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Los vientres de alquiler, la virgen Maria y la derecha católica

Recientemente el cardenal  Blázquez ha realizado unas declaraciones en favor de la mujer alertando sobre la esclavitud en la industria de los vientres de alquiler y sobre el peligro de la violencia hacia las mujeres y es curioso y paradójico porque no existe en el mundo ninguna institución que haya guardado en su seno tanto odio a la mujer como la iglesia católica.  Probablemente la iglesia católica es la institución más misógina y machista que haya existido en la historia. Según el catolicismo, la maldición de la humanidad es provocada por la mujer, por Eva, que osa comer del árbol del conocimiento. Jesucristo, si existió históricamente, no era precisamente un feminista y todos los evangelios dan a la mujer una consideración de sierva cuyo deber era la sumisión al patriarcado. Jesucristo era, ni más ni menos, un machista judío del siglo I, incluso la indiferencia  y misoginia  de Jesús con las mujeres es llamativa.

En el momento de cristianización de Europa, la Iglesia persiguió  a las herejías y a las creencias paganas y más tardíamente se persiguió con especial virulencia a las brujas. Cuando la iglesia devino una institución poderosa, el clero se convirtió en un lugar privilegiado para la aristocracia y los cardenales, obispos y canónigos se convirtieron en grandes señores llegando a una corrupción sin paragón histórico. En el  siglo XVIII las imágenes de la pornografía se suelen desarrollar en iglesias y conventos  y muchas abadías se convirtieron en verdaderos prostíbulos. La impronta del catolicismo y el cristianismo, en las mentalidades europeas, ha sido de tal calado que las normas civiles, durante siglos, han sido las normas de la moral católica. Hasta bien entrado el siglo XX muchos países europeos no se han podido desembarazar de la asfixia del catolicismo. En nuestro país, durante todo el siglo XX, la moral católica se impuso sobre la sociedad  y todavía persisten privilegios inaceptables para el catolicismo.

En la actualidad la Iglesia se atrinchera en la caridad como reclamo casi único de su conexión con una buena moral. En efecto, ya ni los católicos nominales están de acuerdo con la moral católica. La discriminación natural de la mujer que sustenta el catolicismo, la homofobia o la represión de la libertad sexual son todo ello asuntos que muy difícilmente puede la iglesia seguir manteniendo  incluso ni en su propio seno, ya que cada día a hay más curas y monjas que exigen derechos de libertad sexual en la iglesia y el acceso de la mujer a la jerarquía católica y a oficio de los ritos. Además, el desprestigio de la Iglesia católica, al ser la institución más pedófila del planeta y que más  ha abusado de niños y niñas, se ha incrementado por cien en las últimas décadas. Los Estados occidentales, por otro lado, debido a las presiones internacionales ya no puede mantener, aunque quiera, la moral católica en las leyes civiles. Hoy la sociedad internacional ha inscrito en sus convenciones internacionales la lucha contra la discriminación de la mujer y contra la homofobia y muy difícilmente los Estados pueden refugiarse en las particularidades nacionales o religiosas  para mantener leyes discriminatorias.

La derecha en España, pero pasa igual en otros países, bien sea democratacristiana, liberal u de otro tipo se ha alejado de la moral católica  ya que no puede mantener las exigencias de la Iglesia en relación a la legislación civil y lo mismo ha pasado con la socialdemocracia cuya base electoral ya no le permite que  mantenga privilegios  con el catolicismo.  En España, una de las últimas operaciones pro católicas la protagonizó el político Ruiz Gallardón que se envolvió en la bandera provida para rivalizar con intereses propios en el seno del Partido Popular. Todo este movimiento provida está perdiendo fuelle en Europa y ya queda prácticamente reducido, en el terreno político, a segmentos ultra católicos de extrema derecha o simplemente a católicos fanáticos. Pero los partidos políticos no dan la batalla en este aspecto ya que saben que ha dejado de ser un elemento de redito electoral.  Igualmente ha ocurrido con la discriminación de las mujeres en aspectos como el matrimonio civil o el divorcio: el catolicismo ya no puede imponer estos asuntos a la sociedad civil  y ya no tiene partidos políticos que los defienda, ni siquiera los democratacristianos.  Ocurre lo mismo en asuntos tales como la censura, la homofobia o la muerte digna. Hoy es muy difícil que los partidos políticos europeos  puedan oponerse al matrimonio homosexual o sustenten públicamente discriminaciones por razón de orientación sexual. De ahí la soledad del autobús de “Hazte oír”. Ni el Opus Dei les apoya. Hoy la derecha católica tiene otros objetivos a alcanzar.

