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Los Reyes Magos y sus cándidas moralejas

Quiero demostrar que los Reyes Magos (RM) son de la derecha dura y merecen que se echen ellos mismos carbón. Que no es ya por su carácter monárquico; es obvio que no parece fácil que un rey o una reina sean de izquierdas, o simplemente demócratas, pero, dado que no se nos cuenta cómo reinaban los RM, y que seguramente ni eran reyes, ni eran tres, o —lo más probable— ni siquiera eran, lo que nos importa son los efectos que producen entre quienes creen en ellos, así que me centraré en estos efectos. Así, las leyendas del rey Arturo pueden tener un efecto positivo, al alentar entre sus seguidores la pasión por la justicia y la igualdad (valores considerados de izquierdas). Y, sin ir tan lejos, ahí tenemos a nuestros reyes y a nuestros príncipes de ahora, que son un modelo a seguir de… de… bueno, ahora no caigo pero yo he leído que son modélicos.

            Los RM despiertan una extraordinaria ilusión, la de que es posible conseguir nuestros deseos, no mediante el esfuerzo o la estrategia adecuadas, sino por la intervención de seres con poderes extraordinarios que nos atienden personalmente (hasta el punto de que el enterarnos de que son los limitados padres supone una gran decepción). ¿Cándida moraleja (como diría Benedetti) para los niños?: confía en las personas adecuadas, aprende a implorar a las que tienen poder suficiente para otorgar los bienes anhelados.

            Claro que la satisfacción de los deseos no es gratuita: se trata de un premio por el buen comportamiento. Hasta el más necio de los figurantes de Rey Mago dice a cada impresionada niña o niño sobre sus rodillas: “¿te has portado bien?”. Los regalos son una consecuencia de este buen comportamiento a los ojos reales, bajo la amenaza del carbón. ¿Moraleja para los niños?: pórtate como quieren quienes te pueden conceder los deseos, si quieres conseguirlos.

            Pero es que nos cuentan que los RM saben, digas lo que digas, lo que has hecho, son una especie de supervigilantes de nuestros actos e incluso pensamientos. ¿Moraleja?: no se puede engañar a los RM, lo saben todo, tienes que ser como ellos quieren. Son la versión más amable —y por eso, peligrosa— del Gran Hermano orwelliano (las otras son Dios y otros seres ultramundanos, no tan obsequiosos).

            Lástima que unos niños consigan unos regalos mucho mejores que otros. Digo lástima porque siento destapar este feo fraude en el negociado de las ilusiones infantiles: ¡la prodigalidad mágica no depende de cómo se hayan portado los chiquillos, sino de las posibilidades económicas (y la esplendidez) de sus padres! Como consecuencia de esto, los críos pobres obtienen de los RM regalos mucho peores (a sus ojos) que los ricos. Y, como no están al tanto del fraude, ¿qué moraleja pueden sacar de esto, sino que los niños ricos son más buenos, mejores, que los pobres? Estos últimos ven que los ya muy favorecidos por el mundo real, también lo están por este mundo de ilusión, fantasía, justicia y bondad (recordemos también que los ángeles de la guarda de los pobres son especialmente incompetentes). ¿Cándida moraleja?: los niños pobres no sólo viven peor, sino que se lo merecen.

            Todo esto podría acabar siendo bueno si sirviera para espabilar a los chaveas sacándolos de su candidez. Si al enterarse de que los RM son los padres pensaran “¡Vaya estafa! ¿Qué más trolas nos habrán contado: el ratón Pérez, el cielo, Dios…?”, el asunto promovería un sano escepticismo y la rebelión ante la injusticia, y sería a la larga emancipador. Alentaría la racionalidad: “si ya me decía yo, ¿cómo pueden estar los RM en tantos sitios a la vez…?”; aprenderían que hay muchas cosas que son como son, que no “depende” como decía aquella posmoderna y pegadiza canción: lo que “depende” es nuestra valoración sobre ellas. Sería un proceso iniciático que debería mantener viva la esperanza de una forma digna, esto es, sin engañarse sobre la realidad y sin humillarse ante los que tienen la sartén por el mango o el carbón en el saco.

Pero, sorprendentemente, no es así, más bien al contrario: se promueve un conformismo que asume que ser inferior es de justicia. De hecho, los mismos niños pobres, aunque no consigan salir de un estatus económico miserable, llegado el momento ¡someten a la mágica estafa a sus propios hijos! ¿No sería mejor no confundir cándidamente la ilusión y la fantasía —tan saludables— con el puro engaño, sobre todo cuando es, a la larga, dañino?

            Soy consciente de que este artículo me granjeará antipatía entre muchos de quienes en otros escritos (laicistas, republicanos, antimilitaristas, racionalistas…) me apoyaban, así que les aportaré a favor de mi tesis un dato demoledor, definitivo: los RM han sido malos para la mayoría de los niños desde el principio de su leyenda: estos “sabios”, a la vez que llevaron regalos de lujo a Jesús, por torpeza o indiferencia soliviantaron a Herodes, propiciando su terrible matanza de niños, de la que Jesús se libró porque el “ángel del Señor” sólo se preocupó por él (Mt 2.1-16).

            Sé que estos argumentos servirán de muy poco, pues, como dijo Schiller y popularizó Asimov, «contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano», así que no nos puede extrañar que sea muy ardua nuestra lucha contra la propia candidez, incoherencia e irracionalidad. ¿Le pedimos la superación de éstas a los Reyes Magos?

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