sus organizadores piensan manifestarse igual.

La historia, la enésima muestra del retroceso en cuestiones LGTBI que últimamente experimenta Europa –el EuroPride de 2010 pudo celebrarse sin resistencia comparable en un país tan homófobo como Polonia y Serbia es de las pocas naciones europeas con una primera ministra, Ana Brnabic, abiertamente lesbiana–, sorprende poco al periodista Mark Gevisser (Sudáfrica, 58 años). “Demuestra, primero, lo disputado que está todavía el tema de la visibilidad LGTBI, especialmente en Europa del Este. Y recuerda el poder que tiene en ciertos países la homofobia azuzada por la Iglesia, un poder que vemos especialmente en Rusia, Polonia e Hungría. Resulta especialmente peligroso en manos de líderes nacionalistas y populistas, como Vladimir Putin, Jaroslaw Kascynski o Viktor Orban, quienes lo esgrimen para definir una identidad nacional que excluya a todo tipo de persona queer o directamente la demonice como un agente extranjero. Los mandatarios progresistas de Serbia no parecer compartir estas intenciones, pero claramente estamos viendo qué hasta qué punto la derecha nacionalista y religiosa puede ejercer presión con éxito”, explica.

Este tipo de confluencias entre los despachos del poder y los derechos LGTBI en la calle son la especialidad de Gevisser. En una reciente entrevista en Madrid, el escritor también recordaba que uno de los primeros misiles lanzados por Rusia en la la guerra contra Ucrania el 24 de febrero había sido decorado con símbolos homófobos y cuánto contexto había en ese detalle. “En 2013, cuando en Ucrania se robusteció el movimiento pro Unión Europea, grupos prorrusos se aliaron a varias asociaciones contra el matrimonio igualitario para crear una campaña: ‘A Europa se entra por el culo’, era el eslógan. La homofobia es la primera herramienta de la Rusia de Putin para definirse contra Europa”, cuenta hoy.

Los dos son ejemplos de lo que Gevisser llama la Línea Rosa, una frontera física, legal, retórica y moral que divide a quienes quieren ampliar los derechos del colectivo LGTBI y quienes pretenden reducirlos o, como mínimo, beneficiarse de su demonización. A partir de aquí, sus ramificaciones son inimaginables. “En cuanto la visualicé, vi que la Línea se movía por todo el mundo, por motivos políticos en un bando y en otro. Países como Rusia han trazado una frontera similar al Telón de Acero para protegerse de la supuesta amenaza laica, capitalista, invasora de Occidente; para buscar cierto control nacionalista contra los poderes de la globalización, la digitalización y George Soros. Desde el otro lado, la Línea se erige para protegernos contra la barbarie, porque nosotros somos los civilizados y ellos no. En cuanto a valores, yo soy 100% de este segundo bando, pero lo sorprendente es que ambos instrumentalicen y esgriman como arma las identidades LGTBI. En esta línea, siempre son otros quienes te dicen lo que eres: o víctima o extranjero”.

La idea, que llena su libro La Línea Rosa: Un viaje por las fronteras queer del mundo (Tendencias), le vino por haber sido criado en Sudáfrica, “donde todo son fronteras y orden”. Pero le ayudó a entender el progreso (y la violenta represión) de la causa que más rápido ha avanzado en el mundo contemporáneo. La Línea pasa por las piscinas olímpicas donde mujeres transexuales luchan por competir con mujeres cis; por las crecientes libertades LGTBI de Nigeria y por San Vicente de Raspeig (Alicante), donde este fin de semana, una menor de 15 años fue agredida por diez chavales al grito de “maricona”, “transexual” o “transformer”.

Gevisser publicó el libro en 2020. El autor cree que la edición española, que llega ahora, se publica en mundo en que la Línea se ha movido muy poco en ambas direcciones y mucho en contra de las personas trans. “Porque es un símbolo muy poderoso: algunas mujeres trans, sobre todo aquellas que hicieron la transición tarde en su vida, mantienen muchos de sus rasgos masculinos. Por tanto se las usa como símbolo de algo antinatural, grotesco. Luego, también están hipersexualizadas, porque están vinculadas a la pornografía o el trabajo sexual, así que se les trata como símbolos de una sexualidad perversa”, explica. Y señala: “La Iglesia ha contribuido mucho a esto, sobre todo en los países donde todavía es influyente, como España o Polonia. Cada vez les resulta menos fácil movilizar a los fieles usando la homofobia, porque la gente no para de salir del armario. Es algo normal. Necesitan una nueva amenaza laica y la identidad trans les funciona estupendamente porque parece joder el plan divino: ‘Dios dijo que un hombre es un hombre y una mujer, mujer, ¿quiénes se creen estos arrogantes que son para cambiarlo?’. El Papa Francisco, de hecho, aparenta ser bastante liberal con la homosexualidad pero se vuelve increíblemente reaccionario al hablar de identidad trans”.

