Desde hace varios días, en la prensa escrita y no sólo en la web, y en muchos idiomas, se ha relanzado un servicio del periódico estadounidense The Wall Street Journal, para subrayar y sobre todo ampliar una queja: del dinero que la Iglesia, en particular a través de la bella costumbre del Óbolo de San Pedro, recoge expresamente para ayudar y apoyar a los pobres, en realidad, sólo el 10 % terminaría en las manos y en la vida de estas personas.
La cifra no muy importante y, además, eso pondría en tela de juicio el hecho de que a la Iglesia le preocupan especialmente las obras de caridad. Se ha dicho que estos datos muestran que entre la «caridad» y la «empresa» la Iglesia ha optado por utilizar su dinero sobre todo para hacer inversiones y hacer frente al déficit.
El servicio, entre otras cosas, dice que ha recibido esta información de fuentes internas, anónimas, pero autorizadas porque están cerca del dossier de Óbolo.
El Vaticano, por lo tanto el Papa, según lo que se ha escrito durante días, utiliza en cambio el 90% de este dinero para hacer inversiones (donde no faltan los errores flagrantes y la corrupción) o para equilibrar el presupuesto (en déficit perenne) que en muchos casos revela grandes despilfarros, duplicaciones escandalosas y densas sombras.
En esencia, la acusación es perentoria, aunque fundada de manera genérica, con argumentos más bien analíticos que fácticos, y sin embargo, hasta la fecha, de la Santa Sede no ha llegado, aunque sea la más mínima respuesta, negación o aclaración.
Entre los responsables del asunto fingen que no pasa nada e ignoran decenas y decenas de artículos que repiten, todos, las mismas afirmaciones, inexactitudes, falsedades y confusiones.
El método de la «falta de respuesta» o de la «ausencia de comentarios», utilizado y aplicado en otras situaciones, en sí mismo muy cuestionable, aunque legítimo, en este asunto específico es peligroso, muy peligroso, y no hace más que aumentar la sospecha, el desconcierto y la duda, especialmente entre los laicos católicos.
No cabe duda de que la Santa Sede tiene muy buenos argumentos para desmantelar y erradicar esta campaña mediática y, por lo tanto, no está claro por qué guarda silencio.
Este silencio es lacerante para millones de católicos. En el Vaticano, ¿alguien importante entenderá que este silencio es perjudicial? La pregunta en este momento para el fiel y santo Pueblo de Dios es una sola: ¿por qué la Iglesia está en silencio?
Luis Badilla