Hay quien sostiene, de manera encomiable por un lado, aunque sembrando la sospecha por otra, que el librepensamiento resulta imposible. Dejaremos claro que, efectivamente, entendido como concepto absoluto, el librepensamiento, o pensamiento independiente, resulta francamente difícil. Es más, lo que nos reafirma en nuestra defensa del mismo, lo cual no quiere decir que ninguno de nosotros merezca el calificativo de ‘librepensador’, es nuestra más firme oposición a todo absolutismo sin que por ello caigamos en un vulgar relativismo (ya que, de una manera o de otra, todos tenemos ciertas creencias, aunque con la permanente crítica en base a la verificación con la realidad que conocemos; no entraremos, de momento, en abstrusas polémicas sobre lo que es o no ‘real’); identificamos el absolutismo con cualquier tipo de creencia, y más en concreto con toda creencia trascendente, es decir, no sujeta a la verificación y al debate en un plano humano (para bien, y tantas veces para mal, el único que conocemos).
Antiguamente, el librepensamiento aludía a una emancipación de la creencia religiosa en aras del conocimiento humano. Por supuesto, seguimos pensando tal cosa, aunque es necesario expandir esa emancipación a otro tipo de creencias dogmáticas; haberlas haylas, y de qué manera. Como hemos dicho, entendemos como un pensamiento aceptablemente independiente aquel que obliga a revisar sus creencias de manera permanente; sin enloquecer por ello, ya que necesitamos a diario ciertas dosis de confianza en un conocimiento no verificado para sobrevivir (lo que denominan ‘atajos cognitivos’, pero aceptando que es necesario oxigenar el cerebro de vez en cuando; pensamos que algunos cerebros no dejan pasar demasiado el aire).
Recientemente, hemos vuelto a sufrir el ataque dogmático a la libertad de expresión. Resulta muy fácil, de boquilla, atacar el fundamentalismo de esa gente que considera que su verdad no puede ser cuestionada ni ridiculizada y actúa de forma violenta para remediarlo. Resulta muy fácil criticar el fundamentalismo, y más si es una religión ajena. Sin embargo, el Papa lo dejó muy claro, en un conversación que a buen seguro no pretendía que fuera pública; reproducida con palabras no exactas, ‘si te metes con algo sagrado para mí, te llevas una hostia’ (y no precisamente consagrada). Nos gusta el clero cuando actúa como lo que es; dicho de manera no irrisoria, una clase mediadora que cree estar en contacto con una verdad absoluta y trascendente. A buen seguro que la inmensa mayoría de religiosos no cogerían un arma para fulminar al que les ha ofendido; no obstante, irritan un poco esas seudocríticas al fundamentalismo que llevan siempre un ‘sí, pero…’.
Dejemos la religión y hablemos de otro tipo de creencias, muy directamente relacionadas con la manipulación a la que estamos sujetos en un mundo en el que la información debería estar al alcance de cualquiera. Claro está, hay personas bastante más proclives a dejarse manipular que otras; es decir, aquellas que ni se cuestionan si su pensamiento es razonablemente independiente, es decir, aquellas encastilladas en sus creencias que no dejan que permee la crítica ni atienden demasiado a un saludable pragmatismo (utilizo este concepto también de forma filosófica; recordaremos que la actitud pragmática es aquella que coloca el concepto de verdad en función de su utilidad y valor para la vida humana). Podemos poner muchos ejemplos. Si hablamos de nacionalismos, al igual que ocurre con la religión, lo fácil que resulta criticar y ridiculizar el ajeno sin caer en la cuenta de lo muy alienante que es el propio (es más, la experiencia demuestra que los que más se enervan con las ‘creencias’ nacionalistas son aquellos que esgrimen otra similar, pero de otro pelaje; a vueltas con lo pernicioso que consideramos el dogmatismo, se presente como se presente).
A nivel ideológico, ocurre exactamente lo mismo. Es más, nos atrevemos a decir que toda ideología tiene una considerable cantidad de creencias, junto a valores que pueden ser muy encomiables si no los tomamos de forma absoluta. Aclararemos, para aquellos falsamente orgullosos de no tener ideología alguna (tal vez porque, de nuevo, identifican lo pernicioso de las mismas con las creencias ajenas, no con las propias); todos tenemos, de una manera u otra, una ideología, más o menos propia de la sociedad que nos ha tocada vivir, más o menos ajena, más o menos independiente en cualquiera de los casos. Obviamente, unas ideologías conllevan una base mayor de posibilidades de desembocar en el odioso fundamentalismo, no solo por las propias ideas y valores, también por la actitud de la persona; insistimos en que una buena dosis de pragmatismo, junto a otra más incierta de relativismo, puede compensar actitudes proclives al dogmatismo. En este blog, nos hemos mostrado partidarios del anarquismo en alguna ocasión. Ello ha sido porque identificamos dicho movimiento (no solo un conjunto de doctrinas ni una mera ideología) con, ni más ni menos, con el librepensamiento; es decir, la permanente verificación de lo que es más eficaz y valioso para la vida humana. Dejémoslo ahí, de momento.