La transfobia tiene sus diferencias con la homofobia: “Para mi generación de hombres gais cisgénero, en la Línea Rosa solo se luchaba contra un bando: el contrario. Ahora hay dos lados porque los tránsfobos han acabado aliándose con una casta muy concreta de feministas a quienes la identidad de género les parece una amenaza a la femineidad. A las iglesias y a la utraderecha le conviene mucho que este flanco de la Línea Rosa tenga que lucharse en dos bandos. Es una alianza muy peligrosa”. Pero, al final, ambos tipos de odio, homo y transfobia, están muy relacionados: “Este discurso tránsfobo está alimentando la violencia homófoba: los datos que estudiado en América Latina, especialmente Brasil y México, son bastante contundentes. No me atrevo a aplicarlos a Europa aún pero no es una mala hipótesis”.

Algo bueno sí ha visto Gevisser en estos años: que, digan lo que digan Putin y sus misiles, la Línea Rosa se ha reblandecido. “Hay más espacio, políticamente, para el cambio, sobre todo en países africanos que se han alejado de sus poderes coloniales en los últimos diez años. Muchos han decidido, unilateralmente, despenalizar la homosexual: Botswana [2019], Angola [2021]… Y en el sudeste asiático, los derechos LGTBI no han dejado de avanzar: Taiwán, Tailandia, Filipinas o Vietnam… No minimizo el momento de retroceso que sufrimos, digo que, en aquellos países que estudio muy de cerca, se ha ganado mucho terreno a través de la visibilidad. En mi país, Sudáfrica, por supuesto que hay mucha violencia contra las personas trans, lo cual es aterrador para una lesbiana negra disidente de género: vive en constante peligro de muerte. Pero, a la vez, gente como esta lesbiana negra disidente de género ocupa más espacio que nunca en la vida urbana sudafricana. Tienen familias, logran empleos… Y va a más. Lo he visto”.

¿Es naíf pensar que algún día los derechos LGTBI no estarán en peligro? “Lo naíf es pensar que los derechos humanos, en general, nunca estarán en peligro. Esa idea caló fuerte a finales del siglo XX: que gracias al avance del capitalismo, el mundo iba progresando hacia una libertad universal. Creo que a estas alturas esa idea ya está bastante desmentida. Siempre que haya religiones fuertes, ya que toda religión se puede interpretar como contraria a la homosexualidad y la identidad de género, existirá la posibilidad de crear pánicos morales. Lo único que podemos hacer contra ello es ser más visibles, mostrar nuestra humanidad, nuestra dignidad, para que cuando caiga el mensaje desde el púlpito o desde el Estado, nuestro vecinos digan: ‘Ese no es el demonio, es mi hijo Mark’ o ‘Es mi vecino Tom”.

Aquí Gevisser parece incomodarse con lo que acaba de oírse a sí mismo. “Es decir, los datos indican que es algo muy poderoso. Pero la visibilidad no lo es todo, por tentador que resulte comprar la ideología del movimiento gay estadounidense: ‘Salid, salid, del armario donde quiera que estéis’. Primero, hay gente que, al salir del armario, se expone a peligros reales. Segundo, Occidente no lo es todo en el mundo. Hay sociedades distintas con formas distintas de acomodar la diversidad sexual y de género. La globalización de la ideología gay en realidad ha empequeñecido algunos espacios que ya existían: en Senegal, en la India, en Filipinas o Nigeria, donde hay identidad de tercer género desde hace siglos; donde la gente queer, si bien no se autodenomina queer, lleva años creando identidades híbridas sustentadas por las tradiciones de sus países. Hay lugares donde ser LGTBI puede ser una identidad sociocultural o religiosa. En Occidente, solo puede ser política”.

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