En Europa, la Iglesia y la derecha católica pretende asociar la idea de modernidad  y tolerancia, también en lo que incumbe a la liberación de la mujer,  al cristianismo. De ahí intenta asociar la  idea de Europa al cristianismo: “Europa es moderna porque es cristiana”, se argumenta. Se trata, al tiempo, de enfrentar esa modernidad europea y cristiana al islam fomentado una islamofobia cultural. El cristianismo es una religión humanista y el islam no lo es etc, etc. La opresión de la mujer en el mundo islámico y   la pañoleta  son  los elementos que se utilizan para generar xenofobia. Los valores occidentales, se  sigue argumentado,  son cristianos. Es una ideología que al principio estaba  reducida a la extrema derecha y hoy es asumida por todo el espectro político ya que se persiguen objetivos xenófobos en el interior de cada nación y de mantenimiento de relaciones neocoloniales, al nivel internacional. El caso más espectacular ha sido la extrema derecha del Frente Nacional francés que ha unido, en una voltereta de salto mortal, el cristianismo, la unidad nacional y el laicismo.

Al mismo tiempo que se afirma la superioridad de la civilización cristiana también se potencia, ante   la imposibilidad de mantener la moral católica en la legislación civil europea, un  feminismo conservador en el cual la  familia es eje central del discurso; una familia moderna apoyada en la conciliación laboral y la igualdad entre lo sexos; no se condena abiertamente  la homosexualidad ni siquiera el matrimonio homosexual pero si las adopciones homosexuales y la maternidad subrogada; la lucha contra la  violencia machista en el hogar constituye también un elemento central del discurso haciendo hincapié en  los elementos meramente represivos. Junto a ello se apoyan los programas que  ensalzan a la mujer ejecutiva y triunfadora en el mundo de los negocios. Todo este discurso tiende, en verdad, a oscurecer la discriminación real  de las mujeres en nuestra sociedad: la ocupación de los peores empleos por las mujeres y la consolidación de un moderno machismo que se manifiesta en fenómenos como la prostitución o  la pornografía de masas además del aumento de violencia  y el mantenimiento de la ideología patriarcal en los programas de televisión de más audiencia y en la publicidad. Es curioso que en los organismos e instituciones oficiales en asuntos tales como la familia, el menor, la mujer etc   en los Estados europeos sean de la preferencia de ocupación por políticos y políticas  de esa derecha católica favoreciendo y subvencionado  el asociacionismo vinculado a esas ideologías y desviando fondos a la  obra social de la iglesia católica. Además, al  feminismo que de verdad lucha por los derechos de las mujeres y que critica al patriarcado y a las instituciones que lo defienden se le intenta  o diluir en el imaginario social en estos nuevos feminismos del establishment o  en hacerlo  aparecer  como violento y minoritario (véase por ejemplo el caso FEMEN).

La iglesia católica  y también el cardenal Blázquez pese a condenar la “la ideología de género”-es decir las políticas por la igualdad—está haciendo campaña, últimamente, en contra de la violencia machista como si la iglesia católica no fuera culpable del machismo en nuestra sociedad siendo, como es, un puntal del patriarcado empezando por la estructura de la propia iglesia católica. Esa ideología patriarcal de la inferioridad de la mujer es la que ha potenciado el machismo violento. Pero ahora la iglesia, al alzar la voz contra el maltrato de la mujer, quiere aparecer como una institución defensora de la mujer, pese a negarle históricamente  la libertad sexual, la autonomía personal o la  igualdad.

Es curioso que cuando se han promulgado en muchos países europeos -con la feroz oposición de las iglesias-, las leyes civiles de matrimonio homosexual  es cuando la iglesia católica  ha comenzado a realizar una intensa campaña contra los vientres de alquiler. Anteriormente si bien se oponía formalmente,  la iglesia  no lanzó ninguna campaña como la que viene realizando en la actualidad  y la razón es que la maternidad subrogada  por homosexuales es lo que verdaderamente le molesta. Es cierto que los vientres de alquiler constituye un negocio que bien pudiera considerase la hermana menor de la prostitución (véase mi artículo en Diario16)  pero debemos también comprender que la iglesia  está utilizando  este asunto para ir en contra de las nuevas formas familiares  y particularmente las homoparentales. Por eso el feminismo no puede, en ningún momento, unirse a las campañas reaccionarias que enarbola esa derecha católica junto a la iglesia. Piénsese que la iglesia, al final,  no defiende a la mujer sino defiende la reproducción natural  en contra de  los homosexuales. Por el contrario, el feminismo, al denunciar el negocio de los vientres de alquiler o la prostitución, enarbola la bandera de la liberación  y no la de la defensa del patriarcado y el machismo.

La iglesia católica ha sublimado, históricamente, al mito de  la Virgen, ya que es una mujer sin pecado; la virginidad se asocia, en la iglesia, a la  pureza y  el sexo, al pecado. Pero además, la Virgen es la madre de Dios- del verdadero patriarca-  gracias a una inmaculada concepción, una especie de gestación subrogada o de vientre de alquiler. Paradójicamente el mito se vuelve contra la doctrina.

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